En la medida en que nos importe, en la medida en que exijamos más a la oposición, en la medida en que nos involucremos en la política, nuestra situación tendrá un remedio.
No, no estoy hablando de los partidos mexicanos. O por lo menos, no únicamente de ellos. En estos momentos está ocurriendo una crisis de partidos políticos en España. Desde las últimas elecciones, ocurridas en el pasado 28 de abril, aún no logran formar gobierno y el presidente electo, Pedro Sánchez del PSOE, está como encargado del despacho.
En este tiempo los partidos políticos que se asociaron con esa intención aún no logran obtener la mayoría para la investidura del presidente electo. El próximo 23 de julio se volverá a tratar de obtener una mayoría en el parlamento y, si no se logra, se tratará de obtener al menos una mayoría simple el 25 del mismo mes. Si fallaran, Sánchez ha dicho que irán a nuevas elecciones el día 10 de noviembre próximo, aunque la ley le permitiría otra última intentona en una fecha intermedia.
Mientras, en la formación de otros niveles de gobierno, sobre todo los municipales y de las comunidades autónomas, se han dado toda clase de situaciones, intentos de formar alianzas, ataques viscerales, y descalificaciones sin cuento entre los mismos partidos políticos.
Si se fueran a nuevas elecciones en noviembre, sería la cuarta vez en menos de cuatro años que se tendrían elecciones generales en España. No parece gran cosa: la economía y la vida diaria siguen como si no importara tener gobierno. La economía no se ha caído, la vida sigue como de costumbre. Pero decisiones importantes, tanto de inversión como de tipo social, están detenidas a la espera de ver cuál será el signo del gobierno que tome posesión próximamente.
Efectivamente, no parece un gran tema. En los cincuenta años después de la posguerra Italia tuvo cuarenta y nueve gobiernos. O sea que duraron poco más de un año, en promedio. Y nada grave les ocurrió a los italianos: el crecimiento económico no se detuvo, la vida social y cultural continuó como de costumbre y en esencia no se extrañaba la falta de un gobierno. Con lo cual, en los hechos, se le estaba dando la razón a los liberales que opinan que, entre menos gobierno, mejor les irá a los pueblos. Claro, en Italia y también en España tiene la enorme ventaja de tener un servicio público de carrera bien establecido y sumamente competente, de modo que muchas de las decisiones de cada día ya están resueltas por un sistema que opera bien.
Probablemente el gran tema es que a la población cada vez le importa menos lo que hagan o dejen de hacer los políticos. Los partidos políticos están siendo cada vez más irrelevantes para efectos prácticos. El abstencionismo no se está dando sólo en las elecciones: también se da en el hecho de que una gran parte la población no busca afiliarse a ningún partido y de alguna manera se han vuelto espectadores del juego y rejuego de la clase política. Como quien se divierte yendo a las luchas libres a ver cómo se golpean unos a otros. Igual.
¿Tiene esto alguna relevancia para México? Claramente, la administración actual no ha tenido problemas para gobernar. Quienes tienen graves problemas son los partidos políticos, que no ha logrado reorganizarse, que no pueden “reinventarse” y que siguen pensando que haciendo más de lo mismo van a lograr cambiar las cosas. Claramente, esa táctica no les está funcionando. Cada vez son más irrelevantes para el resto de la población. Pregúntele usted a un ciudadano común y corriente quien es el actual dirigente del PRI, del PRD, o incluso del PAN. Pregúnteles cuál es su posición política o sus propuestas y se darán cuenta de que lo único que entienden es que están en contra del gobierno actual, pero que no saben qué proponen hacer de modo diferente a lo que está siendo la actual administración. Y eso que los partidos tienen cuantiosos recursos para difundir sus actividades y personal suficiente, técnicos e ideólogos, que podrían estar produciendo propuestas muy concretas y, si tuvieran la capacidad para ello, muy atractivas.
Lo que está pasando en México es lo mismo que está pasando en España. La oposición sólo sabe cómo objetar, como obstaculizar, pero no tienen propuestas atractivas para la ciudadanía. Eso nos lleva a cuestionar si diversas necesitamos tener partidos políticos. Andrés Manuel López Obrador, con un fino olfato político, decidió que su formación política no se llamaría partido. Es claro para él que ese concepto de partido está cada vez más deteriorado y que la gente ya no cree en ninguno. El nombre de Movimiento Nacional, aunque suena a franquismo, es un resabio de los movimientos de liberación nacional que se desarrollaron desde el fin del cardenismo hasta los setentas y que sigue siendo el nombre de algunos movimientos guerrilleros. Pero eso no es algo que de la población tenga presente; si acaso para algunos nostálgicos de la vieja izquierda el nombre de movimiento todavía hace latir sus corazones. El acrónimo MORENA tiene mucho más impacto que el título de movimiento. Y eso les permite competir como si fueran partido, sin ser percibidos como tales.
¿Habrá manera de que la democracia funcione sin que haya partidos políticos? Es muy de dudarse. Tal vez estemos inmersos en un paradigma ya muy desgastado que funcionó cuando la población tenía graves dificultades para comunicarse los unos con los otros y se veían en la necesidad de tener representantes quienes se agrupaban en organizaciones políticas de acuerdo con su filosofía y sus criterios sobre cómo debería de gobernarse. Hoy en día, para la mayoría de los militantes de los partidos políticos no existe tal filosofía y su único criterio es: quitar a los otros para que ellos gobiernen. Su única propuesta es que ellos lo harán mejor que los actuales gobernantes y piden a la población un verdadero acto de fe. Piden que, sin argumentos, sin propuestas concretas, sin metas claras, rechacen al actual gobierno y pongan a gobernar a su partido. Por eso, su único argumento es demostrar las fallas del actual Presidente, mofarse de sus decisiones, y atacar a sus colaboradores. Siguen creyendo que demostrar que los demás están mal, en automático significa que ellos están bien y harán las cosas mejor.
Un tema grave. Si los partidos políticos de oposición no salen de esta mentalidad, posiblemente nos encontraremos con dos o tres sexenios del mismo tipo de gobierno, sino es que la reelección del actual gobernante. O por lo menos, a la venezolana, logrando que el sucesor del actual gobierno mexicano tenga la manera de gobernar de este presidente. Como ocurrió en España con la docena de años de gobierno socialista que siguió al desmoronamiento del conjunto de fuerzas políticas que lograron la transición democrática. Y sólo salieron de ello cuando lograron crear al menos un partido nuevo y diferente, con un liderazgo que atrajo a la población y que logró, si no una mejora definitiva, al menos una alternancia democrática que ha permitido que unos partidos vigilen el desempeño de los otros.
Creo, sin embargo, esto sólo lo logrará la sociedad. En la medida en que nos importe, en la medida en que exijamos más a la oposición, en la medida en que nos involucremos en la política, nuestra situación tendrá un remedio. Si no, tendrá que ser otra generación la que logre los cambios que verdaderamente necesitamos: una situación auténticamente democrática, gobiernos que rindan cuentas al electorado, y una ciudadanía alerta, informada, y actuante en las cosas públicas.
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