Que no haya impunidad, para que la justicia sea plena.
Después del “culiacanazo” y la masacre de mujeres y niños en la frontera de Sonora con Chihuahua, el gobierno de Morena ha reiterado su “estrategia” de no recurrir de nuevo a una guerra ni a un derramamiento de sangre.
Es claro, sin embargo, que el derramamiento de sangre de sicarios efectivamente se ha detenido. El derramamiento de sangre lo sigue aportando la población inerme: en el caso del lunes 4 de noviembre, sangre de mujeres y niños. Es bastante claro que las declaraciones de “abrazos, no balazos” así como de “fuchi guácala”, no están haciendo efecto en los sicarios de los diferentes grupos que disputan el poder al Gobierno Central en amplias zonas del país.
En buena parte es cierto que una estrategia basada únicamente en la violencia no basta. Si entendemos, como debe de ser, la estrategia como un conjunto de acciones sostenibles en el largo plazo. La violencia no cumple con ese criterio. La violencia, en todo caso, sería un recurso táctico, de corto plazo y que se aplicaría solamente en circunstancias muy concretas. Pero no puede renunciarse de una manera absoluta a ese recurso limitado y circunstancial a la violencia, que debería de ser un monopolio del Estado.
El gran problema es el clima de impunidad que reina en el país, no sólo en el tema los carteles sino también en otros como por ejemplo los feminicidios y violaciones. Y en temas no violentos, como es la defraudación fiscal, la corrupción, y otros muchos. Pero, en particular, la violencia como un delito de alto impacto, se favorece cuando hay la certeza de que se tendrá impunidad.
Esto ha ocurrido en muchos países. En la peor etapa de violencia en Colombia, una buena parte de los actos violentos se propiciaron porque se sabía que las autoridades iban a achacar a los narcos o a la guerrilla toda la violencia y que con eso ya se sentían eximidos de buscar más a fondo. Y como los narcos no iban a salir a decir que ellos no eran los causantes de tal o del cual asesinato, había una gran probabilidad de impunidad. Ya comenté en este espacio de mi experiencia en uno los peores años de violencia en Colombia. Supe, de primera mano, el caso del dirigente de un pequeño grupo dedicado al acopio de leche en la zona de Bogotá, un grupo pequeño que tenía 21 pipas, y a ese dirigente lo asesinaron para tener el control de este pequeñísimo grupo. Claro, la culpa de echaron a los narcotraficantes y ya no se investigó más. Hubo también una masacre de hombres, mujeres y niños, en una boda entre miembros de familias dedicadas a las esmeraldas.
Por supuesto, la culpa la echaron a los narcotraficantes. Incluso en el asesinato de Luis Carlos Galán, candidato presidencial, y que se adjudicó a los narcotraficantes, hubo una gran cantidad de rumores en el sentido de que los verdaderos autores del crimen fueron dirigentes de su propio partido. Por supuesto, para las autoridades de procuración de justicia es una situación muy cómoda. Al tener probables responsables, anónimos y en la clandestinidad, mismos que no pueden aparecer en público a negar esos crímenes, las investigaciones pueden dormir eternamente. Y los que tienen agravios contra otras personas, encuentran muy fácil cometer crímenes a sabiendas de que se los achacarán a otros presuntos culpables. Por no decir que, en un clima de violencia con impunidad, abundan los sicarios e incluso su costo se reduce enormemente. En Colombia, en 1989, el precio por un asesinato que no tuviera complicaciones (por ejemplo, si la víctima no tenía escolta) era de 500 dólares.
Y no es un tema únicamente colombiano. Ocurrió en Nicaragua, ocurrió en El Salvador, cuando las guerrillas estaban muy activas y los asesinatos no relacionados con esas luchas políticas, crecieron enormemente, sabiendo que cualquier asesinato que no fuera claro, se le iba a achacar a las guerrillas o a las fuerzas paramilitares. Y ocurrió en España, a durante la guerra civil, donde una manera de asesinar a los enemigos era acusándolos con el bando que dominaba una población, de ser agentes del otro bando. Algo que, con toda seguridad, está ocurriendo en el Medio Oriente.
La solución a largo plazo tiene que ser el imperio de la ley. Lo cual significa que los crímenes se investigan y se castigan conforme a derecho, y no se resuelven mediante masacres, fabricación de culpables, ni justicia tomada por mano propia. Sí, es muy difícil. Una de las grandes fallas de nuestro sistema, probablemente en la mayor parte de nuestra historia, es la falta de un auténtico estado de derecho. El cual tardará en establecerse y requiere un apoyo incuestionable por parte de la población. En un plazo aún mayor, la educación, la distribución equitativa y justa de los ingresos, son el sistema de prevención de la violencia. Pero sí se trabaja en ello y se abandona el tema de la impunidad, la situación no va a mejorar. Porque, hay que reconocerlo, la violencia la ejercen minorías, no la mayoría de la población. Y a esas minorías difícilmente se les convence de abandonar la violencia mediante becas de 3 600 pesos mensuales, por ejemplo.
Repito: es muy difícil. Y es tan difícil que ni siquiera se intenta. Me temo que se seguirán resolviendo temas como el de Sonora, diciendo que dos camionetas con tres señoras y una buena cantidad de niños, fueron confundidas con un grupo de sicarios buscando arrebatar el poder a los que dominan una zona. Porque es una solución cómoda, muy difícil de rebatir, y que no requiere mayor investigación. Se abrirán carpetas de investigación, se detendrán algunos sicarios a los que se les tratarán de colgar “el milagrito” y que, en una de éstas, un juez les permitirá salir por deficiencias en el debido proceso.
Como ciudadanos, como padres y madres en esta sociedad, nuestro reclamo debe ser por el fin de la impunidad. Y debemos estar dispuestos a tener que esperar, a lo mejor algunas décadas, para que esto se logre en plenamente. Mientras, por supuesto, hay que aceptar las soluciones parciales y de corto plazo que vayan construyendo una mejor situación, pero estando conscientes de que ni las acciones tácticas de violencia ni los perdones indiscriminados, generan soluciones de largo plazo. Que no haya impunidad, para que la justicia sea plena. Que tengamos, como nunca lo hemos tenido, un auténtico imperio de la ley. Ese es el tema y sólo una presión continua e incansable de la sociedad, puede lograrlo. Pero, repito, no será rápido.
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