Probablemente, la celebración más difundida en el mundo es la Navidad. No deja de ser algo singular: más de tres cuartas partes de la humanidad no creen en el nacimiento de Jesús de Nazaret y muchísimo menos en su divinidad. Sin embargo, en naciones donde no se tienen estas creencias y en sectores de países nominalmente cristianos, quienes no comparten dichos criterios, de todas maneras la celebran.
Es un fenómeno que se da de un modo parecido en otras creencias religiosas. Los budistas, por ejemplo, celebran el nacimiento de Buda. De hecho, a mí me tocó estar presente en Corea en el día en que se celebra su nacimiento. Pero, aún entre los creyentes de esa religión, el impacto de la celebración es mucho más moderado. Es un día de asueto: muchos visitan los templos de su religión, pero la celebración no tiene el impacto social que tiene la Navidad en muchos países. Y, por supuesto, no se celebra entre quienes no comparten esa religión. Y algo muy parecido ocurre con la conmemoración del nacimiento de Mahoma, que se celebra en los países islámicos, en algunos de los cuales se regalan dulces a los niños, pero que no tiene el mismo impacto.
Recientemente, con una poderosa campaña encabezada por una de las bebidas no alcohólicas más importantes a nivel mundial, se nos habla de la “magia de la Navidad”. No es que sea algo nuevo: el estudio de cine Universal Studios de los Estados Unidos, hace ya algún tiempo que celebra la Navidad con películas donde se habla de la misma y su magia, con historias de tipo romántico, que se dan en épocas navideñas, con situaciones de familias incompletas o reconstruidas, presentando con frecuencia la situación de las fuerzas armadas de este país, cuyos miembros se ven separados de sus familias en estas épocas y otros temas parecidos. Y en donde para nada se menciona a Jesús.
Tal parece que el propósito de esta secularización de la Navidad tiene el objeto de hacer que todos, crean o no en Jesús, se sientan llamados a celebrar una serie de valores que no son objeto de discusión. Es particularmente interesante el enfoque que trata de presentar la Navidad como algo mágico. Si nos atenemos al significado que le da el diccionario a la palabra magia, veremos que no hay congruencia con el concepto original de la Navidad. Efectivamente, según él diccionario de la Real Academia Española, magia significa:
Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales. Un concepto muy alejado del significado original que tiene la celebración navideña.
Es muy claro que estas fiestas tienen un fuerte componente comercial: regalos, celebraciones, felicitaciones y reuniones, significan un muy buen negocio para muchos. Por otro lado, uno podría argumentar que no tiene nada de malo el que se celebren reuniones de familiares y amigos, donde se recuerde el cariño mutuo, que se les hagan regalos de modo especial a los niños, se celebre La Paz y el Amor entre los seres humanos y otros muchos valores que de suyo son importantes. Pero no deja de ser una ocasión de desvirtuar el origen de esta celebración, cosa que nos atañe a quienes nos consideramos cristianos, pero que no tiene significado para aquellos que sin serlo celebran y adoptan valores que nosotros también compartimos.
Quienes creemos en Jesús de Nazaret, como el hijo del Dios vivo, no creemos que la Navidad se trate de magia. Creemos en la misericordia del Padre que nos ha dado en mayor de los regalos: su Hijo, el que nos ha dado el perdón de los pecados y la vida eterna. Y que también predicó entre nosotros el amor de unos a los otros, el cariño por los niños, parientes y amigos, el anhelo de Paz entre los humanos. La mejor manera de celebrar estas fechas es agradecer esos regalos de Jesús y compartir con quienes no tienen nuestras creencias, los valores universales que todos compartimos.
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