La Humanae Vitae, cincuenta años después

El invierno demográfico es una realidad en Europa, Asia y próximamente en América Latina.


 


Hace casi 50 años, el Papa Paulo VI promulga la encíclica Humanae Vitae, una de las encíclicas más rechazadas por amplios sectores católicos y, por supuesto, en los medios. Lo que se recuerda más sobre esa encíclica es el rechazo a los medios artificiales de contra concepción, a pesar de que su contenido tiene una gran riqueza doctrinal en los aspectos de la relación matrimonial.

Vale la pena recordar el contexto de esta encíclica. Ocurre en los años inmediatos al cierre del Concilio Vaticano II, un momento de confusión de la Iglesia, confusión que le llevó a Paulo VI a decir, pocos años después: “Se diría que a través de alguna grieta ha entrado, el humo de Satanás en el templo de Dios. Hay dudas, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación.”

Ante el tema del uso de medios físicos y químicos para evitar la concepción, Paulo VI nombró un comité de expertos para la redacción de un documento preparatorio a la Encíclica, al cual estuvo convocado Karoll Wojtyla, obispo de Cracovia y futuro Papa Juan Pablo II, quien no pudo asistir por la obstrucción del gobierno comunista polaco. El comité propuso una aceptación de los medios anticonceptivos, punto que el Papa rechazó, explicando sus razones en la propia encíclica.

Aunque hay algunos que hablan de que la Encíclica causó una “explosión” de la cantidad de familias numerosas, las estadísticas muestran otra situación. En Europa, la encíclica fue ignorada por muchos matrimonios y en América Latina, el tamaño de la familia se redujo a la mitad entre 1970 y el año 2000, tanto en zonas urbanas como rurales. Este rechazo en la práctica a una directriz papal no provocó una herejía. Las parejas que no siguieron la encíclica no dejaron la Iglesia ni formaron otro cisma. Pero su relación con la Iglesia se enfrió. Paulo VI seguramente previó este peligro. Pero, valientemente, siguió su conciencia y mantuvo la postura que consideró verdadera. Sin importar consideraciones de popularidad o el riesgo de alejar a un grupo importante de católicos.

Hoy vemos las consecuencias. Los daños de los métodos químicos son cada vez más evidentes. La epidemia de infertilidad crece, y no se estudia su relación con el uso de anticonceptivos antes del matrimonio y en los primeros tiempos de este. El invierno demográfico es una realidad en Europa, Asia y próximamente en América Latina. Ante la falla de los medios físicos y químicos, se recurre al aborto como medio de limitar el tamaño de la familia. El sexo, en sus funciones procreativas y unitivas, se considera como una diversión que trivializa el concepto sagrado de la vida.

Cuando se emite la Encíclica solo existía el método del ritmo como un medio natural para espaciar los hijos.

Inmediatamente después viene el llamado método Billings y, al parecer, nada más. La investigación médica no ha seguido en este campo. Y, al menos de una manera púbica, tampoco sobre los efectos en la mujer del uso de medios físicos y químicos de control natal.

En las parroquias, en medios católicos, el tema del control natal es cada vez menos mencionado. Otros problemas más acuciantes, como el aborto, dominan el debate y, a veces, el control artificial de la natalidad se ve como un mal menor frente al aborto.

Probablemente la mejor conmemoración de la Humanae Vitae sea releerla, analizarla a la luz de cincuenta años de una amplia adopción de los métodos artificiales de control, ver la riqueza de su contenido que rebasa por mucho el tema del control natal y profundizar la investigación médica sobre los interrogantes que propone la encíclica y la naturaleza de la concepción del ser humano, para la salud de la mujer.

 

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