Las organizaciones de la sociedad civil tienen como función complementar lo que hace el Estado y representar a grupos con intereses especiales que no son mayoría. De muchos modos, son un contrapeso frente al Estado.
En algún momento de la campaña presidencial, Andrés Manuel dijo que tenía desconfianza sobre las organizaciones de la sociedad civil. Su declaración fue tomada por algunos como una especie de declaración de guerra de parte del actual presidente. Ahora que se han mencionado que los donativos a organizaciones de la sociedad civil ya no serán exentos de impuestos, hay quienes han unido ambos acontecimientos y ven una intención de la administración federal de acabar con las organizaciones de la sociedad civil.
Habría que empezar por definir qué se entiende por la sociedad civil y sus organizaciones. Porque, estrictamente, el Estado es una organización construida por la sociedad y la familia, que es la mínima expresión de la sociedad, también es una pequeña sociedad. El término de “organizaciones intermedias” describe las que están entre el Estado y la Familia.
En todo caso, en lo que se llama “sociedad civil” caben organizaciones culturales, filantrópicas, gremiales y de muchos otros tipos. Su función es complementar lo que hace el Estado y representar a grupos con intereses especiales que no son mayoría. De muchos modos, son un contrapeso frente al Estado y actúan contra lo que Tocqueville llamaba “la tiranía de la mayoría”, que veía como un problema de la democracia.
¿Qué pasa si el gobierno quita la exención de impuestos a estos grupos? En opinión de muchos, es la muerte de esas organizaciones. Y la razón es que la mayoría de los donantes para obras sociales, filantrópicas, políticas y de muchos otros tipos, exigen esa exención como condición para aportar fondos a las mismas.
Detrás de ello, yo veo una oportunidad. A corto plazo, sí se dará una reducción significativa a los ingresos de esas organizaciones. Pero a largo plazo, podría significar un fortalecimiento de esas organizaciones. ¿Por qué? En mi opinión, se requerirá aumentar y profesionalizar el esfuerzo de recaudación de fondos y, más importante, el convencimiento a fondo de los donantes sobre la necesidad de sus aportaciones.
Muchos dirigentes de estas organizaciones presentan el tema en términos de “todo o nada”. Si no hay exención, las aportaciones se volverán cero, dicen. Y puede que tengan razón, pero eso habla de que no se ha logrado un total convencimiento de la necesidad de estas instituciones. La exención significa una reducción de la cantidad de impuestos del 30% del valor de la aportación. No se reduce la totalidad de la cantidad aportada. Únicamente el 30% de lo que se pagaría sin la aportación. Ese sería el riesgo, si la reacción de los donantes fuera totalmente racional. Pero si no hay un total convencimiento, eso sería un pretexto para dejar totalmente de aportar.
De todos modos, reducirle el 30% de sus ingresos a las organizaciones intermedias, significaría un problema importante. Lo cual obligaría a las mismas a buscar más intensamente patrocinios y mejorar el convencimiento de sus patrocinadores. Por supuesto, eso fortalecería a las organizaciones y los haría menos dependientes de la buena voluntad del gobierno. A largo plazo.
Sin ser el mismo asunto, se presenta un tema similar en otras organizaciones intermedias: los organismos gremiales conocidas como cámaras industriales, comerciales y de servicios. Creadas por el gobierno de Lázaro Cárdenas, se hicieron obligatorias para los agremiados quienes deberían pagarles una cuota proporcional a sus ingresos. Quienes no pertenecían a esas cámaras, no podrían ser proveedores del gobierno, lo cual era un problema mayor. Y eran sujetas a otras limitaciones. Cuando se les quitó esa obligatoriedad, las cámaras se debilitaron notablemente y algunas de las más poderosas tuvieron que limitarse fuertemente. Su poder y su influencia vino mucho a menos. Por otro lado, organizaciones que no eran obligatorias no sufrieron esa reducción. Y algunas cámaras que buscaron maneras de dar servicios a sus agremiados, se fortalecieron. Recuerdo el caso concreto de la Cámara de Comercio en Pequeño de la Ciudad de México, acostumbrada a dar mucho servicio a sus agremiados, y que no sufrió como las otras cámaras.
Hay un asunto real. Si la existencia de las organizaciones intermedias depende de las buenas voluntades de los gobiernos, serán siempre susceptibles a amenazas y bloqueos de los gobernantes. Y los gobiernos con enfoque estatista, que quieren centralizar todo en sus manos, ven como una amenaza el que haya organizaciones que demuestren que otros pueden resolver problemas que ese gobierno no puede resolver.
La realidad es que necesitamos organizaciones intermedias fuertes. Debemos estar preparados a apoyarlas, con nuestro tiempo, con nuestras aportaciones y también con nuestra crítica constructiva. No le conviene a la sociedad que desaparezcan.
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