La disolución de los partidos

La ciudadanía mexicana ya está harta de sus partidos políticos. Algunos de los propios partidos están en una situación de autodestrucción y a los otros los mantienen unidos las ambiciones y las ilusiones políticas. Esto a los políticos no les ha importado mayormente. Se sienten indispensables y piensan, con razón, que la mayoría de los mexicanos queremos democracia. Pocos son los que quieren anarquismo, ni siquiera en el sentido clásico del término, ni mucho menos una dictadura civil o militar. El mensaje oculto de los partidos es: “O nosotros o la dictadura”.


Sin partidos politicos


Hay algo de falso en el concepto de que no puede haber democracia sin partidos. La hubo en Grecia, la hubo en Islandia, con un parlamento que se inició en el siglo X, y en las primeras décadas de vida independiente de los Estados Unidos. En general, se considera que los partidos como los conocemos empezaron a finales del siglo XVIII o principios del XIX. De modo que sí puede haber democracia sin partidos.

Los partidos políticos mexicanos han dejado de representar a la ciudadanía. Ya no se definen por una corriente de ideas específica. Incapaces de convencer mediante la razón, ahora confían en manipular nuestros sentimientos mediante la mercadotecnia política. Y les funciona, gracias a que una gran parte de la población, acondicionada por la televisión y otros medios, hemos confundido el sentir con el razonar. Creemos que tenemos una lógica, cuando la mayor parte solo usamos las emociones.

¿Qué nos espera? En un extremo, lo ideal sería sustituir los partidos políticos actuales por completo y reagrupar a una clase política mejor orientada, de acuerdo con distintas corrientes de pensamiento y que no vieran el poder político como un botín y una fuente de enriquecimiento. Una utopía, en el sentido de un ideal posiblemente inalcanzable.

En el otro extremo, podríamos caer en la pulverización de la clase política, un modelo a la italiana con docenas de partidos que solo pueden gobernar por coalición y que producen gobiernos muy poco estables. Como en Italia que, en poco más de 70 años desde el fin de la segunda guerra mundial, han tenido más de 50 cambios de gobierno.

Personalmente, no creo en una autocorrección de la clase política. Creo sinceramente que hay buenos políticos, pero son pocos o son superados por los corruptos, que tienen las palancas del poder en los partidos. La corrección debe venir de una ciudadanía formada y pensante. Comprometida y vigilante, sanamente escéptica, que no se crea a la primera lo que le digan o le ofrezcan una clase política que se ha ganado a pulso los últimos lugares en las mediciones de confianza ciudadana. Y que no se preocupe de la política solamente en las temporadas electorales, sino que vigile de cerca a los funcionarios que hemos elegido y les haga oír, fuerte y claro, lo que no nos parece de sus decisiones. No les va a gustar, dirán que somos injustos, que no les reconocemos sus arduos esfuerzos. nos tratarán de manipular emocionalmente y distraernos con eventos que nos lleven a preocuparnos de otros asuntos. Pan y circo, decían los gobernadores romanos. La nuestra es una lucha de constancia, de no distraernos con facilidad, de no dejar de tener claro que muchos tratan de ver por ellos mismos y no por la nación. 

Porque no son los políticos quienes nos van a salvar.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

 

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