No podemos como Iglesia seguir incomunicados.
Tal vez una las tareas más importantes de la Iglesia Católica sea la de comunicar. Comunicamos muchas cosas: conceptos, afectos e incluso cosas aparentemente incomunicables, como puede ser la Gracia. Esa comunicación, sin embargo, no es fácil.
Los días 14 al 18 de octubre tuvo lugar en Ciudad Juárez el XXVI Encuentro Nacional de Pastoral de la Comunicación (ENPC), con la asistencia de varios obispos, presbíteros y religiosas, así como seglares dedicados a la comunicación social de las diócesis y otros comunicadores católicos.
Como asistente mediante los medios virtuales a este encuentro, tengo varias reflexiones que vale la pena compartir. La primera es un sentimiento de alegría al ver el tesoro de conocimiento que significan estas conferencias que se están transmitiendo a todo el país. Por otro lado, no deja uno de sentirse mal, como comunicador, al darse cuenta de que mucho de este tesoro no está llegando a sus destinatarios.
Un tema, que el arzobispo de Monterrey, don Rogelio Cabrera puso sobre la mesa, es la dificultad en los idiomas que se manejan. Me explico. En la comunicación de la Iglesia Católica usamos diferentes lenguajes. Uno es el lenguaje episcopal. Un lenguaje inconfundible, con elementos de teología y filosofía, argumentos extensos, detallados y muchas veces de difícil comprensión para el pueblo católico. Otro es el lenguaje del clero, el de los presbíteros, que, aunque más cercano al de la población, también muchas veces no es totalmente comprensible. Y muchas veces, por contagio, los seglares a cargo de la comunicación de las diócesis asimilan estos lenguajes y los emplean en su comunicación. Y, por supuesto, el lenguaje de los católicos más cercanos a la Iglesia, que muchas veces no es comprendido por la población en general.
El propio arzobispo dijo, en un panel al final del segundo día, que sólo diez y siete por ciento de los que nos declaramos católicos en el censo, asistimos a la misa dominical. Sí, el resto nos declaramos católicos, bautizamos a nuestros hijos y enterramos a nuestros muertos de acuerdo con la liturgia católica, pero nuestro contacto con la Iglesia es limitado.
Se presentó, parcialmente, el Proyecto General de Pastoral, como la visión que tiene nuestra Iglesia Católica de la situación de México y de la propia Iglesia. Como algunos de ustedes saben, yo soy profesor de adultos y doy clases de maestría. En otras palabras, mis alumnos son parte del uno por ciento más educado de nuestra población. Estoy dispuesto a apostar lo que sea a que, si entrego este Proyecto a mis alumnos, la inmensa mayoría solo entenderá una pequeña parte. O sea que, si las proporciones se mantienen, una proporción mínima de la población entendería este documento. No digamos si le damos el mismo a un carpintero, por ejemplo.
El señor arzobispo de Monterrey hizo un comentario muy importante. Hacen falta traductores y ese, dice él, es el papel de los comunicadores. Traducir las comunicaciones del episcopado en términos que sean comprensibles para la población. Y, opino yo, no sólo para los católicos que asistimos a misa, sino para la población en general. El tema, en mi modesta opinión, va más allá de una traducción. Se trata de una auténtica hermenéutica, palabra dominguera que quiere decir la ciencia de la interpretación de contenidos, aunque los escolásticos la veían también aplicable a la interpretación de la revelación que Dios nos da mediante la Naturaleza.
Desde luego, el tema no es sólo traducir el contenido. Más allá de las palabras: el tono, la ternura del mensaje, las habilidades para generar una narrativa, el matiz lúdico y de fantasía, así como la creación de imágenes, conceptos que mencionó don Rogelio, no son fáciles de traducir. Por otro lado, la traducción es más que el trabajo de un traductor. Por más que el traductor sea muy capacitado, siempre tendrá que regresar con el creador del mensaje para asegurarse de que no está interpretando mal lo que se quiere trasmitir. Y dada la gran cantidad de ocupaciones que tienen los señores obispos, esto no es una tarea fácil.
Pero, claramente, es una labor imprescindible. No podemos como Iglesia seguir incomunicados. Nos falla la comunicación al 17% de la población, los que asistimos a misa y también debemos llegar a todos los demás. No debemos de conformarnos con predicar sólo a los que ya están convencidos.
Tenemos, afortunadamente, un modelo de comunicación insuperable: los evangelios. Siendo muy profundo el mensaje del Señor Jesús, se expresa en términos que cualquiera puede entender. Por dar algún ejemplo, la parábola de la mujer que pierde una moneda y barre su casa hasta encontrarla, está al alcance de cualquier persona. Y ése debería de ser nuestra meta: transmitir un mensaje muy entendible, que el mundo necesita, aunque no lo sabe. Y transmitirlo de tal manera que este maravilloso tesoro lo comprenda el mayor número de personas y les haga el mayor bien posible.
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