Termina la “precampaña” y las pre propuestas de los pre candidatos ya han establecido, salvo alguna sorpresa de última hora, que en sus plataformas no hay mucho o nada para la clase media. O tal vez hay demasiado.
De lo que hay demasiado es que todo lo que se propone significa más gasto público. Algo que entusiasma a muchos, desde empresarios deseosos de que el Gobierno sea el motor de la economía, como lo fue durante la dictadura perfecta, hasta los corruptos que saben que, a mayor gasto público, mayores oportunidades. Y es porque todos, candidatos, partidos y parte del electorado olvidan que el gasto público solo puede venir de los impuestos y que, por mucho, los impuestos vienen mayoritariamente de la clase media. Por eso los candidatos no tocan el tema. O se refugian en la ilusión de que bastaría que no hubiera corrupción para que el dinero bastara y sobrara. Cosa que nadie ha podido demostrar.
Es verdad que todos pagamos impuestos, aún sin saberlo. Hasta los más pobres y los que trabajan en la economía informal, terminan pagando impuestos en el IVA al consumo, en el impacto del impuesto a las gasolinas y en los impuestos que pagan las empresas y les trasladan a sus productos. Pero, además, la clase media paga impuestos por sus ingresos y tiene escasas oportunidades de recuperar el IVA. Las grandes empresas y los grandes capitales, según las leyendas urbanas, pagan muy pocos impuestos. Gracias a que pueden pagar asesores que les buscan las exenciones y excepciones que establecen las leyes fiscales.
Parte del problema, creo yo, es que no es claro cómo definir la clase media. Según el CONEVAL en 2016, el número de pobres en México fue de más de 53 millones, 43.6% de la población. No queda tan claro cuántos ricos hay en el país, pero hay quien estima que es el 6% de la población. Lo cual, de ser cierto, dejaría la clase media en el 50.4% de la población. Eso, si le creemos al muy discutido cálculo del CONEVAL que cambió hace pocos años el modo de medir la pobreza sin dejar un modo de comparar con los datos medidos con el método anterior.
A nivel mundial la línea de la pobreza, de acuerdo con Banco Mundial, es de dos dólares por persona al día. Medida de acuerdo con el poder de paridad de compra. Porque dos dólares no compran lo mismo en Suiza que en Etiopía. O en México. Eso significa que, en México, con el salario mínimo de 88 pesos por día, una familia de cuatro miembros con un solo ingreso equivalente al doble del salario mínimo está apenas pasando la línea de la pobreza. O sea, ya sería de clase media. Pero no es claro cuando una familia sobrepasa el nivel de clase media y empieza a ser clase rica.
La clase política, muchos con ingresos que los colocarían en las clases más adineradas, tienden a ver esta situación en términos de blanco y negro. Hay ricos o pobres. Y los que no son pobres, dicen, que paguen impuestos. Ellos no, por supuesto. Muchos políticos tienen sueldos libres de impuestos.
¿Qué hacer? ¿Cobrarles más impuestos a los pobres? ¿Exprimir todavía más a la clase media? ¿Hay suficientes ricos como para pagar las ofertas faraónicas de nuestros flamantes candidatos? El más elemental sentido común nos diría que hay que reducir el gasto público, dejar más recursos en el verdadero motor de la economía que son las clases medias y, por supuesto, asegurar que esos recursos públicos no se demeriten por la corrupción. Pero, desgraciadamente, los candidatos no mencionan esa reducción ni de broma. Ojalá algún independiente tome esa bandera. Pero me temo que no lo veremos. Solo queda que la clase media proteste vigorosamente y exija a la clase política que regresemos al buen sentido en lo económico.
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