Ante una tragedia mundial, como la actual pandemia, la construcción de culpables está a todo lo que da. No solo basta con encontrar imprudencias: estamos buscando el dolo.
Uno de los rasgos característicos de nuestra cultura nacional es el deseo de encontrar culpables, para cualquier desgracia o dificultad que tenemos. Para cada problema, debe haber un culpable, alguien específico, a quien podamos castigar. No aceptamos que, para muchos problemas, todos compartimos una parte de la culpa. No: nosotros, la sociedad, nunca somos los culpables. Siempre hay alguien, el proverbial “extraño enemigo” (el Masiosare) que tiene la culpa de nuestras penurias.
Y no siempre es por un afán de justicia, de auténtica justicia. Muchas veces se trata solo de un “desquite”. Como aquella frase de nuestros ancestros: “No quiero saber quien me la hizo, quiero saber quien me la paga”. Aunque no sea el verdadero culpable. De ahí la prospera industria de la fabricación de culpables, que hizo tristemente célebres a los “judiciales” y que tanto trabajo sigue costando eliminar. Sí, tenemos verdaderos expertos en la creación de “chivos expiatorios”.
Claro, esta lacra es más visible entre las facciones políticas, expertas en asignar culpas a los opositores de turno. Pero, desgraciadamente esta costumbre está presente muchas veces desde la familia. Empezando por los alegatos de los niños: “Yo no fui, fue mi hermano, fue mi primo. Ellos empezaron”. Y, cuando oye uno a los políticos, nos parece haber vuelto a esos días infantiles de las acusaciones mutuas.
Claro, ante una tragedia mundial, como la actual pandemia, la construcción de culpables está a todo lo que da. No solo basta con encontrar imprudencias: estamos buscando el dolo. Por supuesto, el villano favorito es quien está a cargo de las instituciones. Pero, para defenderse, muchas veces también ellos culpan a médicos, personal de salud, fabricantes de medicamentos, organismos técnicos y quien se nos ocurra la semana próxima.
No quiero decir que no haya habido fallas. O imprudencias. Pero no reconocemos que estamos ante una situación inédita y que, por más que nos guste creer que ya la humanidad tiene todas las respuestas, la verdad es que desconocemos todavía muchísimo. Hace menos de dos años que sabemos del COVID-19 y, la verdad, todavía no lo entendemos bien. Tenemos explicaciones provisionales sobre el modo como se contagia. Y, con ese conocimiento limitado, recomendamos acciones que creemos que funcionarán. Pero, la verdad, ni nuestro país ni los países con alto nivel tecnológico y médico tienen respuestas infalibles. Solo hay que ver los problemas y las recaídas que han tenido esos países, a pesar de su alto nivel de conocimiento. ¿Qué podemos esperar de un país, como el nuestro, donde se invierte cada vez menos en educación e investigación pura y aplicada?
Lo cual tampoco es motivo para no tomar medidas. Aunque sean medidas provisionales, lo prudente es ponerlas en práctica. Como las vacunas, por ejemplo, que tienen aprobaciones provisionales, temporales, pero que no podemos dar el lujo de esperar varios años hasta tener aprobaciones definitivas. Hay que usarlas ya.
Finalmente, esta costumbre de encontrar culpables se está dando en las familias. He visto casos donde en una familia tienen la trágica situación de caer enfermos de COVID-19 y donde sus miembros se empeñan en acusaciones mutuas. “La culpa la tiene Juanito”, “No, Pedro fue muy imprudente”, “Lo que pasa es que no se cuidan”, “Eso pasa por no vacunarse” y otras frases por el estilo. Como si todos fuéramos expertos en prevención de enfermedades. La verdad, como si no bastara la tragedia y el temor, nos dedicamos a culpabilizar a los enfermos y a los que los cuidaron. Conozco casos muy graves donde el enfermo, que ha quedado con severas secuelas, tiene que además que cargar con el sentimiento de culpa por haber sido, supuestamente, el que llevó la enfermedad a la familia. Pero no hay certeza de que los aparentemente sanos, no hayan sido asintomáticos y sean los que verdaderamente transmitieron la infección a la familia. No necesariamente el primero con síntomas fue el que contagió a los demás.
Ojalá no me vea en ese caso. No sé cómo reaccionaría. Pero creo que, por esta vez, todos debemos cuidar nuestras reacciones y evitar esas acusaciones que, al parecer, se ven justificadas pero no lo son. Por el bien de todos.
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