Si todo esto continúa como hasta ahora, el resultado será una era triste, sin sentido ni futuro, quejosos de los gobiernos y de las circunstancias, alérgicos al estrés.
No es que la era actual sea muy brillante, pero tiene lo suyo:
• Una creencia bastante generalizada en que las dictaduras no son el mejor método de gobierno… hasta que encontramos que hay nostálgicos que sí asumen que se requieren “gobiernos fuertes”.
• Logros y avances en la medicina… hasta que aparece la pandemia y muestra los huecos y las fallas de sistemas que se consideraban blindados.
• Avances en educación universal… que se derrumban cuando hay pocas opciones de la enseñanza presencial, quedando claro que la tecnología no facilita la enseñanza y requiere de una gran disciplina, que la mayoría no tienen.
• Estamos en una civilización que intenta tener un enfoque global, con un sistema multilateral… pero que empieza a desmoronarse a causa de los localismos (Brexit, La Pen, los muchos adeptos de Trump).
En el fondo encontramos al ser humano a quien le cuesta encontrar sentido a su vida; observamos el cansancio de los jóvenes y de muchos viejos que no aceptan el esfuerzo:
• Esfuerzo de pensar, el esfuerzo de aceptar los riesgos.
• El esfuerzo de intervenir en el gobierno, porque es más cómodo poner el futuro de la sociedad en manos de las castas políticas; porque es difícil tomar nuestro futuro en nuestras manos, en temas como la educación, la cultura, la innovación. Y esperamos que los gobiernos lo hagan por nosotros.
• El miedo al riesgo, a la austeridad que se requiere para construir los patrimonios de las nuevas generaciones.
Si todo esto continúa como hasta ahora, el resultado será una era triste, sin sentido ni futuro, quejosos de los gobiernos y de las circunstancias, alérgicos al estrés.
Se habla de una generación frágil, una que con mucha facilidad se quiebra, como si fuera un vaso de vidrio. Hombres y mujeres que no resisten el esfuerzo, que se cansan con facilidad y que se dan por ofendidos a las primeras objeciones que se les ponen a sus ideas… u ocurrencias, como es frecuentemente el caso.
Pero es un tanto injusto achacar de esta actitud a una generación. No, no son sólo los adolescentes. Son los adultos jóvenes, los hombres y mujeres con autoridad en nuestra sociedad, los ancianos que abdican de su función de aconsejar y apoyar. Ciudadanos y políticos con una “piel muy delgada” que se dan por ofendidos, que sienten que se les falta al respeto si se cuestionan o analizan sus acciones.
Tristemente, lo que estoy comentando tiene mucho que ver con la etapa de decadencia de muchas civilizaciones. Pero también es cierto que esto no es una situación irremediable. Ante la decadencia, hay sociedades que han tenido una reacción vigorosa, que se han sacudido la modorra que los invade, asumen los valores fundamentales que les dieron origen y recuperan la fuerza de su sociedad.
A veces, se requiere de una situación dura: invasiones extranjeras, crisis económicas muy profundas, guerras y, usted perdone la mala palabra, pandemias. Ante esas situaciones angustiantes, los mejores de la sociedad reaccionan. Y no necesitan ser muchos: solo se necesita que tengan capacidad de arrastre, capacidad de convencer. Porque son los líderes los que pueden mover a aquellos que aún no están paralizados por las situaciones que están viviendo. Sí, la respuesta está en las minorías, minorías valientes y dispuestas a hacer todo lo necesario para salir de esta oscuridad, de esa parálisis que al parecer nos está aquejando. Amiga, amigo: ¿está usted dispuesto a formar parte de esa minoría que hoy nos está haciendo falta? Si es así, bienvenido. Nos hacen falta. Tal vez no encuentren mucho apoyo, al menos al principio. Pero tengan la certeza de qué podrán ver el cambio radical de nuestras situaciones.
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