En estas semanas pasadas hemos tenido marchas y contramarchas, unos a favor de que “el INE no se toca”, mientras otros que, inicialmente marcharían a favor de una reforma electoral, cambiaron después por una idea de apoyo al Presidente de la República y terminaron como una especie de “marcha de la felicidad”, donde asistirían para demostrar que están muy contentos con el desempeño de la 4T y deseosos de escuchar el informe del presidente.
No faltaron las acusaciones mutuas: mientras unos acusaron a unos marchistas de ser clasistas, fifís y conservadores, sus contrarios acusaron a los participantes de la segunda marcha de ser acarreados. Y, por supuesto, hicieron las cuentas del costo de este evento de apoyo al Presidente de la República, del cual se dijo que tuvo un costo superior a los 500 millones de pesos. Cifra muy difícil de confirmar, porque en esos casos raramente se emiten facturas o recibos.
Una de las preguntas importantes de estos casos es: ¿realmente influyen estas marchas?
A nivel de los medios seguramente tienen una influencia, pero la pregunta importante es cuánto influyen a la hora de las elecciones.
Los números de participantes son muy difíciles de comprobar. Mientras que el Gobierno Federal dicen que los que participaron en la “marcha de la felicidad” fueron alrededor de 1 millón 200 mil, los números de la primera marcha son mucho más variables. Desde la estimación que se hizo en la Ciudad de México de 10 mil a 20 mil participantes, número realmente ridículo, hasta los estimados de algunos organizadores, con hasta 800 mil participantes entre la Ciudad de México y las decenas de ciudades que participaron.
Pero estos números son mínimos en comparación con el número de ciudadanos inscritos en el padrón electoral, revisado el noviembre pasado, que son 95 millones. De acuerdo con ello, en la marcha de la 4T estuvieron el 1.3% de los votantes registrados, mientras que la marcha en favor del INE obtuvo aproximadamente el 0.8% de los mismos. Cantidades muy escasas para modificar los resultados de las elecciones federales del año 2024.
En todo caso ambas manifestaciones tuvieron el resultado de convencer a los que ya están convencidos. Difícilmente se pueden encontrar en ninguna de las dos, argumentos que hagan que los que ya están decididos por la 4T o por la oposición, cambien de opinión en vista de lo expresado por estas marchas.
Justamente en la víspera de la marcha de la 4T me tocó estar junto a dos ciudadanos convencidos de los frutos de esta administración y de la gran felicidad que ha traído a la población. Estuve escuchando pacientemente sus argumentaciones, pero era bastante claro que el debate no estaba destinado a convencerme a mí. Estaban tratando de convencer el uno al otro de cuál era el que estaba más comprometido y quién podía decir más argumentos a favor de la 4T. Para todo efecto práctico, yo jugué el papel de un florero, de un objeto que no había que tomar en cuenta, que era innecesario convencerlo con sus argumentos. Porque claramente no estaban dispuestos a escuchar ninguna otra opinión.
De fondo, su gran argumento consistió en demostrar que las administraciones anteriores estaban peor que la actual. En términos muy básicos el razonamiento era que si los otros están mal quiere decir que su líder está bien. O sea que no podían admitir que haya más que la proverbial “no hay más que 2 sopas”. O en términos un poco coloquiales, “si tú estás mal quiere decir que yo estoy bien”.
Pero al final lo único que cuentan son los votos. Probablemente el mayor efecto está en el ánimo de los participantes, que realmente serán los que tratarán de convencer a la población de las bondades de sus propuestas. Ahí sí puede haber un resultado interesante. Ambos bandos quedaron en un nivel triunfalista y con esa actitud enfrentarán los próximos comicios.
A la oposición probablemente le haya beneficiado el hecho de que los partidarios de la 4T pudieron comprobar la capacidad de movilización, voluntaria o involuntaria, que tuvo la maquinaria de su Movimiento. Porque al final del sexenio lo que cuenta son los números de votantes a favor de una u otra fórmula, independientemente de si ocurrió porque hubo acarreo, amenazas o argumentos falsos. La oposición se beneficia con los resultados de la “marcha de la felicidad”: le queda una idea clara de lo que les espera en las elecciones del 2024 y probablemente será un incentivo para que redoblen sus esfuerzos, multipliquen su capacidad de movilización y, sobre todo, que cuiden más el desarrollo y la comunicación de sus argumentos. Un tema en que no han sido particularmente exitosos. Como ya se ha comentado en estas líneas, la oposición no ha podido tener argumentos convincentes: se han limitado a ser reactivos y muy poco propositivos. Es posible que el resultado de estas marchas los sacuda y los convenza de que tienen que hacer más para convencer al electorado. Por otro lado, el gran riesgo de la 4T es que, dado el resultado de los números en las marchas, se confíen pensando que ya todo está ganado.
¿Cuál es la reacción de la ciudadanía? Poco se habla de ello. En las encuestas valdría la pena preguntar a los consultados cuántos cambiaron de opinión como resultado de estas marchas. En mi humilde opinión me parece detectar un hartazgo de la ciudadanía, que ya no cree en nadie. Por otro lado, podría haber una reacción mucho más saludable. El convencimiento de que los ciudadanos tenemos que participar más activamente en cuestiones de política y la convicción de que hay que tratar de entender más a fondo las posiciones que están en juego para el 2024. Ojalá que tenga razón.
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