El tema obligado, en los días recientes, fueron los comentarios sobre la toma de posesión de la presidenta Claudia Sheinbaum. Aparentemente, existió un guion para esa ceremonia, el cual incluyó temas de tipo político, ideológico y cultural.
Un guion que fue un homenaje centrado en Manuel López Obrador, en lo que dominó el relato de logros del sexenio anterior y el aplauso a su presidente. Desde su llegada: el lento acceso de Manuel López Obrador, en contraste con el arribo mucho más rápido de la doctora Sheinbaum, deteniéndose menos a recibir abrazos y posar para los “selfis”. Una ceremonia con tinte partidista, poco republicana, excepto por el beso de la presidenta Sheinbaum a la ministra presidenta de la Suprema Corte.
En el discurso de la presidenta, algunas Ideas que resaltan, probablemente porque parecerían innecesarias. Por ejemplo, el ofrecimiento de que gobernará para todos. Como si no fuera una obligación del Ejecutivo y un derecho de la ciudadanía. No debería ser de otra manera. No se esperaría que se dijera, públicamente, que la presidenta gobernaría sólo para la fracción dominante.
Otro ejemplo es el guiño a los inversionistas, diciendo que no cambiarán las reglas y que se cumplirán los compromisos que ha adquirido el gobierno. Como si fuera algo optativo. Como si no fuera algo que se espera de cualquier gobierno democrático. Es interesante analizar los discursos de aceptación, de toma de posesión de gobiernos, en otros países democráticos. Esos son temas que no se tocan, que se dan por hechos, porque así es una sociedad democrática. Pero aquí, aparentemente, se ve la necesidad de hacerlo.
Y en compensación, en respuesta, se espera que los accionistas, el sector empresarial, inviertan más en el país. Y que cumplan con la Ley. Más allá de lo que ocurrió durante el sexenio de López Obrador, donde efectivamente aumentó la inversión, tanto extranjera como nacional, pero fundamentalmente por una reinversión de las utilidades, con muy escasa aportación de lo que llaman “dinero fresco”: proyectos que parten de cero, que no son meramente mantener la participación que ya existe. Además de un compromiso de no sacar las utilidades del país, que es lo que sería de temer. En realidad, se necesita mucho más que eso.
Estamos viendo en esta toma de posesión una línea, similar a la de los ofrecimientos de campaña, donde aparentemente parecería que la señora presidenta se está ganando la selección como candidata. De la ceremonia en el Zócalo de la Ciudad de México, hay una serie de puntos que son copia de los ofrecimientos del régimen anterior. Con algunos asuntos que destacan, de los cuales probablemente dos son los que más llaman la atención. Precisamente, porque se salen del guion.
Uno es reducir la actividad de Pemex, con énfasis en la producción para el consumo interno y reducir sustancialmente las exportaciones. Algo que va en contra de las ideas de los últimos 80 años o más, donde se trató de tener en Pemex una fuente de divisas, gracias a la exportación. Por otra parte esto, ciertamente, hace sentido, porque cada vez tenemos menor capacidad de extracción de petróleo crudo.
Por otro lado, hablar de las energías limpias. Nosotros estamos comprometidos mundialmente a cumplir con la Agenda para el año 2030, un convenio que difícilmente podremos cumplir, pero al cual nos comprometimos con los organismos internacionales. Esto significa dar un giro importante a las ideas de los que dirigieron la CFE.
La participación privada y social en la generación de energías limpias, no fueron prioridad en el sexenio anterior y, claramente, fueron vistas con desconfianza, para volver a darle la primacía en la generación a la Comisión Federal de Electricidad. Se habla ahora de mayor participación privada en la generación de energía y también que, en la vivienda social. se incorpore la generación a través de energía solar. Y esto tendría que ser parte de la propiedad de cada uno de los dueños de esa vivienda social.
La gran cuestión que no se ha resuelto, no solo en estos eventos, sino en general, en toda la discusión que tenemos en el país, es la pregunta: ¿de dónde saldrá el dinero? Como ocurrió durante la campaña. Y no fue solo la presidenta Sheinbaum quien no le dio suficiente respuesta. Los demás contendientes, en los diversos órdenes de gobierno, tampoco lo hicieron. Este es un gran problema. Todos le han dado la vuelta a la cuestión de una reforma fiscal. Lo cual tiene algún sentido, al tratar de evitar que se espanten los inversionistas nacionales y extranjeros.
En el sexenio de López Obrador, se hablaba de que seguiremos teniendo recursos importantes a obtener, porque tuvimos décadas de corrupción y que eso se puede recuperar y darle un buen uso. Pero es muy poco creíble que la corrupción que se haya acumulado en el sexenio anterior, tenga una magnitud parecida a la corrupción acumulada durante decenas de años. Claramente, si es que se lograron las metas de reducir la corrupción para devolver esos fondos al pueblo, no podemos esperar que esa sea la fuente de financiamiento de todos los nuevos programas que se están anunciando. Este es el punto que tenemos que resolver: ¿cómo lograr un gasto social sostenible?
Hay que ir más allá de estas ofertas, y convertirlas en un auténtico plan de gobierno que no solo incluya lo qué queremos lograr, sino también el cómo. Algo que en general nos ha fallado de gran manera en todos los planes de desarrollo que hemos tenido en este país. Esperemos que en las próximas semanas tengamos mayor claridad. Ahí se verá la capacidad de nuestra presidenta y de su equipo de trabajo.
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