Toda organización siempre busca llegar a los corazones y las mentes de los jóvenes. La Iglesia católica, por supuesto, no es la excepción. Los tres últimos Papas han sido particularmente exitosos en reunir cantidades impresionantes de jóvenes en sus visitas a sus países y en las jornadas mundiales de la juventud. La pregunta es: hoy en día, ¿qué tiene la Iglesia para decirle a los jóvenes?
Es un hecho que la Iglesia necesita jóvenes. Las vocaciones siguen en descenso en muchos países. No basta el clero para cubrir las parroquias existentes. El clero está envejecido en muchos países y en unos cuantos años una importante proporción habrán fallecido o estarán en situación de retirarse de sus actividades.
Pero esa es una faceta, por cierto muy clericalizada, de lo que la Iglesia busca de los jóvenes. Y el coloquio del Papa Francisco con los jóvenes en Maipú, Chile, muestra otros aspectos.
Hay un llamamiento a la acción, a “dejar el sofá”. Los anima a seguir los sueños que Dios pone en su corazón: “sueños de libertad, sueños de alegría, sueños de un futuro mejor”. Y les hace ver: “se aburren cuando no tienen desafíos que los estimulen. Esto se ve, por ejemplo, cada vez que sucede una catástrofe natural: tienen una capacidad enorme para movilizarse, que habla de la generosidad de los corazones”. Les hace una exhortación a amar a la patria, agregando que “si ustedes no aman a su patria, yo no les creo que lleguen a amar a Jesús y que lleguen a amar a Dios”. Algo que, en general, se ha mantenido separado del discurso de grupos de seglares.
Destaca una parte de la alocución. “En mi trabajo como obispo,” dice el Papa “pude descubrir que hay muchas, pero muchas, buenas ideas en los corazones y en las mentes de los jóvenes. Y eso es verdad, ustedes son inquietos, buscadores, idealistas.” Ideas que, dice el Papa, se pierden con la “madurez”, y añade: “Madurar, la verdadera madurez es llevar adelante los sueños, las ilusiones de ustedes, juntos, confrontándose mutuamente, discutiendo entre ustedes, pero siempre mirando para adelante, no bajando la guardia, no vendiendo esas ilusiones y esas cosas.”
El Papa no señala las fallas en los jóvenes, no trata de convencerlos de ideas que no comparten. Señala, con admirable humildad, que ha aprendido y quiere seguir aprendiendo de los jóvenes. Hablando del próximo Sínodo de los Jóvenes, el Papa dice que le tiene miedo a los “filtros” que pueden hacer que las propuestas de los jóvenes lleguen modificadas por quienes las transcriben y anuncia un Encuentro de Jóvenes, de todo el mundo, católicos o no católicos, creyentes o no creyentes porque, dijo, “es importante que ustedes hablen, que no se dejen callar”.
El Papa está hablando a los jóvenes, y los jóvenes están escuchando. Pero, creo yo, también nos está hablando a los que no somos jóvenes para darnos el ejemplo de respeto, cariño y apoyo que debemos tener en nuestras relaciones con ellos. ¿Será posible que los que no somos jóvenes aprendamos a escucharlos y aprender de ellos? ¿Qué los tomemos en serio? ¿Qué nos dejemos contagiar de su frescura y entusiasmo?
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