Francia; elecciones, evita populismo

Francia evita el populismo

Francia se decide por un camino intermedio. Ni el populismo desenfrenado, con tintes racistas y contra la globalización, de Marine Le Pen, ni el apoyo a las castas políticas tradicionales. Una señal de madurez política y también de sensatez. De muchas maneras, un ejemplo.



Emmanuel Macron es el ganador en la segunda vuelta de las elecciones francesas, con una ventaja de más del 30%. Un crecimiento muy importante, ya que en las elecciones ordinarias obtuvo una ventaja menor al dos por ciento sobre Le Pen. Lo cual quiere decir que los que votaron por otras opciones se volcaron muy mayoritariamente a favor de Emmanuel Macron.

Sin embargo, se esperaba una participación mayor, al menos del 80 por ciento de los votantes. Hubo claramente algunos grupos de izquierda que aconsejaron a sus seguidores no votar por el hoy presidente electo. Y esto podría explicar, al menos en parte, ese abstencionismo. El cual, de todas maneras, es escaso en comparación con el abstencionismo de muchos países desarrollados como Estados Unidos y por supuesto con el de México.

Cabe preguntarse cuál es la motivación del voto. Bien podría ser un voto motivado por el miedo. No necesariamente porque el ganador goce de la confianza del electorado. Un temor a que Francia abandone la Unión Europea, que ha convenido muchísimo a la economía de ese país y a la estabilidad de sus principales mercados, que son los europeos. Muy posiblemente, Emmanuel Macron fue visto como el mal menor.

Visto desde lejos, parece confirmarse que el electorado en los países desarrollados y también en muchos otros de desarrollo medio, ya no aceptan a la clase política tradicional. Se repite en el caso de los Estados Unidos, donde la casta política ha perdido la confianza y ante la falta de opciones viables, se inclinan por alguien que claramente no forma parte de la clase política y están dispuestos a correr el riesgo de los errores que pueda tener en el desempeño de su cargo. Francia tuvo la fortuna de tener una opción que le permitiera evitar el populismo y que tuviera alguna experiencia de gobierno, como el caso de Emmanuel Macron. En Estados Unidos no hubo esa opción: era traer al gobierno alguno que no fuera parte de la casta política o aceptar la continuidad de un sistema de partidos que ha decepcionado profundamente a los votantes.

Tratando de leer las lecciones que en los últimos tiempos nos han dado sobre el electorado en los países donde todavía tenemos alguna medida de democracia, se podrían tener algunas conclusiones. Las clases políticas están cada vez más distantes de sus electorados. Las ciudadanías tienen mayor acceso a la información y son más difíciles de engañar. Los votantes están tan hartos del desempeño de la clase política, que están dispuestos incluso a tomar riesgos importantes con tal de traer a los gobiernos personas nuevas, que no sean percibidas como “más de lo mismo”.

La clase política mexicana tiene el mismo problema. Está siendo atacada por un miembro de la propia clase política, pero que ha logrado posicionarse como un político ajeno al sistema. Y, hasta ahora, le ha funcionado. Y tan le ha funcionado que los ataques a sus partidarios, los videos incriminatorios, los argumentos mejor construidos, no le han hecho mella. El ataque fundamental en el que todos están de acuerdo, es el de acusarlo de populismo. Un ataque que está resultando bastante inútil, en parte por el hartazgo de los votantes con la casta política y en parte también porque el ciudadano común, tiene claro que todos los partidos políticos son, en mayor o menor medida, populistas.

Al final, es muy posible que la elección se decida con base en las opciones que se presenten al electorado. Si hay opciones de candidatos que no sean percibidos como parte de los partidos políticos actuales, entonces la elección se hará entre candidatos que se perciben como externos al sistema y que, en segundo término, propongan programas de trabajo factibles y alejados del populismo. Pero si, como en Estados Unidos, la opción fuera entre un externo al sistema, aunque sea populista o un candidato claramente identificado con la clase política, pero no populista, el electorado preferiría al que se percibe como externo al sistema de partidos.

Este es el tema central. El electorado no es irracional. El electorado no es fácil de engañar. Pero está tan cansado de una casta política que lo expoliado por décadas, que ha prometido y no ha cumplido, que ha tratado al electorado como vasallo, no como mandante, que ya no quiere saber nada de los políticos tradicionales, de los de siempre. Si ése es el criterio fundamental para elegir entre dos o más que cubran este requisito, el electorado escogerá al que tenga un programa más sensato. Pero sí la única opción diferente es la de un político que se percibe ajeno y atacado por el sistema de partidos, ese será el elegido.

Es muy posible que en ese caso se aplique una falacia que, sin embargo, tiene alguna base. El argumento va así: si todos los políticos, que me han tratado tan mal por décadas, que me han engañado y expoliado, que me han decepcionado, todos ellos coinciden en que un candidato es malo, eso quiere decir que es el candidato que me conviene. No me importa lo que diga o haga: lo que me importa es que tiene algo que la clase política unánimemente está rechazando. Por algo será. Si todos son sus enemigos, es muy posible que el rechazado sea mi amigo. O, por lo menos, es el enemigo de los que me han hecho víctima por décadas de su autoritarismo, su corrupción y de la falta a su palabra empeñada.

Sería muy triste que nuestras elecciones del 2018 sean motivadas por el odio a una clase política claramente deficiente, o por el temor a una opción diferente que nos lleve a decir: “más vale el malo conocido que el bueno por conocer”. No son buenas razones. Nuestro país necesita tener gobernantes en los que pueda confiar, que le generen entusiasmo y que esa confianza genere empuje para los cambios que el país requiere. El miedo, el odio y la desconfianza no son buenos consejeros.

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