Un aspecto característico de la cultura del mexicano es que tenemos un respeto muy relativo por las leyes que nos damos. Vale la pena preguntarnos: ¿las tomamos en serio? En la cultura más cercana a nosotros, geográficamente hablando, la de los Estados Unidos, cuándo hay una duda sobre si un comportamiento es aceptable o no, muchas veces el argumento que decide es la frase: “Es la Ley”. Y con eso se acaba la discusión. Podría argumentarse en todo caso si verdaderamente esa ley es vigente o aplicable, pero una vez resuelto el dilema, la discusión se termina.
¿Por qué es diferente en nosotros los mexicanos y, posiblemente, en algunos otros países latinos? En términos generales, en nuestra historia política, las leyes nos han sido impuestas y raramente han reflejado un consenso ciudadano. Por esa razón muchas veces las leyes son vistas como algo ajeno, algo que no refleja nuestras necesidades. Y, por lo tanto, no son aceptadas por la población.
Puede ser que se cumplan por temor a los castigos, pero quiénes nos parecen “listos”, son los que encuentran el modo de burlarlas. Es interesante el modo como nos expresamos. No hablamos de transgredir la ley, hablamos de burlarla. Lo cual tiene un algo de divertido. Al fin de cuentas la burla no suena tan dañina cómo podría ser una transgresión.
Hay algo más en nuestra historia. Durante la Colonia nos dieron las llamadas Leyes de Indias. Un conjunto de reglamentos aplicados a los territorios americanos y asiáticos de la Corona española. Leyes en ocasiones muy detalladas, pero que tenían algunas características especiales. Por un lado, ciertas clases sociales, la nobleza mayor y menor, el ejército y el clero, así como otros grupos sociales tenían derecho a privilegios. Lo cual significaba que dichas leyes no se les aplicaban o por lo menos se les exigían de un modo moderado.
Por otro lado, dada la lejanía de la Corona y la diferencia importante en las situaciones de los nuevos territorios, no era raro que las leyes qué se promulgaban para España fueran de difícil aplicación para las colonias. Para lo cual se creó una frase con la que se evitaba el cumplimiento de la ley. Cuando llegaba la orden de promulgar una nueva ley, a veces se decía: “Acátese, pero no se cumpla”. Se recibía la nueva ley, se daba a conocer, se hacía la ceremonia correspondiente, cumplido lo cual se decía la famosa frase, con la cual aquel ordenamiento quedaba pospuesto indefinidamente. Algo que seguimos viendo en la actualidad: leyes que se promulgan, se publican en el Diario Oficial, se dan a conocer en los medios y después son olvidadas por diversas razones. Y este modo de actuar se ha mantenido hasta nuestros días.
Para muchos, quien tiene el suficiente ingenio para burlar la Ley, se le llama “abusado”. Un mexicanismo muy peculiar: en otros modos de hablar el castellano un abusado es quien ha sufrido el abuso. En nuestro medio, el “abusado” es alguien listo, inteligente, que logra salirse con la suya, muchas veces pasando por encima de las leyes. Si podemos evadir las leyes, quiere decir que somos mejores que los demás, o somos más inteligentes o disfrutamos de algún tipo de privilegio. Y muchas veces el “abusado” es admirado por los demás.
Cuando vemos a una parte importante de la clase política pasando por encima de las leyes, nos encontramos con que su oposición los acusa de estar infringiendo la Ley, con el ingenuo criterio de qué basta con demostrar que ha habido una transgresión, para que la ciudadanía rechace a quién no ha cumplido la Ley y ha fallado a su protesta reglamentaria de “cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen”.
Es claro que no están tomando en cuenta que, para muchísimos de los mexicanos, las leyes son una entelequia, algo que no quiere decir nada en su vida diaria, que les fue impuesto sin consultar y que muchas veces no tiene que ver con sus necesidades. Dado nuestro peculiar modo de ver el cumplimiento de las leyes, no nos preocupa mayormente darnos cuenta de que hay quienes no las cumplan. Más aún, hay algo de admiración por el “listo”, el “abusado”, que ha encontrado el modo de evitar esa imposición. De modo que el argumento no convence.
Es necesario que emprendamos un proceso, probablemente bastante largo, de discusión pública. No se trata nada más de discutir las leyes: se trata de discutir el concepto mismo de la existencia de estas, los criterios para su promulgación, hacer el esfuerzo por lograr que la ciudadanía considere que las leyes reflejen sus necesidades y las acepten de una manera casi unánime. Claramente de nada sirve seguir creando nuevas leyes mientras no se resuelva este tema fundamental. No podemos seguir aceptando el dicho de que “no me vengan con que la ley es la ley”, el cual refleja con toda claridad un modo de ser de una parte importante y posiblemente mayoritaria de la ciudadanía.
Necesitamos desarrollar un consenso ciudadano en este tema. Lograr que faltar a la Ley, nos ofenda a todos. Convencernos de que no hay que atrevernos a buscar las maneras de evitar su cumplimiento. Necesitamos desarrollar, en nuestra cultura, un cambio en nuestra jerarquía de valores, en el cual la ley tenga un papel más importante del que tiene ahora.
¿Será posible que logremos este tipo de cambio con la presteza que hace falta? ¿Podrá ser que al ver los gravísimos daños que nos está trayendo el incumplimiento cada vez más frecuente de las leyes, nos empuje a buscar que la mayoría de la Sociedad asuma la necesidad de cumplir y hacer cumplir esas reglas, en lo que a cada uno nos toque? Porque si no logramos este cambio, serán en vano los cambios de gobierno, el desarrollo de nuevas leyes y la inversión de los recursos públicos en una vigilancia cada vez más sofisticada, y por lo mismo más costosa, para que nuestras leyes signifiquen algo.
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