Una violencia que ya se considera como algo consustancial en nuestra cultura. Una cultura que promueve y premia el machismo.
Uno de los temas más complicados para la actual administración, un asunto que no es solamente mexicano sino también mundial. Al no atenderlo, nuestros gobernantes están metiéndose en un problema mayúsculo. En México, como en otras partes del mundo, se agudiza una fuerte molestia de las mujeres que, con toda razón, sienten que reciben un trato desigual y desfavorable por parte de la sociedad y, por supuesto, de los gobiernos que deberían asegurar que no ocurran esas situaciones.
Desde los aspectos menos importantes, relativamente. Por ejemplo, los chistes que ridiculizan a las mujeres, las burlas a su modo de pensar o hasta su modo de conducir, como sí los hombres siempre tuviéramos pensamientos acertados o condujéramos de manera perfecta. Chistes que a muchos les parecen graciosos y que son ampliamente aceptados en la sociedad.
De esta falta de respeto se pasa a asuntos mucho más graves. Como, por ejemplo, la discriminación laboral. No es difícil demostrar qué, para un trabajo igual, a las mujeres se les paga a veces hasta 20 o 25 por ciento menos que a los hombres, muchas veces con el pretexto de que los hombres son el sostén de su familia. Como si no hubiera muchas, muchísimas familias donde el sostén es la mujer. Así como el hecho de que no se les da acceso a puestos de responsabilidad.
Más grave aún, la violencia contra las mujeres. Una violencia que ya se considera como algo consustancial en nuestra cultura. Una cultura que promueve y premia el machismo. Hace algunas generaciones, en la llamada “época de oro” del cine mexicano no era raro ver escenas donde los grandes ídolos, como Pedro Infante y Jorge Negrete golpeaban a sus novias o esposas. Y las golpeadas se derretían de amor por el golpeador. Escenas que hoy nos parecen nauseabundas pero que tenían una gran popularidad y que crearon una manera de ver la violencia contra la mujer en la sociedad. No era raro, y a mí me consta de primera mano, que cuando alguien trataba de defender a una mujer golpeada, la víctima se ponía en contra de quien trataba de defenderla con la frase: “Usted no se meta: si me golpea es porque me quiere”. Poco ha cambiado: cierta prensa da difusión a imágenes de mujeres víctimas y no faltan editorialistas que defienden esa “libertad de expresión”.
En el extremo, esta violencia lleva a la muerte, por supuesto. Muertes pasionales y también muertes sádicas, con tortura, que no vienen de un arranque pasional sino de una distorsión profunda de la personalidad. Y esta violencia no respeta edades, condición social, económica, o de nivel educativo, como les consta a los especialistas en la atención a las víctimas.
¿Habrá algo peor? Pues sí, yo creo que hay algo peor. Y ese algo es la indiferencia una parte importante de la sociedad. Cuando la sociedad le parece, como dijo algún reportero, que ya se ha hablado demasiado del feminicidio. Cuando se rechazan las manifestaciones pidiendo justicia y apoyo, basándose en que hay grafitis o daños al mobiliario urbano. Como si una puerta pintada, por antigua o simbólica que sea, tuviera más valor que una niña o mujer violentada. O asesinada, como es el caso.
La búsqueda de pretextos, de “explicaciones”, de estos horrorosos hechos son declaraciones que pueden traducirse como: “La culpa no es mía, sino de otros”. Achacar la violencia a oscuras conspiraciones de la oposición o verla como el fruto del neoliberalismo. Después de lo cual, se sienten plenamente justificados para no hacer nada concreto, más allá de declaraciones o decálogos, que establecen buenas intenciones que darán resultado a muy largo plazo, y no tomar acciones para atender los problemas actuales, en el corto plazo. Porque, si no tomamos acciones inmediatas, la situación sólo puede empeorar.
Me decía un gran amigo: “¿Cómo es posible que, en un país como México, donde hasta los ateos son guadalupanos y se profesa una gran devoción por María, haya tan poco respeto por las mujeres?” Yo le doy la razón. Tampoco es comprensible que un país en donde tenemos mucho aprecio por la cortesía, por la caballerosidad, a la hora de los hechos se trata las mujeres tan mal. ¿Por qué los cristianos, incluyendo a los católicos, que creemos en la igualdad de hombres y mujeres, no estamos protestando y proponiendo acciones concretas?
Sí, lo más preocupante es que a la gran mayoría no nos preocupa, no nos angustia, no nos mueve esta situación para exigir acciones específicas. Acciones que necesitan un componente policiaco, judicial. Acciones en las que deberá usarse la legítima violencia que debería ser monopolio del Estado. También debería preocuparnos el trato que se da a las víctimas. Y no solo el trato que las instituciones y la autoridad a deberían de darle. Porque toda la sociedad y en particular los hombres deberíamos estar particularmente atentos al modo como se debe tratar a las víctimas de ese trato infame contra las mujeres. No basta, como creen nuestros legisladores, aumentar las penas por los delitos. No es suficiente. El gran tema es que la impunidad es estimada por algunos especialistas en más de 90% de los casos.
¿Podemos pensar que somos ajenos a este problema? Yo creo que no. Y aun los que ven con claridad este problema, se conforman con protestar y criticar a las autoridades, sin proponer ni proponernos actividades concretas en toda la sociedad para reducir este horror. Sí, en el siglo dieciocho y diecinueve se tenían actividades de protección para las mujeres. Muchas de ellas restrictivas y con un fuerte tufo patriarcal, como mantenerlas en la casa y no permitir que salieran solas sin acompañamiento. Acciones que, sin duda, procedían de un fuerte machismo. Pero que también respondían a una necesidad muy real: los secuestros, violaciones y ataques que sufrían las mujeres que se percibían indefensas.
Seguimos viendo el pasado como una época idílica. Probablemente no tenía nada de ello. La protección a las mujeres procedía de verlas como propiedad de padres y maridos, pero también de situaciones reales. No podemos tampoco volver a esas épocas. Ya es hora de que hombres decentes hagan equipo con las mujeres y diseñen medidas adecuadas para lograr un cambio social, un cambio cultural. Muy importante, pero no suficiente. En lo que estas medidas empiecen a dar frutos, hombres y mujeres debemos exigir a la autoridad que tome su papel a y defienda a la población. Las mujeres no merecen menos.
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