Entre los nahuas tenían al final de su año, qué consistía de 18 meses de 20 días cada uno, 360 días en total, cinco días más para completar el año de 365 días. A estos días se les decían de diferentes maneras: días aciagos, tristes, y más frecuentemente días vacíos. Días sin un propósito claro. En conjunto, los días vacíos eran tiempos sin ánimo, sin celebraciones, sin alegría.
Sin llegar a ese extremo, nosotros tenemos también entre la Navidad y el Año Nuevo algunos días que podríamos llamar vacíos. Días en los que no hay ninguna celebración importante: generalmente ya se llevaron a cabo las principales celebraciones de Navidad y estamos a la espera del Año Nuevo. Se acabaron las Posadas, las celebraciones familiares, las escolares y laborales. Las tiendas se encuentran menos concurridas, excepto por la sección de alimentación dónde se están haciendo las compras de lo necesario para la cena de Año Nuevo y, por supuesto, las bebidas correspondientes.
Quienes no han salido de vacaciones se encuentran sin mucho que hacer. Claro, lo que es obligatorio: descansar buscando estar preparados para el regreso a las labores. Son días para dedicar a la familia e incluso a amigos a los que se ve poco. Pero estos días, aparentemente vacíos, podrían ser aprovechados de una manera muy adecuada para la reflexión. Esa misma ausencia de actividades podría propiciar que logremos algo para lo que generalmente no dedicamos tiempo: a pensar en nuestro futuro y, sobre todo, para algunos con un fuerte sentido cívico, dedicarlos a la reflexión de nuestro papel como ciudadanos, padres y madres de familia, profesionales y empleados.
En particular, nosotros como ciudadanía tenemos un tema sumamente importante de reflexión: ¿qué espera de nosotros la sociedad para el año 2024? Un año que se antoja particularmente importante, debido a la gran cantidad de situaciones dónde la sociedad tiene que tomar decisiones. Asuntos Importantes a nivel político, tanto parciales cómo algunos de tipo general.
El fondo de casi todas nuestras decisiones se concentra en la pregunta: ¿por quién votar? ¿A quién darle nuestra confianza para lograr el desarrollo que necesita nuestra sociedad? No es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Aquellos que están satisfechos con la administración actual, aparentemente tienen más sencilla la decisión: seguir confiando en nuestros actuales gobernantes. Y, por supuesto, aquellos que están a disgusto tienen claro que votarán pon un cambio total. Pero ¿qué ocurre si algunos de nosotros, y puede ser que seamos mayoría, no estemos tan seguros de nuestra decisión?
La solución, claramente, no es la abstención. Cuando nosotros nos abstenemos de ejercer nuestro derecho a votar, le estamos dando el voto a la clase política y a su núcleo duro. Y, francamente, ninguno de los partidos políticos nos ha logrado convencer al 100% de que realmente nos representan. Por supuesto, nos queda la tarea como votantes de instruirnos lo mejor posible, para tratar de hacer la mejor decisión. Pero también es cierto que todos los partidos políticos nos han mentido en algún momento de su historia. Con lo cual nos resulta sumamente complicado tener una decisión correcta. El hecho de votar en conciencia, de acuerdo a lo mejor de nuestras capacidades, no nos garantiza que no estemos votando por las razones equivocadas. ¿Qué hacer en tal caso? Algo que es poco común en nuestras costumbres electorales: dividir el voto.
Si votamos de acuerdo a nuestro mejor criterio, pero conservamos dudas sobre las capacidades de quién estamos eligiendo, podemos votar por él o la candidata que nos haya convencido más, por ejemplo, para ocupar el poder ejecutivo, y al mismo tiempo votar para el poder legislativo por el o los partidos contrarios a ese candidato. Si se puede lograr esto de una manera efectiva, quien quiera que gobierne se verá obligado a consultar y a negociar con sus contrincantes antes de poder imponer un criterio que pudiera parecer dictatorial. Y esto hay que aplicarlo en el congreso federal, los congresos locales y los cabildos de los municipios.
Obviamente, a los partidos políticos les desagrada enormemente este modo de votar. Dicen, y en parte tienen razón, que el voto dividido les reduce la gobernabilidad. Lo cual es de alguna manera cierto. Pero esto depende de a qué le llamamos gobernabilidad. Si por ello entendemos el que se haga la santa voluntad del gobernante, claramente el voto dividido evita que el capricho de un mandatario se lleve a cabo sin mayor análisis.
Obviamente, esta no es la única opción; simplemente la propongo como un modo de reflexión que pudiera ser interesante para llevar a cabo en tus días vacíos. Pero hay más cosas. Podemos dedicarnos a entender a los posibles candidatos que ya se conocen, revisar cuáles han sido sus declaraciones y planear qué tiempo le dedicaremos a estudiar sus propuestas. También será interesante decidir a qué analistas hay que darle seguimiento: sobre todo a aquellos que no se muestren totalmente conectados con alguna de las facciones políticas. Los analistas ideales serán aquellos que reconozcan los puntos buenos y los puntos malos de cada una de las corrientes políticas. Teniendo claro que, por regla general, la imparcialidad no se da en maceta. No estará de más encontrar a otros ciudadanos de a pie, con sentido común y deseos de debatir y discutir las posibilidades que nos presentan las próximas elecciones.
Finalmente, si usted tiene la proactividad y la creatividad para imaginar soluciones diferentes a los grandes problemas nacionales, vale la pena que ponga en blanco y negro sus ideas, de modo que pueda contrastarlas con las de las fuerzas políticas, así como las de sus candidatos y candidatas. Nada sencillo, pero es necesario que tenga usted algunos criterios para poder decidir cómo participar en este período crucial: lo que algunos consideran la decisión más importante que deberemos tomar desde hace algunas décadas.
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