No, no estoy hablando del antiguo delito de disolución social, uno que fue inventado durante la larga noche de la dictadura perfecta, para poder encarcelar legalmente a quienes se oponían a su gobierno. Penalidad que fue aplicada preferentemente a los grupos de izquierda que no habían pactado con los gobernantes. Un delito que no quedaba claro y que por lo mismo se podía aplicar con facilidad a todo aquel que no le cayera bien al mandatario en turno.
De lo que estamos hablando en este momento es de un fenómeno de desintegración de la sociedad, que no se está dando por grupos específicos que se oponen o apoyen al gobierno. En buena parte debido a la pandemia, se está notando que las sociedades intermedias están perdiendo aglutinamiento. Esos grupos, que se formaban de una manera espontánea, en otro tiempo se le llamaron redes sociales, un término acuñado por los sociólogos y que no tenía nada que ver con los medios de comunicación tecnológicos.
Asociaciones que se formaban con profesionales de distintos tipos: organizaciones culturales como clubes de lectura, cofradías de tipo religioso o laico, agrupaciones de barrios o de inmigrantes procedentes de alguna población en particular y otros más. Estas sociedades intermedias, redes sociales naturales, han perdido fuerza. Las redes sociales basadas en comunicaciones tecnológicas no son las únicas existentes. La razón de agruparse en aquellas redes naturales hace que hayan existido las sociedades intermedias desde tiempos inmemoriales.
¿A quiénes les está conviniendo esta desintegración? Mayormente al gobierno y a los políticos, a quienes las sociedades intermedias les han significado un contrapeso informal. Esos grupos naturales han sido sustituidos por lo que ahora llamamos redes sociales. Estas nuevas redes sociales, apoyadas en las tecnologías de comunicación, han logrado que sus integrantes hayan ampliado fuertemente su membresía, pero a expensas de un menor conocimiento de fondo entre sus integrantes.
Conozco de primera mano una red social formada mayormente por personas mayores a 50 años, unificados por creencias religiosas y que lleva reuniéndose quincenalmente por muchos años. Yo empecé a participar en esta red social aproximadamente un año antes de la pandemia. En estos cuatro años hemos tenido una gran cantidad de reuniones, mayormente gracias a la tecnología para comunicación. Y a pesar de haber tenido, al menos un centenar de reuniones, hay un gran desconocimiento entre sus miembros. Estrictamente nos conocemos poco, aunque nos veamos mucho.
Y esto, qué ocurre con las sociedades intermedias, también empieza a ocurrir en las familias, reunidas físicamente pero donde cada uno está atento a su teléfono móvil y poniendo poca atención a la comunicación con familiares y amigos. Reunidos, sí, formalmente comunicados, pero sin una auténtica conversación entre los presentes, a expensas de los que se comunican remotamente. Con el famoso concepto de las multitareas (multi-tasking en inglés), muchos se creen la fábula de que, al atender muchos temas simultáneamente, mejoran su productividad. Lo cual, claramente, es un mito. Uno difícil de desarraigar. Para muchos miembros de estas nuevas redes sociales, el número de clicks y el número de likes se han vuelto lo realmente importante, en demérito de la profundidad de la comunicación y del trato entre los integrantes de la red.
¿Qué futuro les espera a esas sociedades intermedias? ¿Será acaso la comunicación entre conocidos remotos que no pueden articular sus ideas entorno a situaciones que les afectan de manera inmediata? Porque eso es lo que está ocurriendo. Hoy es más fácil que conozcamos cuáles fueron los que asistieron al sepelio de la reina Isabel segunda, y los nombres de los perros de la difunta reina, que los discursos de diputados y diputadas que están debatiendo en nuestro nombre y financiados con nuestros impuestos, temas que nos atañen, de los que deberíamos tener un conocimiento profundo para poder influir en aquellos que dicen representarnos, para que nuestra opinión sea tomada en cuenta.
Pero es muy difícil que los que integran las redes sociales en las que participamos, dónde lo mismo encontramos argentinos, costarricenses, chipriotas y algún que otro chino, redes tan diversas, que es casi imposible, que les puedan interesar nuestras problemáticas locales y mucho menos tener capacidad de influir para que nosotros, la mayoría silenciosa, podamos hacer sentir el peso de nuestras opiniones. Y, por otro lado, el mismo hecho de que estas redes sociales integran a decenas de miles o más miembros, hace muy difícil lograr consensos profundos sobre temas complejos y que están a debate.
Yo apuesto a que volveremos a tener una profundización de esos vínculos, dando nueva fuerza a las sociedades intermedias. Pero no en automático. Habrá que hacer un esfuerzo para profundizar estas relaciones y reconstruir sociedades intermedias locales, con temáticas muy específicas que puedan influir y ser un contrapeso importante ante las ocurrencias de nuestros políticos. Y para que eso se dé, necesitaremos cambiar nuestra sed de entretenimiento que sacian las redes sociales cibernéticas, para comprometernos en lo inmediato en las necesidades de nuestra sociedad a través de redes sociales fortalecidas, no sólo en lo tecnológico, sino en la profundidad de nuestro conocimiento y aprecio mutuo.
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