Sí, necesitamos cambiar y ejercer una sana tolerancia, amistad social, cariño entre conciudadanos. Entender que mi prójimo que no piensa como yo, no es el enemigo al que debo de silenciar.
Después de 15 meses de confinamiento, sustos y sofocones, gracias a la pandemia del Coronavirus, todavía hay mucho por entender y por asimilar. Con muy pocas, poquísimas excepciones, prácticamente ninguno hemos vivido algo similar. A menos de que usted tenga unos 103 años y alguien le haya contado de la Gripe Española, que a principios del siglo XX causó entre 50 y 100 millones de muertes en el mundo.
Claramente, queda mucho por entender. Cualquier comentario a estas alturas es, seguramente, prematuro. Pero algo se puede avanzar. En particular: la pandemia, la reclusión, causaron una ruptura de las costumbres normales, pero se crearon o se fortalecieron nuevas costumbres. Unas de ellas fueron las ahora llamadas redes sociales, apoyadas por aplicaciones computarizadas, que han tenido un gran auge. Y que han adquirido una dinámica diferente de las reuniones y las redes sociales que siempre han existido, pero que se hacían de manera presencial.
En mi caso en particular, pero sospecho que ha sido el caso de muchos otros, se reforzaron y profundizaron redes sociales que ya existían y que, en parte por el tiempo adicional que tuvimos debido a la reclusión y al uso de sistemas computarizados de comunicación, se desarrollaron de una manera más importante. No trato de presumirles a ustedes, pero al menos 6 nuevas redes de comunicación se crearon o se reforzaron en mi entorno inmediato. Cuatro de ellas, grupos que se formaron en los sesenta del siglo pasado, entre los estudiantes de nuestra universidad y en grupos de trabajo que se formaron cuando varios tuvimos una parte importante de nuestra vida laboral en un organismo dedicado a información, consultoría y capacitación.
La amistad existía. En ambos casos habían pasado algunos años sin que nos viéramos de una manera continua excepto en alguna reunión ocasional. Pero a poco del inicio de la pandemia se crearon grupos de conversación que rápidamente alcanzaron el tamaño de varias docenas de participantes. Y en ambos casos, incluso se llegó a producir una división con lo cual se multiplicó el número de las redes. Tristemente, aun habiendo una historia común, no es fácil mantener una conversación amistosa y, por razones de ese tipo, los grupos se fraccionaron.
Sin embargo, en esos grupos ocurrió un fenómeno muy interesante. Siguiendo algunas costumbres muy mexicanas, se evitó cuidadosamente tratar de temas políticos o religiosos. Al principio, todos siguieron el dicho, muy mexicano, de que no hay que hablar de religión ni de política. Sin embargo, prácticamente desde el inicio de la reclusión, en los grupos se empezó a platicar de política. Para nuestra gran sorpresa, nos encontramos con que muchos colegas con los que habíamos compartido mucho tiempo, tenían posiciones muy desarrolladas en temas políticos. De la conversación resultó claro que muchos habían reflexionado con profundidad sobre estos temas y otros, tal vez no tan reflexivos, también sentían la necesidad de expresarse con mucho vigor sobre estos temas. Lo cual, efectivamente, provocó divisiones. Tal vez no tantas como pensaríamos, de seguir al pie de la letra ese tradicional consejo de no tratar en público esos temas. Da la impresión de que todos se sintieron en la situación, en la necesidad de opinar en cuestiones públicas. Y si bien hubo motivos de conflicto, también es cierto que en muchos se desarrolló una capacidad de tolerancia, en el buen sentido del término: la aceptación de que otros tienen sus propias razones para opinar en este tipo de temas y que, si logramos hacer una discusión civilizada, es muy posible que todos nos enriquezcamos.
Más interesante fue el tema de la participación en temas religiosos. Un tema que, generalmente, se considera una especie de tabú en México. En este tema, la reacción fue diferente. Sin pedir permiso, sin anuncio previo, los participantes empezaron a emplear expresiones religiosas: “Si Dios quiere, voy a pedir por ustedes, les pido oraciones…”, expresiones que no son frecuentes en la conversación diaria, al menos en la mayoría de los estados del país. Y todo ello con una gran tolerancia, sin quejas ni molestia. Y lo mismo con otro tipo de expresiones arreligiosas: “Yo no creo, siempre he sido agnóstico…”. Y todo ello, sin que se perdiera la cordialidad. Incluso con mayor aceptación que la que merecieron los conceptos políticos.
Claro que, en el caso de lo religioso, no hubo una intensión proselitista. Que tal vez sí se notaba en aspectos políticos. Ni expresiones de denigración o insulto. ¿Será acaso que nos iremos volviendo menos agresivos en estos temas? ¿Será que estemos aceptando que necesitamos libertad de expresión y tolerancia para llegar a tener una profunda amistad social que tanta falta nos hace?
Reconozco que mis observaciones son aisladas y que seguramente no son representativas. Pero también es cierto que los cambios sociales de fondo no ocurren en corto tiempo, a no ser que ocurran hechos traumáticos, como la pandemia que estamos viviendo. Pero por algún lado se empieza, y estos síntomas aislados podrían estar marcando algunos cambios de fondo. Sí, necesitamos cambiar. Sí, necesitamos una sana tolerancia, amistad social, cariño entre conciudadanos. Entender que mi prójimo que no piensa como yo, no es el enemigo al que debo de silenciar. Que, finalmente, de todos podemos aprender.
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