¿Habrá algunas soluciones? ¿Hay modo de convencer a todos aquellos que han dejado de ser consumistas para que canalicen su dinero de otra manera?
Ya he comentado en estas páginas el tema del consumismo y en particular como lo ha afectado la pandemia que actualmente vivimos. El tema es importante porque afecta a la sociedad y su relación con la economía.
Hay quien dice, medio en serio medio en broma, que para que la sociedad funcione se necesita que una cantidad importante de gente se endeude para adquirir cosas que no necesitan. Esta bien podría ser una definición del consumismo. Ya he comentado con ustedes que estamos viviendo, debido a la pandemia, una especie de experimento global no planeado: la disminución abrupta del consumismo. Y las consecuencias han sido prácticamente inmediatas: una caída fuerte de la economía en todos los países, desarrollados o no. Es claro que el consumo de las clases medias significa una gran cantidad empleo para las clases menos favorecidas. Porque son las clases medias las que generan el mayor consumo y una gran variedad de gasto discrecional, inútil si usted quiere, pero que da empleo a cantidades importantes de personas, generando un movimiento económico que beneficia a todos.
Para los que proponían como solución para la mejora de las clases menos favorecidas la reducción del consumismo, este experimento los ha dejado sin argumentos. Porque es claro que el consumo ha bajado fuertemente y que la mayoría de las personas de clase media se están limitando a consumir lo estrictamente necesario. Y esto, digan lo que digan, no ha beneficiado a las clases marginadas.
Porque no basta que no haya consumo suntuario. Hace falta que aquellos que eran consumistas y ahora no lo son, canalicen esos ahorros mediante la solidaridad a las personas menos favorecidas. Y esto no ocurre en forma automática. Lo que está ocurriendo con muchos en las clases medias es que están pagando sus deudas en previsión de tiempos más difíciles. Es claro que bancos y todo tipo de tiendas están ofreciendo condiciones de crédito muy ventajosas para lograr captar ese excedente que hoy no está entrando en la economía.
¿Habrá algunas soluciones? ¿Hay modo de convencer a todos aquellos que han dejado de ser consumistas para que canalicen su dinero de otra manera? No faltarán los que propongan que ese dinero se ponga en manos del gobierno para que se canalice en obras asistenciales o a empresas gubernamentales que generen empleo. La pregunta es cómo convencer a las clases medias de entregar sus recursos a los gobiernos, muchos de los cuales son tristemente famosos por su incapacidad para administrar de una manera adecuada los impuestos que reciben.
Con o sin consumismo, con o sin pandemia, la mejora de las clases pobres pasa por el concepto de solidaridad. Que la población se proponga, en forma voluntaria, a donar parte de sus ingresos a quienes están en dificultades. Algo que en México y, yo sospecho, en todos los países latinoamericanos, se da de una manera natural mediante el apoyo que las familias dan a sus miembros en dificultades. Es claro: cuando la situación aprieta, la mayoría de las personas están dispuestas a dar recursos a sus parientes y amigos y, en menor medida, a algunas obras que conocen de una manera inmediata. Ese es el mecanismo como llegan las remesas de los inmigrantes a sus familias que se quedaron en México. Es el mecanismo que se da en las pequeñas poblaciones. Y que, claramente, alivia enormemente las dificultades de la población menos favorecida. Pero no es suficiente.
Hay que desarrollar en nuestra cultura el concepto de la solidaridad: mecanismos para que, en forma voluntaria, las personas que tienen posibilidades aporten a los que la están pasando mal. Un mecanismo diferente, para que apoyen a los que lo requieren con mayor urgencia, no solamente a los más cercanos. Habrá algunos que darán “hasta que duela” como decía la Madre Teresa. Otros, darán lo suficiente para apaciguar su conciencia y ni un centavo más. Y no faltarán los que lo hagan por obtener prestigio, la buena voluntad de la sociedad y hasta para el beneficio de sus negocios. En realidad, eso importa poco. Lo importante es que haya fondos para apoyar a quienes están pasando dificultades.
Y, deseablemente, ese apoyo debería ir a la creación de empleos, porque se ha demostrado que las cantidades donadas simplemente para el consumo no generan una mejora permanente en la sociedad. Como ocurre con las remesas que llegan de Estados Unidos a México: cada dos años nos envían una cantidad equivalente al patrimonio que generó Carlos Slim en cincuenta años o más de vida laboral. O sea, que cada dos años se podrían generar tantos empleos como los que genera este empresario y eso no ocurre.
¿Qué hacer para profesionalizar la solidaridad ciudadana? ¿Cómo salir del círculo inmediato de familiares y amigos? ¿Cómo convencernos de asesorar a quienes canalicen estos fondos para que se apliquen de la manera más productiva y que genere beneficios más permanentes en lo posible?
No se trata de algo sencillo. Es un cambio de cultura y los cambios de cultura ocurren en décadas. Sí, no habrá una solución rápida. Razón de más para empezar de inmediato.
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