Siendo hombre no vivo la discriminación, el machismo que sufren las mujeres. No vivo el temor de la madre de familia, único sostén de sus hijos, que no sabe si esta tarde regresará a su casa.
Mi anterior columna sobre el tema del 9 de marzo me ganó severas críticas, incluso la de ser “acatólico”. Pese a las críticas, sigo pensando igual sobre el tema de la violencia contra las mujeres. Y creo que les debo una explicación a ustedes, queridos lectores, por haberme calificado de ignorante. Lo cual, por cierto, también causó algún escozor.
Creo que, en temas de discriminación y violencia contra la mujer soy bastante ignorante, Y no estoy solo: la sociedad es muy ignorante. Siendo hombre no vivo la discriminación, el machismo que sufren las mujeres. No vivo el temor de la madre de familia, único sostén de sus hijos, que no sabe si esta tarde regresará a su casa. No alcanzo a comprender el temor de la mujer que necesita un empleo y a la que amenazan con quitarle su ingreso, ya de por sí injusto, si no se presta a ciertos “servicios especiales”. No puedo sentir la rabia de la joven madre que ya no lleva a los hijos al parque porque hay hombres que se le han insinuado y hasta le han hecho comentarios salaces sobre su hijita de 4 años. Y muchos casos más, mucho más graves.
Como sociedad estamos fallando. Y ahora, estas víctimas de nuestra ignorancia culpable proponen un paro el próximo 9 de marzo, un día sin mujeres, para hacer visible su situación. No nos están pidiendo permiso. No buscan nuestra aprobación. No la buscan de los hombres ni de las mujeres que ya han vivido tanto el machismo que lo ven como lo normal; como el pez que no se da cuenta de que está mojado, porque siempre ha vivido en ese medio.
Las críticas siguen. Desde “la más alta tribuna” se dice que toda esta protesta está creada por los corruptos que están molestos porque ya se les cobran impuestos. Que George Soros, el mismísimo diablo personificado, está metiendo dinero al paro. O, desde alguna tribuna eclesiástica, se dice que no hay que participar porque hay feministas radicales organizando este evento. Como si las mujeres fueran tan manipulables que, si participan en el paro, se van a volver neoliberales y, además, abortistas. Actitudes profundamente machistas que no les conceden a las mujeres la capacidad de razonar y evitar las manipulaciones. Y, en general, con el mensaje subyacente: “Mujeres, no entren al paro. Es por su bien: no se dan cuenta del daño que se les puede hacer”. Paternalismo del más malo. Sí, hay riesgos. Como los hay siempre cuando se quiere cambiar una situación injusta. Pero tenemos mucha culpa. Por nuestra ausencia frente a estas injusticias contra la mujer, hemos cedido esa bandera a quienes han estado dispuestos a tomarla. Ahora no podemos quejarnos.
Sí, ha habido apoyos al paro. Universidades, empresas, gobiernos en todos sus niveles, han dicho que no penalizarán ni harán descuentos a las que participen. Y se han asegurado de que el mundo lo sepa, en un claro intento de tener buena imagen ante la sociedad. Cuando bastaba una comunicación interna a sus colaboradoras. Aún más: si de veras las apoyaran, deberían poner en marcha, con urgencia, comités en esas instituciones creando medidas para evitar la discriminación y la violencia que afecta a esas mujeres. Pero de eso no se habla nada: les basta su muy publicitado apoyo el día 9 de marzo, aunque después todo siga igual.
Pero hay más. Varias de esas instituciones han dado el permiso, a cuenta de vacaciones o un cambio de ese paro por tiempo extra. Y a veces pidiéndole a las que se ausenten que se mantengan localizables a través del teléfono o a través del WhatsApp . Han perdido el punto central: el paro quiere hacer muy visible qué pasaría sí, de un modo impredecible, la mujer ya no pudiera ir al lugar de trabajo porque está desaparecida, ha fallecido o está en un hospital reponiéndose de la paliza que le puso su pareja. Cosas que no son predecibles, y que causaría una ausencia que había que cubrir de otra manera. A mi entender, esa es la idea del paro: el impacto que tendría una ausencia repentina de las mujeres en los hogares, las escuelas, los lugares de trabajo y en cualquier otro lugar donde estén ellas.
Al final, todas las críticas se reducen a una conclusión: “Mujeres, no entren al paro.” Y las razones para convencerlas son muchas. Tal vez una de las más poderosas es que su esfuerzo pudría salir mal, incluso contraproducente. Que sería un error. ¿Y qué? ¿Quiénes somos los demás para decirles que podrían equivocarse? ¿Acaso nosotros no nos equivocamos nunca? Todavía más: si se equivocaran, cosa que dudo, tendrían una oportunidad inmejorable: aprender de sus errores para poder actuar cada vez mejor. No tenemos derecho a negarles esa posibilidad.
Pero no creo que sea un error y no creo que vaya a salir mal. Reconozco que es mi opinión: no tengo bases para poder opinar de este modo. Y creo que los que opinan diferente de mí tampoco tienen razones que los avalen y que los hagan a prueba de errores. Claramente, es algo que hay que hacer y que debería haberse hecho hace ya mucho tiempo. Enhorabuena.
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