La confianza es una condición fundamental para salir de una situación crítica como la que actualmente se vive derivada de la pandemia.
El coronavirus (COVID-19) ha sido el tema importante desde el paro del pasado 9 de marzo, en protesta por la violencia contra la mujer y, parece, lo seguirá siendo por algunas semanas al menos. Hay, por supuesto, mucha más información. Es mundial y se presta a actualizaciones frecuentes. Y sirve para asignar culpas a diferentes gobernantes y a sus poblaciones.
Al final, la libertad de acción de los gobernantes en diferentes países y regiones tiene mucho que ver con el tema de la confianza de la sociedad en sus gobernantes. Y con la cultura de cada país: hay países y regiones dentro de los propios países donde la población no concede fácilmente la confianza a los gobernantes ni tampoco al resto de la sociedad. Países y regiones donde, cuando mucho, la confianza es depositada en la familia cercana y poco más. Investigadores han demostrado que el desarrollo de los países tiene mucho que ver con el nivel de confianza que la sociedad tiene en sus gobernantes y entre los conciudadanos. De estos investigadores, probablemente el que más ha destacado es Francis Fukuyama, con su excelente libro Confianza.
Esto se ha visto durante esta pandemia en diferentes países. En Corea, la sociedad siguió las instrucciones de las autoridades, hicieron una gran cantidad de mediciones antes de que se presentaran los síntomas del COVID-19, con lo cual sus estadísticas de personas infectadas crecieron muy rápidamente, pero también se logró que el número de fatalidades haya sido mucho menor, en proporción, que las que se tienen en otros países.
El caso contrario ocurrió en Italia, donde la ciudadanía no tomó en cuenta las advertencias de las autoridades, siguieron asistiendo a reuniones masivas, no suspendieron las vacaciones y el resultado ha sido un crecimiento rápido y desproporcionado de las enfermedades y las fatalidades. Como consecuencia, los decesos en Italia ya sobrepasan los de China, con todo y que la enfermedad empezó en China hace más tiempo y su población es 23 veces la de Italia. Y estos dos extremos cubren lo que está ocurriendo en otros países.
En algunos, los gobernantes se creen que la población confía totalmente en su palabra. Y, lo que ocurre, es que, aunque los gobernantes quieren generar tranquilidad, se crean situaciones de compras de pánico, habiendo escasez de productos como desinfectantes, alimentos básicos, e incluso productos que no tiene relación con la pandemia, por ejemplo, el papel higiénico. Como está ocurriendo en los Estados Unidos que, a pesar de las declaraciones del señor presidente Trump tratando de calmar a la población, se encuentran supermercados donde la gente tiene que hacer cola hasta de tres o cuatro horas debido a las compras de pánico.
¿Y en nuestro país? Nos encontramos con dos diferentes actitudes por parte del gobierno. La Secretaría de Salud proponiendo un aislamiento parcial, voluntario, de lo cual el aspecto más notable es la suspensión las escuelas por 31 días y la sugerencia a las empresas de escalonar las horas en entrada, para evitar aglomeraciones en el transporte público. Otras cosas, como la suspensión de partidos de fútbol después de haberlos realizado puertas cerradas. Pero, al mismo tiempo, en algunas entidades se mantuvieron actividades masivas, con gran asistencia de la población, incluso personas enfermas.
Frente a este conjunto de medidas, nuestro presidente toma la actitud de que no hay un gran problema, que todo se resolverá y que no tendremos consecuencias de la pandemia. Y, por lo menos en algunas plazas, la población le ha respondido masivamente, desoyendo los consejos médicos en cuanto a los saludos y los abrazos. Por otro lado, en otras localidades, sobre todo en las grandes ciudades, empieza a haber compras de pánico, colas aparentemente interminables y una gran preocupación por el tema. Algunas de las principales universidades privadas implementaron actividades de enseñanza remota, entrenaron a profesores y alumnos para poder llevar a cabo sus actividades lo antes posible, mucho antes de la suspensión establecida por la Secretaría de Educación.
¿En dónde estamos, en materia de confianza, ante esta situación? No muy bien, creo yo. Y no solo porque haya caído la calificación del presidente en las encuestas de opinión. Mucho más importante es que cada vez tenemos menos confianza los unos para con los otros. De ahí que haya quien dice que los opositores quieren que le vaya mal a país y que les conviene que haya pánico. Quienes dicen que a los pobres no les debería importar la pandemia, porque solo ataca a los ricos. Quienes dicen que a los “fifís”, les conviene el aislamiento, la “sana distancia” porque de ese modo habrá más pobreza, rapiña, malestar social. O los que critican las medidas propuestas del gobierno por sistema, sin sopesar sus pros y sus contras. Ante una ciudadanía gravemente dividida, no hay modo de tener medidas eficaces. Nuestra clase política, no importa su tendencia, no se ha dado cuenta de que la división de la ciudadanía no nos conviene a nadie. Y menos en la situación actual. Para nada nos sirve la asignación de culpas o ponerse medallas. No es momento de buscar culpables. Si la amenaza de una grave situación sanitaria o de una dura situación económica, o ambas, no logra unirnos, no sé qué lo logrará. No necesitamos encontrar culpas. Necesitamos encontrar soluciones y tener la confianza necesaria de unos con otros, para llevarlas a cabo.
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