Esta era una pregunta muy usual en tiempos de nuestros abuelos. “Y a usted, ¿cómo le pinta el año?”. Una manera, a veces jocosa, de preguntarnos: ¿Cómo ve la situación? ¿Qué espera en este Año Nuevo? ¿Cómo le está yendo? Y a veces la respuesta podía ser un tanto divertida: “Pinta como mi cuñado, el que se siente artista: ¡Espantoso!”.
En todo caso es una cuestión que a muchas personas no les interesa. Si a la mayoría les está yendo bien o esperan que les vaya bien, nosotros podremos apoyarnos en ese optimismo más o menos generalizado. Claro, por supuesto, también puede ocurrir que nos contagiemos de un cierto pesimismo.
Generalmente, lo que esperamos para este año 2024 ya está sembrado, sobre todo en los finales del año 2023. Una economía con signos que podrían parecer contradictorios: una cierta estabilidad, pero, al mismo tiempo, la necesidad de ampliar el endeudamiento de la Nación. Un gobierno al que le está costando trabajo obtener los ingresos suficientes para poder llevar a cabo todos sus ofrecimientos. Y para lograrlo reduce los gastos en salud y medicamentos, en seguridad y en obras que no sean los proyectos insignia de esta administración. Y, por supuesto, presume el fortalecimiento del peso. Que no tiene un origen claro. No faltan quienes, desde la oposición, sospechan que esto se logra gracias al lavado de dinero, porque los incrementos en productividad del País no justifican este fortalecimiento. Por otro lado, el fenómeno tiene efectos mezclados: beneficia a los que importan bienes y servicios, que pueden importar más gracias al peso fuerte; pero perjudica a los exportadores que obtienen menos pesos por sus dólares obtenidos del comercio exterior. Por no hablar de las remesas, uno de los ingresos más relevantes en divisas extranjeras, donde el peso fuerte está reduciendo el poder adquisitivo de quienes reciben dólares.
El signo dominante del 2024 es el de la política. Probablemente, el evento que mayor expectativa ha despertado en muchísimas décadas, por no decir en toda la historia de México. Empiezan las campañas en un ambiente de división, de polarización. Pocas veces se ha vivido esa siembra sistemática de odio que divide a las familias, pone en entredicho las amistades y crea grandes dificultades para tener los acuerdos que el país necesita.
Ahora podríamos fragmentar a los ciudadanos en dos categorías: los que creen los “otros datos” que promulga el presidente de la República, y los que no le aceptan absolutamente nada, ni siquiera las verdades patentes. Un ambiente que hace particularmente difícil el entendimiento: cuando ni siquiera estamos de acuerdo sobre los hechos y sobre el significado de las palabras, el diálogo se vuelve casi imposible. Pero no cabe duda: hay también un tercer grupo de ciudadanos, difícil de medir, pero que en mi opinión es el que podría definir las elecciones: los que no le creen a ninguno, ni a la 4T ni a la oposición. Que, curiosamente, no es un tema que se pregunta en las encuestas.
Dentro de este ambiente de división, existe más abiertamente que nunca un tipo especial de polarización: una división entre quiénes se consideran católicos tradicionalistas, que algunos juzgan que la sede del Papa está vacante, uno de ellos desde el Concilio Vaticano II o desde antes, mientras que otros católicos consideran convenientes y saludables los cambios decretados por los Papas posconciliares. Esto, entre los católicos practicantes. Al 70 % de aquellos católicos que no asisten a misa dominical, estas aparentes sutilezas no les podrían importar menos. Lo cual no impide que haya quienes acusen a un bando o al otro de hacer el juego a Morena. Quién, por cierto, tuvo un fuerte apoyo en las elecciones pasadas por parte de los cristianos no católicos. Los cuales, últimamente, no han dado a conocer claramente en que sentido sería su apoyo.
En cuanto a la economía, podemos esperar que se mantenga fuerte hasta el 2 de junio. Nadie quiere tener elecciones en medio de una crisis económica. ¿Qué pasará después del 2 de junio? Entonces será cuando sabremos la realidad: si la economía verdaderamente está sólida. Es un hecho que ya una parte de la población está resintiendo aumentos en los bienes y servicios que ofrece el Gobierno: agua y electricidad muestran incrementos a partir del mes de enero, por no hablar de los ajustes a los impuestos prediales.
Por supuesto, el gran tema es la votación. ¿Tendremos una votación copiosa o tendremos un gran abstencionismo? Los recortes al gasto del Instituto Nacional electoral, ¿tendrán un impacto negativo en la vigilancia del voto? ¿Hubo tiempo suficiente para el registro de los nuevos ciudadanos y de aquellos que finalmente decidieron registrarse para votar?
Probablemente, unos de los aspectos que más influirá en ese resultado, será la naturaleza del examen público de los temas que proponga cada una de las candidatas. Y no será únicamente la calidad y la oportunidad de los debates televisivos. Las discusiones en los grupos familiares, entre amigos, entre las redes sociales computarizadas o no, podrían definir el voto en una proporción mucho más importante que nunca antes.
¿Qué ocurrirá después del 2 de junio? No hay una respuesta clara, de la misma manera que no se pueden predecir los resultados de las campañas electorales, por más que haya agencias de investigación electoral que ya nos están tratando de convencer de resultados que, curiosamente, coinciden con los de sus patrocinadores. Si pierde Morena, es muy posible que, cómo ocurrió en algunas otras ocasiones, aceleren las aprobaciones de cambios que les convienen, en el período anterior a la entrada en funciones del nuevo gobierno. Y, en el extremo, no faltarían quienes buscarían asilo en países amigos de la 4T, temiendo que se les exijan cuentas de su función. Si gana Morena, habrá quien busque refugio para sus capitales a los que considere en riesgo, y un aumento de la migración legal o ilegal, por el temor a un recrudecimiento de la violencia y el fortalecimiento de los grupos delictivos.
Una situación compleja, no cabe duda. Y a usted amiga o amigo, ¿cómo le pinta el año?
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