La clase política sigue sin entender que nos deberían representar y que, para hacerlo adecuadamente, deben rendir cuentas de sus posiciones en los temas que se debatían en el Congreso. Y digo que se debatían, porque pretender que cinco minutos bastan para argumentar los temas muy complejos que enfrenta la nación es insultar nuestra inteligencia.
Hace pocos días, la mayoría parlamentaria de la Cámara de Senadores impuso un límite de cinco minutos a las intervenciones de los senadores en el pleno de la misma. La minoría se inconformó, se taparon la boca en señal de protesta y abandonaron la sesión. Nos están aplicando la censura, dijeron. Su gesto fue vano. La mayoría aprobó de todos modos la propuesta.
¿Por qué? La respuesta corta es: porque pueden. Y muy probablemente seguirán haciéndolo. Han demostrado y seguirán demostrando que no les importa el 46% de los votantes que no los eligieron. Triste, muy triste.
Detrás de este hecho prepotente hay otros aspectos. No había necesidad de limitar a la oposición. Dejarlos hablar no cambiaría el hecho de que ya no necesitan escucharlos y que pueden aprobar lo que quieran. No hacía falta humillarlos. Pero ese parece ser el tono de MORENA. Cuando se les acaban los argumentos, acuden a los insultos y al mayoriteo.
Por otro lado, la oposición ha fallado en algo. No están comunicando ampliamente a la ciudadanía sus puntos de vista, los motivos de sus desacuerdos con la mayoría. Y no por falta de recursos, tanto económicos como humanos. La clase política sigue sin entender que nos deberían representar y que, para hacerlo adecuadamente, deben rendir cuentas de sus posiciones en los temas que se debatían en el Congreso. Y digo que se debatían, porque pretender que cinco minutos bastan para argumentar los temas muy complejos que enfrenta la nación es insultar nuestra inteligencia.
Efectivamente, los senadores están imbuidos de una mentalidad como la de los cómics y las series televisivas, donde entre más breve la exposición, mejor. No quieren o no pueden entrar a fondo en los temas complejos. Simplificar es el último grito de la moda. Y, tristemente, eso no siempre es posible. Temas como la violencia, la deficiencia educativa y la corrupción se han desarrollado por décadas. Su diagnóstico no se hace en cinco minutos. Y debatir sus consecuencias y sus soluciones, tampoco son temas de cinco minutos.
Esperaríamos del Congreso mayor profundidad en sus debates. Esperaríamos de los partidos y sobre todo de la oposición, mayor fondo en sus planteamientos. Y de los medios, el abrir espacios a reflexiones más profundas, evitando la simplificación en aras de meter más noticias en sus espacios.
Nos urge debatir. Esperaríamos un debate de buena fe. Tal vez sea mucho pedir. Hoy vemos que las discusiones en el Congreso estarán dominadas por la imposición, por el mayoriteo. Como ocurrió en el siglo XX, en las épocas de la presidencia imperial y del partido único. La ciudadanía no votó por eso. Cualquiera que hubiera propuesto tal cosa, seguramente hubiera perdido.
La ciudadanía votó contra los que nos decepcionaron. Ojalá no ocurra que ahora, por otro camino, nos decepcionen de nuevo por frivolidad.
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