En el caso de la separación de Catalunya de España, por supuesto que se puede obligar, incluso con la fuerza de las armas y con acciones policiacas, a que se conserve una unidad que vaya a contrapelo de una parte importante de la población. Se puede lograr la unidad, pero no se puede convencer por esos medios. Pueden encarcelar a los dirigentes secesionistas, a riesgo de convertirlos en mártires y profundizar en el descontento de la población que no quiere ser parte de España. Esto, que yo decía hace casi dos años, es ahora una dolorosa realidad.
Ya era claro entonces que el legalismo, por más que fuera legítimo, no iba a convencer a los catalanes. Dos años que podrían haberse aprovechado para construir una unidad basada en el convencimiento de que los españoles necesitan a los catalanes y los catalanes necesitan de los españoles, se desperdiciaron miserablemente. No hubo una campaña basada en la intención de convencer. Ambos bandos, el independentista y el que busca la unidad, se mantuvieron empecinadamente en sus argumentos. Tal vez pensando en que la mera repetición y las manifestaciones multitudinarias convencerían al otro, No hubo, me parece, un esfuerzo serio de entender a los contrarios, concederles la razón donde la tuvieran, pedirse perdón mutuamente y construir una nueva base para la unidad. Tal vez era mucho esperar tanta generosidad.
Ahora, tras la intervención policiaca contra los votantes, será aún más el distanciamiento. Los argumentos de que se infló el asunto, que se usaron videos antiguos para crear la impresión de que la represión fue brutal, no van a convencer a una población que ve un agravio más y una razón más para separarse de España. Es difícil convencer a garrotazos.
A veces nos sentimos lejanos de este tipo de problemas en México y en América Latina. Tal vez porque este fenómeno de separación entre países latinoamericanos ocurrió en el siglo XIX y nos separamos unos de los otros casi sin sentirlo, sin darnos cuenta de la potencia que podríamos haber sido y que nunca fue por intereses mezquinos y porque hubo quienes nos quisieron mantener desunidos.
En México no podemos pensar que estamos a salvo del separatismo. Cierto, ya no estamos en los tiempos de los ochenta y noventa donde en provincia había letreros en las bardas con la frase: “Haz patria, mata a un chilango.” Ya no hay periódicos regionales que publiquen las listas de chilangos que llegan a una comunidad, diciendo: “Cuídense de estos, son perniciosos.” Ya no hay conversaciones suficientemente serias de separar a los estados del norte de la federación, como hubo en los ochenta. Pero la división sigue ahí, las envidias y los rencores no han acabado. Y hace falta una chispa, una catástrofe, un hecho imprudente para que ese ambiente renazca. Como, por ejemplo, con las quejas de que el apoyo por los sismos ha ocurrido mayormente en la Ciudad de México y se han retrasado en el sur del país. O si en las próximas elecciones hay una fuerte polarización.
Es difícil construir la unidad nacional. Las fuerzas que operan a favor de la desunión siempre están ahí. Es aún más difícil reconstruir lo que se ha separado. Ojalá España y Catalunya encuentren un camino de unión. Ojalá Latinoamérica encuentre un camino de unidad. Y ojalá se encuentre un medio para crear mayor unión entre mexicanos.
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