Ante la propuesta del presidente electo para dar trabajo a los migrantes centroamericanos es importante reflexionar si esto es posible, cuando los sueldos para migrantes son más bajos de lo que señala la ley; y si podemos otorgarles seguridad, cuando el gobierno mexicano no ha podido siquiera brindarla a sus connacionales.
El tema de la semana y de las próximas semanas es la caravana de hondureños que cruza México con la intención de llegar a los EE. UU. Un claro intento de forzar una acción del presidente Trump en vísperas de las elecciones intermedias en los EE. UU., donde se juega el control del Congreso estadounidense, mismo que se decidirá el próximo noviembre. Pero, como en otras ocasiones, el evento hará que el Gobierno mexicano tome una decisión clara respecto a los centroamericanos que cruzan el país para llegar a los EE. UU.
Honduras, un país centroamericano con poco más de 9 millones de habitantes, es uno de los países más pobres de América, después de Haití y, posiblemente, de Bolivia. El quinto país con la tasa más alta de desempleo, una pésima distribución del ingreso y con un grave problema de violencia. Lo cual hace muy explicable que muchos quieran emigrar.
De acuerdo con los medios, 3 000 hondureños, en algunos casos familias completas, forman esta caravana, que ya está en México. Lo cual presenta un problema grave para la relación del gobierno mexicano con el del Sr. Trump. quien espera que los detengamos antes de que lleguen a su país.
Las reacciones han sido diversas. El gobierno saliente ha declarado que no se violentarán sus derechos humanos, pero no queda claro qué más hará por impedirles pasar a nuestro vecino país. Curiosamente el gobierno entrante también propone evitar que lleguen a los EE. UU., a través de ofrecerles empleo en México. Algo difícil de aceptar, pero que Andrés Manuel justifica diciendo que en su gobierno no habrá desempleo y que los podremos absorber con facilidad. Posiblemente se podrá, pero no si las caravanas siguen. Y, por supuesto, el desempleo se podría eliminar, pero no rápidamente. Para ello se necesita mucha inversión privada y, en muchos casos, el sector privado está en la posición de esperar y ver los primeros resultados de su gestión.
¿Podemos ayudar a estos hondureños y a otros que podrían venir en el futuro? Creo que sí, pero no de gratis. ¿Debemos ayudarlos? Sí, dice la Conferencia Episcopal Mexicana. Pero no será barato. Ya Cáritas Mexicana ha abierto una cuenta para depositar fondos en apoyo a esta caravana. Y más se requerirá si el esfuerzo es exitoso.
Cabría cuestionarnos si lo que se propone para los hondureños, lo deberíamos llevar a cabo para los mexicanos que salen de sus comunidades, dejan sus familias y se ponen en peligro para huir de situaciones insoportables. Muchas caravanas invisibles, que no merecen la atención de los medios, pero que ocurren cada semana. ¿Podremos ofrecerles empleos dignos? Porque en nuestro país, como en los EE. UU. hay empleo para los ilegales, pero con sueldos inferiores a lo que marcan las leyes. ¿Podremos garantizarles protección cuando a la mayoría de la población no la podemos asegurar?
Repito: creo que sí se puede. Siempre que estemos dispuestos a organizarnos para ir más allá de las protestas y de esperar todo del Gobierno. De este o del venidero. Presionar para eliminar la corrupción, pagar lo que debemos pagar de impuestos y también ir más allá. Poner de nuestro bolsillo, ya bastante castigado. Pero es claro que apoyar a los migrantes de acá y de allá es un tema que a todos nos toca. O, posiblemente, un deber.
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