El gran asunto es que en la democracia ganan y gobiernan los que participan. Quien no tiene argumentos, pierde.
A poco más de una semana de terminar la votación por la revocación del mandato, yo esperaba el ciclo típico de estos eventos. Primero, declaraciones triunfalistas el lunes; después, el martes una serie de sesudos análisis; el resto de la semana de declaraciones, debate y después el olvido paulatino en la segunda semana. Esta vez pasamos de declaraciones triunfalistas el lunes, a pocos comentarios el martes y un olvido casi total a partir del miércoles. Ni votantes ni abstencionistas le dan seguimiento al asunto. No hay debate. ¿Acaso será por haber entrado todos en el clima de vacaciones de Semana Santa? Parece que nadie le importa el resultado. Algo suena hueco en las declaraciones triunfalistas de ambos bandos. A la ciudadanía ya se le olvidó el tema. O nunca le importó.
El problema de fondo es que, si todos se dicen triunfadores, nadie va a cambiar mucho. Como ciudadano sin poder me preocupa eso. No puedo aceptar que consideremos la abstención como una manera de triunfo. Tampoco que el triunfo se defina con la ingeniería electoral. El gran asunto es que en la democracia ganan y gobiernan los que participan. Quien no tiene argumentos, pierde. La democracia sirve si estamos dispuestos a creer que la mayoría tiene razón o por lo menos si estamos dispuestos a cooperar con aquellos que demuestran de una manera justa tener la mayoría. A largo plazo lo que nos provee la democracia es un mecanismo para evitar las confrontaciones violentas y llevar el tema al punto de la discusión racional. No se trata de ver quién convence con apodos o con insultos surtidos que endosamos a todos aquellos que piensan diferente de nosotros.
Mientras no estemos convencidos de que, en la mayoría de los casos, debemos de cooperar con quien ha demostrado tener la mayoría en la votación, la democracia será cada vez más un ejercicio estéril. La solución a largo plazo está en la educación y el desarrollo de la conciencia política. La creación de narrativas es importante pero los argumentos son lo que funciona en el largo plazo. Necesitamos soluciones. No adjetivos.
Siempre podemos encontrar motivos por los que la democracia no es todo lo que debería de ser. Es fácil señalar: lo que no es tan simple es mostrar dónde están las soluciones. Por ejemplo, es un hecho que las personas pobres muchas veces venden su voto. Podemos demostrar el hecho, pero ¿cuándo hemos escuchado qué cosa hacer para que los pobres sean menos pobres y no necesiten vender su voto? De hecho, tal parecería que hay grupos políticos en todos los bandos que prefieren tener a la población en situación precaria para que puedan movilizar sus votos. Otro tema: los jubilados que votan por determinadas formaciones políticas por temor a perder los escasos beneficios que han logrado recibir. ¿Cómo hacer para que estos jubilados tengan pensiones dignas? De eso no se habla. Señalamos a ignorantes que no entienden las consecuencias de sus votos. Podemos denunciar y decir que en este país hay muchísimos ignorantes, fáciles de engañar. ¿Qué proponemos para enseñar a pensar críticamente a la mayoría de la población?
Porque si todo sigue igual, el 2024 no será muy diferente. Aún si empezamos a cambiar hoy, dos años no bastan para modificar estos temas que he mencionado. No cabe en duda que el argumento de Manuel Gómez Morín al hablar de una “brega de eternidad” como el modo de lograr cambiar de fondo las situaciones de México, sigue siendo una idea totalmente válida. Y nadie, ni siquiera los supuestos sucesores de Gómez Morín, tienen programas concretos para resolver los problemas de fondo que dañan nuestra democracia.
De modo que, volviendo a los resultados en la consulta por la revocación de mandato, insisto en que el gran tema es que todos los partidos se declararon vencedores y mientras se declaren triunfadores no tendrán ningún incentivo para modificar sus añejas costumbres. ¿Tienen ellos la culpa? Puede ser. Pero el gran asunto es que la ciudadanía nos conformamos con bastante facilidad. Seguimos aceptando el largo ayuno de ideas que ya podría considerarse que dura varias décadas. Nos estamos yendo con las narrativas creadas por especialistas en ese manejo y diseñadas para mantenernos entretenidos, en lugar de tomar al toro por los cuernos y exigir cambios a una clase política que está quedando a deber con los ciudadanos. Porque, aunque no estoy de acuerdo con la idea de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, es claro que así las cosas no van a mejorar. Y no son los políticos, que han vivido bastante bien de nuestros impuestos, los que mejorarán la democracia. No tienen por qué cambiar mientras nosotros sigamos viendo las cosas con la misma superficialidad.
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