Efectivamente, la mayoría de la población está deficientemente educada en términos cívicos, en conocimientos políticos y en particular sobre el funcionamiento de un sistema democrático. Desgraciadamente, la población tiene una capacidad muy limitada para entender e interpretar los números.
Hace algunos días se publicó una encuesta realizada por una de las empresas más prestigiadas en ese campo, dándole al actual presidente sesenta por ciento de aprobación por la ciudadanía. ¿Qué significa este nivel de aprobación para el presidente y, en buena medida también, para la oposición?
El resultado es apabullante. Más de cincuenta millones de mexicanos mayores de dieciocho años aprueban la gestión de la administración federal. Claro, como dicen los opositores, hace sólo algunos meses esta aprobación era de setenta por ciento. Lo cual significa que al menos de doce millones de ciudadanos han dejado de considerar que este gobierno federal está haciendo una buena tarea.
Y no es que haya pocos ataques a este Gobierno. Prácticamente diario, tomando los datos de las conferencias de prensa y otras informaciones que se ponen a disposición de la ciudadanía, se generan fuertes ataques en las redes sociales y en las páginas editoriales de muchos periódicos. Un golpeteo que ha molestado a los partidarios del actual régimen, pero que no ha sido particularmente efectivo. La aprobación que obtiene esta administración es superior al porcentaje por el cual ganó las elecciones del 2018.
¿Qué significa esto para el gobierno actual y para su oposición? Naturalmente, no faltan los que dicen que esta encuesta y otras similares están amañadas. No presentan pruebas y no muestran otras encuestas que contradigan de manera sustancial a la que da esos niveles de aprobación para Andrés Manuel. Otra explicación, que no se dice mucho en público, es que la población está engañada o, por lo menos, no tiene la preparación necesaria para opinar en política.
Una posición definitivamente aristocrática, en el sentido de suponer que sólo los “expertos” deberían de opinar en estos temas de la política. Lo que no se ha comentado ampliamente es que la oposición, que no termina de reconocer que ya se acabó la campaña y que se trata de proponer mejores ideas que las que propone la administración federal, no ha logrado credibilidad con la ciudadanía. En parte porque algunos de sus ataques son francamente superficiales. Hacer mofa del modo como se viste el presidente, si sus zapatos están debidamente lustrados o no, sí desayuna barbacoa o se equivoca en cuestiones de números, realmente no le está importando a una gran parte de la ciudadanía. Tal vez porque otros presidentes no ha sido precisamente ejemplos de cultura, tal vez porque su buena apariencia no les impidió permitir o tolerar abusos y corruptelas.
Tampoco funciona el argumento de que la población no sabe sobre los grandes temas en la política o de economía. Efectivamente, la mayoría de la población está deficientemente educada en términos cívicos, en conocimientos políticos y en particular sobre el funcionamiento de un sistema democrático. Desgraciadamente, la población tiene una capacidad muy limitada para entender e interpretar los números. De modo que cuando el señor presidente se equivoca confundiendo 10 000 años con 10 000 millones de años, a la población eso le tiene sin cuidado.
Curiosamente, aquellos que tuvieron a su cargo la posibilidad de mejorar la educación de la población, no lograron mayor cosa durante sus administraciones. El PRI, en las muchas décadas que gobernó el país, no tuvo como una prioridad llegar a los niveles de educación que la sociedad moderna requiere. Y el PAN, en sus doce años de gobierno no logró mucho tampoco, aunque puede decirse en su descargo que doce años es poco para lograr remediar las grandes lagunas que presenta la educación en México. Y en los estados donde gobernó el PRD, los resultados tampoco fueron relevantes. De modo que escudarse en la escasa educación de la población, es un poco como escupir hacia arriba.
Así como se puede decir que López Obrador ganó sus elecciones gracias a que sus competidores fueron muy malos, de la misma manera se puede decir que su administración tiene un gran apoyo porque su oposición no ha logrado dos cosas fundamentales: ganarse la credibilidad de la ciudadanía y promover soluciones mejores que las que propone la actual administración. Meramente seguir señalando errores no está funcionando. Los señalan en un lenguaje que no entiende la mayoría de la población y se concretan a atacar sin proponer soluciones mejores.
En México, seguramente para mal, los sabios y los expertos no han tenido el apoyo de la ciudadanía. O, a lo mejor, para bien. Es famosa la frase de José Vasconcelos, rector de la UNAM y el artífice de su autonomía, probablemente el mejor secretario de educación pública que haya tenido este país, quien en una reunión de campaña presidencial, exasperado por la falta de respuesta de los asistentes dijo una frase que pasó a la historia: “Pueblo Globero”. Sí, la oposición y los editorialistas pueden seguir exasperándose por la falta de respuesta y de conocimiento de la población. Sin fruto, como fue en el caso de Vasconcelos.
Tal vez ha llegado el momento para la oposición, o tal vez ya se está pasando ese momento, de hacer una profunda autocrítica de esos planteamientos, de su posición y cuestionarse qué es lo que deberían de hacer para ganarse a la ciudadanía. Cómo lograr ganarse la confianza perdida de un pueblo que ya no les cree y que, con razón o no, han puesto su esperanza en una nueva opción.
Si esta autocrítica y esta refundación de las fuerzas políticas no ocurre rápidamente, bien podemos esperar varias décadas de un gobierno al que una proporción importante de la población no acepta. Un gobierno que siente que no necesita gobernar para todos y que puede hacer fácilmente de lado a treinta y cuatro millones de ciudadanos que no aprueban su gestión. Y quienes, posiblemente, aportan la mayor parte de los fondos con los que se sostiene el gobierno.
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