Las costumbre de las declaraciones

Acciones y declaraciones

La clase política, entre otras de sus costumbres anticuadas, gobierna a través de declaraciones. Ante situaciones graves, ante necesidades urgentes, o peor aún ante necesidades importantes pero que no son urgentes, que son las que tienden siempre a ser olvidadas, la solución es una declaración. Como ocurrió la semana pasada con el tema del famoso socavón.



Esto no es necesariamente malo; el problema es que muchas veces el tema se queda en las declaraciones y no se pasa a la acción. Y otras muchas veces las acciones no corresponden a las declaraciones, con lo cual la credibilidad de la clase política es cada vez menor. Para completar el cuadro, se visten las declaraciones con retórica, con artificios de oratoria y con datos de difícil comprobación. Todavía tenemos el ideal de que los gobernantes deben de ser buenos oradores, sin darnos cuenta de que la buena oratoria puede servir para ganar elecciones, pero no es la única de las cualidades necesarias para ser un buen gobernante. Todos hemos conocido excelentes oradores que han sido pésimos gobernantes. De hecho, en muchas ocasiones nuestros presidentes y gobernadores han sido campeones en torneos de oratoria. Pero las cualidades de un buen gobierno son otras muchas. 

Sobran los ejemplos. El más reciente, la catástrofe en una obra recién inaugurada en el Estado de Morelos donde ocurrió un inmenso socavón que provocó la muerte de un padre y su hijo. Unas semanas antes, en la ceremonia de inauguración, se ponderó la solidez de la obra y se dijo que estaba construida para una duración de más de 40 años. La terca realidad se encargó de desmentir esta declaración en unos cuantos días. Después vinieron nuevas declaraciones, tratando de explicar las razones de la falla. A cuál más increíble. Después, la desafortunada declaración de que la familia que perdió un Padre y uno de los Hermanos había pasado “un mal rato” y que, por esta razón, se les iba a dar una indemnización de un millón de pesos.

Obviamente las redes sociales se han comido crudos a los funcionarios en los más altos niveles estatales y federales el que encargaron esta obra y que, se supone, deberían haber tomado las medidas necesarias para asegurarse de que la construcción cumpliera las especificaciones requeridas. Pero me ha llamado mucho la atención las críticas a los departamentos de comunicación social de esas organizaciones. Como si todo el problema hubiera sido el que no hicieran las declaraciones correctas. Como si hubiera sido posible, mediante una declaración más afortunada, cerrar el tema y salir avante. No cabe duda de que seguimos pensando en que las declaraciones son lo que importa, cuando el problema no está ahí; el problema está en las acciones y omisiones que llevaron a esta catástrofe.

¿Hasta cuándo cambiaremos este estilo de gobernar mediante declaraciones? ¿Cuándo lograremos que estas tengan sencillez y veracidad, una correspondencia absoluta con las acciones cada vez que se informa a la ciudadanía? Y esto que hoy critico no es privativo de la clase política. Se ve en los organismos empresariales, en empresas públicas y privadas, en ONGs, organismos intermedios y muchos otros grupos más. Seguimos creyendo que, una vez hecha una declaración, el tema se va a resolver por si solo. Declaramos que la corrupción es inaceptable. Declaramos que no permitiremos que lesionen los derechos de nuestros connacionales en el extranjero. Que el espionaje no es digno de nuestras tradiciones democráticas. Declaramos que perseguiremos los crímenes hasta las últimas consecuencias. Declaramos que nadie está por encima de la ley. Declaramos que el bien de la patria está por encima de los intereses particulares. Y muchas otras cosas más. Ahora, le preguntó a usted, ¿ha visto alguna vez que estas declaraciones por sí solas conduzcan a resultados? Desgraciadamente no. Infortunadamente nos seguimos creyendo esas declaraciones, seguimos eligiendo a los que “hablan bien”, “hablan bonito”, tienen grandes conceptos, se expresan con mucha claridad. Y qué bueno que lo hagan así, pero eso no basta para ser un buen gobernante.

Ojalá pronto veamos desterrados de nuestros usos y costumbres todos estos artificios oratorios y logremos declaraciones sencillas, en el lenguaje de la gente común y corriente, y sobre todo con el ingrediente secreto que hoy en día falta en muchas de esas declaraciones: la verdad. Toda la verdad y nada más que la verdad.

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