La semana pasada sufrí una leve contractura, que un terapeuta trató y quien me prescribió pasar un par de días en total reposo. Aproveché la situación para buscar la manera de escuchar a distintos comentaristas de radio y televisión, sobre todo a aquellos que tratan temas de política nacional.
A las pocas horas estaba yo verdaderamente fastidiado del contenido que tienen la inmensa mayoría de los programas de comentario político. A tal grado que, de pura desesperación, traté de ver brevemente algunos de los programas que mi madre y abuelas llamaban “telecomedias”. Pronto me di cuenta de que a esos programas más bien les deberían de llamar “teletragedias”. Porque de comedias no tienen nada. Pero eso mismo se podría aplicar a muchos programas noticiosos y de comentario político. Tal parece que la televisión y otros tipos de medios, incluyendo las redes sociales, se han dedicado a transmitir y magnificar diferentes tipos de tragedias.
Es difícil escuchar un programa noticioso sin que haya una proporción importante de noticias dedicadas a la violencia y a diferentes tipos de males, cómo catástrofes naturales y temas parecidos. Es tan fuerte la inclinación a los contenidos trágicos, que incluso en épocas cómo los fines de semana, donde normalmente hay pocas noticias, algunos noticieros transmiten noticias de tragedias relativamente menores, solamente por llenar la “nota roja”.
A las pocas horas de este régimen de tragedias, claramente empecé a sentir que me estaba deprimiendo. Ya no quería oír nada más, dejé de escuchar la radio y la TV, cerré el Twitter y el Facebook y me puse a buscar temas con mejor contenido. No cabe duda de que, después de un tiempo, quien lleva semanas o meses sometido a esta situación empieza a sentir una angustia provocada, inspirada y de alguna manera programada por la información. Una suerte de parálisis emocional, que genera temor y que tiene como fruto una indiferencia social.
Si yo aceptara las teorías de la conspiración, yo estaría creyendo en la idea de que hay una especie de “gobierno profundo”, que trata de manipular a la población para poderla dominar. Porque este temor provocado nos puede ir llevando a pensar que no tiene caso tratar de participar en temas sociales y políticos. La situación puede convertirse fácilmente en desesperanza. Desesperanza que también nos lleva a no tener paz, a vivir un constante temor de toda la cantidad de cosas malas que nos pueden ocurrir. Una depresión colectiva, que parecería ser provocada a propósito.
Esto me recuerda una situación qué ocurrió cuando se estaban dando en México los primeros pasos del cambio democrático. Una señora sencilla, del pueblo, se dirigió al entonces presidente Vicente Fox a decirle lo mal que se sentía al escuchar tantas malas noticias en los medios. Y el señor presidente le recomendó que mejor ya no escuchara las noticias. Con lo cual todos los medios se dedicaron a criticarlo y acusarlo de que quería mantener a la población en la ignorancia. En lo cual tenían buena parte de razón. Mantener a la sociedad en la ignorancia es una manera muy socorrida de conservarla sometida. Pero es cierto también que un exceso de información contradictoria, llena de embustes y falsedades tiene un efecto muy parecido. Estamos mucho más informados de lo que hemos estado en toda la historia de la humanidad y probablemente estamos también intoxicados por ese exceso de información, poco creíble y mal validada.
En esa situación no resulta raro que una buena parte del electorado ya no sepa por quién votar y no tenga ni siquiera la inclinación por hacerlo. Criticamos duramente a quienes se abstienen de votar y de participar en las cosas políticas, pero no nos ponemos en el papel del ciudadano que ya no sabe a quién creer y que está dominado por un temor que le impide tomar decisiones con lógica. Y esto no se resuelve regañando a quienes se abstienen de participar en política. Porque muchas veces los partidos, los medios y las redes sociales se centran más en lo negativo, en la crítica o la diatriba y no transmiten noticias que pudieran entusiasmar al electorado para que participe con mayor frecuencia.
¿Es criticable el abstencionismo? Por supuesto, pero también es muy explicable. Sometidos a un régimen de información negativa, con cierta facilidad podemos caer en esa situación. ¿Cuál es la solución? ¿Cerrar los ojos? ¿Responder a los ataques viciosos y negativos con mayor negatividad? ¿Contestar a las mentiras y embustes con nuestra propia cosecha de “fake news”? Porque eso es lo que estamos viendo tanto en el partido en el poder como en la oposición. Y ahora que muchos, de un modo u otro, somos comunicadores, tenemos también la responsabilidad de transmitir mensajes positivos, que den ánimo y que inspiren a la participación. La solución, claramente, no es dejar de pensar. Tampoco es responder a lo negativo con mayor negatividad, a la mentira con nuevas mentiras, al intento de crear indignación cada vez mayor en el electorado con otros motivos para hacer crecer la indignación.
Si un candidato, frente a esta situación que vivimos, quisiera empezar a recuperar la credibilidad del electorado, tendría que empezar por decir: “Nos han contado tantas mentiras, por tanto tiempo, que sólo puedo proponer algunas soluciones basándome en una percepción de la verdad de nuestra situación. Pero mi primer grupo de acciones, una vez electo como presidente de la república, es hacer un esfuerzo nacional por encontrar cuál es nuestra verdad y proponer planes con una lógica basada en ese conocimiento. Y, además, aceptar que muchas de nuestras propuestas serán provisionales, en la medida de que podamos ir descubriendo la verdad que nos ha sido negada por tanto tiempo”.
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