En la mayoría de los casos, son las dictaduras a las que les conviene que la población esté dividida.
Poco a poco se nos olvida el hecho de que necesitamos reconciliarnos. Sí, es muy difícil, como nos recuerda Salvador Reding. Tan difícil que muchas veces ni siquiera se intenta. A veces, hacemos como que ya se nos olvidó el motivo de nuestro enojo. Cubrimos con nuestras actitudes de cortesía el enojo que aún nos muerde. Pero el enojo, el resquemor sigue ahí. Convirtiéndose en odio, un odio que se retroalimenta y crece cada vez más.
Parece obvio que necesitamos la reconciliación después de esta intensa campaña política de 2018. Nos acordamos de que una nación dividida no puede crecer ni desarrollarse. No puede ponerse de acuerdo ni siquiera en lo más elemental. Pero, no cabe duda, hay a quienes les conviene que sigamos divididos. Divide y vencerás, dice un antiguo dicho adoptado por muchos políticos con singular alegría.
Por eso, en la mayoría de los casos, son las dictaduras a las que les conviene que la población esté dividida.
Atizan la división porque les beneficia. Para un dictador no hay nada más cómodo que la existencia, real o percibida, de un enemigo de la sociedad. Los “enemigos de clase” atacados por los marxistas-leninistas, los judíos para los nazis y fascistas, los burgueses para muchos socialistas.
El enemigo justifica las fallas del dictador. Como el bloqueo estadounidense justificaba las fallas de los gobiernos castristas y sus admiradores latinoamericanos. Y ese enemigo es tan feroz que no hay manera de reconciliarse con él. El dictador lo necesita ahí. Porque lo justifica y lo valida.
Pero si la sociedad se reconcilia, si nos damos cuenta de que no todos pensamos igual y que eso no nos hace buenos o malos, el dictador pierde un arma poderosa. Por eso de un modo abierto o solapado, de un modo directo o a través de testaferros, seguirá atizando el odio entre la sociedad.
Sí, necesitamos una reconciliación real. Sí, es muy difícil. ¿Dónde nos podemos apoyar? ¿En dónde podemos encontrar ayuda? Necesitamos sembradores de la paz, y no abundan. Podríamos encontrarlos entre los que practican distintas religiones. También entre hombres y mujeres que, sin ser religiosos, son personas de buena voluntad. No, no abundan. Incluso entre los que se dicen seguidores de Jesús, de Buda, o de otros cultos religiosos. Y los vimos en esta contienda electoral: grupos religiosos divididos amargamente por razones políticas, acusándose mutuamente de traicionar sus convicciones religiosas y “excomulgándose” unos a otros.
¿Qué hacer? Solo veo una posibilidad. Decidir convertirnos en esos sembradores de la paz. No esperar encontrarlos ya hechos. Construirnos como esos sembradores de paz que la sociedad necesita. Conscientes de que eso no nos hará populares. Hay muchos que quieren seguir enojados. Los que sienten que su integridad les exige seguir enojados y no perdonar lo que consideran imperdonable. Y a nosotros mismos nos parecerá que estamos abandonando nuestras convicciones y que nos hemos vuelto relativistas. Encontraremos difícil conciliar nuestras convicciones con el respeto de los criterios de otros.
¿Encontraremos esa capacidad? ¿Tendremos apoyo? Puede ser que no. Pero vale la pena intentarlo. Por el bien de México.
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