2017: ¡Huy, qué miedo!

La verdad, a primera impresión, da miedo el año que empieza. Bajo crecimiento económico, devaluaciones (ligeras o severas), inflaciones altas, gasolinazos; y por si fuera poco, el Presidente Trump cancelando el Tratado de Libre Comercio con México y regresándonos algunos millones de mexicanos para que ingresen a las filas de los desempleados.



Esa es la dieta diaria que nos están dando los medios en sus comunicaciones, gran parte de las redes sociales, los “expertos” y los infaltables encuestólogos. Y lo peor, es que hay bases para estos temores, que provocan desde la mera preocupación hasta el pánico.

La tendencia de los medios al sensacionalismo, y su idea de que lo trágico y lo pesimista vende periódicos o puntos de “rating”, los lleva a crear profecías que se auto cumplen. Si se crea miedo en la sociedad, la economía se paralizará y todo irá mal. Después de todo, pronosticar desastres es la apuesta más segura para un comunicador. Si pronostica bonanza y no ocurre, todos lo recriminarán. Si pronostica calamidades y no ocurren, el alivio de la Sociedad al ver que las cosas no fueron tan mal después de todo, le da tal alegría que nadie reclamará al pesimista.

Por otro lado, para la clase política esto es un premio inesperado. Con muy poco que mostrar de logros en sus propias administraciones, las situaciones como las que nos pronostican son las municiones que necesitaban urgentemente para ganar adeptos y derrotar a los partidos en el poder.

Pero, en serio, ¿hay otros escenarios posibles? Bajo estas circunstancias, ¿es posible ser un optimista y ser racional? Yo creo que sí. Sé que molestaré a muchos y que me ganaré muchos regaños pero, en conciencia, me siento obligado a diferir del pesimismo generalizado que estamos viviendo. Y estoy consciente de que bien puedo estar equivocado.

Mi mayor argumento es nuestra Sociedad. Una sociedad asombrosamente resistente, que ha sufrido y superado calamidades de todo tipo y ha salido fortalecida en cada una y, lo más importante, sin perder la esperanza y el buen humor que nos caracteriza. Aguantamos 300 años de colonia, un siglo de caudillos aderezado por múltiples intervenciones extranjeras, casi ochenta años de dictadura perfecta y doce de una alternancia democrática mal conducida, que no cumplió las expectativas de todos.

En toda nuestra historia es casi imposible encontrar buenos gobiernos. Y a pesar de tener gobiernos muy malos, el país ha prosperado en buena medida. No gracias a los gobernantes, sino a pesar de ellos. Un ejemplo: en los últimos años Estados Unidos ha deportado casi dos millones de mexicanos que regresaron al país y se incorporaron a la sociedad trayendo conocimientos y, lo más valioso, el empuje y disposición a arriesgarse que los llevaron a emigrar. Sin hacer ruido, sin apoyos gubernamentales, están incorporándose y aportando sus capacidades. Un valor incomparable que, bien encauzado, puede mejorar mucho a nuestra sociedad. Su regreso fue y será beneficioso. Y es de esperarse que así ocurra si los siguen deportando.

No quiero decir con esto que debamos resignarnos a tener gobiernos malos. Pero sí que debemos estar convencidos de que podemos prosperar a pesar de ellos. De que nuestra sociedad es cada día más consciente, más fuerte y más interesada en los asuntos públicos. Que tenemos claro que no hay recetas fáciles ni programas mágicos que resuelvan nuestros problemas rápidamente. Debemos aceptar que esto es una “brega de eternidad” como decía Gomez Morín.

El miedo no sirve a nuestra Sociedad para nada bueno. No vamos a resolver nada paralizándonos como colectividad. Si algo necesitamos es evitar que el miedo nos provoque desesperanza. En vez de angustiarnos, necesitamos apoyarnos unos a otros para encontrar soluciones, para hacer sentir nuestra fuerza de Sociedad a los mandatarios que no siguen nuestros mandatos. Asegurarnos de que la política sirva al país y no sólo a la clase política y sus beneficiarios.

¿Tendremos la fortaleza para ello? Creo que sí. Déjeme contarle una anécdota. Hace años tuvimos hospedada en nuestro hogar a una monjita revolucionaria, progresista y activista que había trabajado con pobres de varios países de América Latina. Ella, por supuesto, de inmediato fue a visitar las zonas más marginadas del país. Al despedirse nos dijo algo notable. “Los pobres mexicanos son diferentes de los pobres de otros países”, afirmó. “La diferencia es que los pobres mexicanos tienen esperanza”. Ahí, precisamente ahí, está nuestra fortaleza.

Yo creo que eso es cierto y no sólo de los pobres. El Mexicano, así con mayúscula, es una persona con esperanza. Ese es nuestro mayor tesoro. Amiga, amigo, le deseo que en este año 2017 todos cultivemos y apliquemos nuestra esperanza. Que no nos dejemos acobardar por el miedo y el pesimismo que están tratando de inyectarnos. Se nos vienen retos importantes. Pero, estoy seguro, estaremos a la altura de esos desafíos.

@yoinfluyo

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