Hay algo que no puede cambiar, y es nuestra razón de ser.
Hace unos días asistí a la presentación del libro “La escuela no te sirve si no tienes un propósito”, del autor Gustavo Fernández de León. Siéntate y tómate un té conmigo, porque hoy vengo muy reflexiva y te quiero compartir esa chispa de querer cambiar al mundo.
La escuela es ese conjunto de elementos que han resultado de mucho análisis, inversión (privada y del Estado), años y años de prueba y error. Pasando por las materias que “los expertos” han considerado que más nos sirven, el sistema de evaluación que unos extraños han determinado que tiene relación con nuestra inteligencia y miles de temas que se han descartado porque el ciclo escolar no da para tanto, y a alguien que quizá nunca conoceremos le parecieron “menos importantes”.
Hoy la escuela en todo el mundo se encuentra en una fase especialmente crítica: mientras que aún existen millones de niños y jóvenes sin la oportunidad de estudiar, otros millones no tienen idea para qué lo hacen, no es de su interés. Y, otro gran grupo sigue creyendo que el objetivo de la escuela es graduarse para ganar mucho dinero.
La mayoría de los ciudadanos no contamos con el poder político para realizar cambios de fondo en la estructura educativa, ni tampoco lo tienen los mismos estudiantes. Lo que sí podemos hacer desde la sociedad civil organizada, desde la familia y las empresas, es ayudar a los niños y jóvenes a descubrir algo que hará que su viaje académico tenga sentido. Me refiero, desde luego, a encontrar su propósito de vida.
Gustavo Fernández de León nos preguntó –mientras esbozaba una sonrisa- qué queríamos ser “cuando fuéramos grandes” a la edad de seis años. Y, más importante aún: ¿por qué queríamos ser eso?
Un joven levantó la mano y dijo que él deseaba ser paramédico, porque quería ayudar a la gente. Sin embargo, con el tiempo descubrió que no le gustaba para nada ver sangre. Por eso, decidió estudiar otra cosa donde pudiera conservar el “por qué” original.
Al final, lo que verdaderamente importa es el destino, pues hay muchas formas de llegar a él. Muchos conceptos profesionales y educativos nos los hemos ido inventando como sociedad porque “parece que el camino va por allí”. No hemos descubierto todas las verdades, pero por alguna razón seguimos empeñándonos –sobre todo en México- en hacer creer a los niños y jóvenes que lo hemos resuelto todo y ellos deben seguir el mismo camino ya trazado. Que deben hacer tal o cual cosa para tener éxito.
Hace unos años, se creía que para tener cierto liderazgo de opinión e influir en los demás había que tener conexiones suficientes, trabajar en una televisora y conseguir un programa. ¡Un largo camino! Hoy hemos acortado el trayecto: los jóvenes sueñan con ser líderes de opinión (o influencers, como ahora les llamamos) tomando una cámara, grabándose y subiéndose a redes sociales. Los niños de seis años quieren ser YouTubers, mientras que para otras generaciones el sueño era ser descubierto por un productor.
Podemos revolucionar los caminos desde la sociedad, mientras mantengamos firme lo que no cambia: el propósito. ¿Para qué queremos ser profesionistas? Tener mucho dinero, como menciona Fernández de León, no es un propósito. Eso debiera ser una consecuencia de estar cumpliendo nuestro propósito de manera profesional e íntegra, de lo contrario pierde todo su sentido y nos deja vacíos.
Recuerdo momentos en mi época escolar en que sentía que el mundo se derrumbaba por haber obtenido un 7 en matemáticas. Me sentía totalmente fracasada académicamente, aunque teniendo 15 años ya hubiera fundado mi propia revista escolar y escribiera semanalmente en un periódico local. Si bien necesitamos algo de matemáticas en la vida, la presión que ponemos en el estudiante para ser bueno en lo que no se le da tanto, minimizando sus éxitos en otras áreas, es un error gravísimo. Somos más que un número en una boleta, y lo compruebo mientras escribo esto, tras haber terminado un posgrado, obtenido una beca que me permitió estudiar en una de las mejores universidades del país y haber representado a México en diversos eventos internacionales. El éxito se mide en nuestros propios términos y en la escala del bien que hagamos al mundo.
Seguramente en quinietos años la educación tendrá un esquema totalmente distinto al que hoy conocemos, los temas vistos serán muy diferentes, con base en las habilidades que se consideren más valiosas para la sociedad del futuro. Muchos trabajos actuales dejarán de existir, principalmente aquellos con características más técnicas. Pero hay algo que no podrá cambiar, y es nuestra razón de ser, que idealmente debe manifestarse como profesionistas y seres humanos integrales.
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com