Ulises siente que le estalla la cabeza y la sangre en las venas le hierve. Toda su fuerza está reprimida. Las horas le parecen interminables. No tiene concentración para ocuparse en algo.
Después de una larga ausencia Ulises reconoce a lo lejos su hogar. La pátina del tiempo ha obscurecido el color de los muros y el follaje es más profuso. Hace el último esfuerzo y corre. Recuerda la clave para abrir la puerta y entra.
No hay alguien en la casa, extraña los ladridos de Argos. Se dirige al refrigerador, come una naranja, necesitaba algo refrescante. Va a la sala, se acomoda en un sofá y duerme. Está agotado.
Despierta cerca de media noche. Ve la lámpara encendida, sobre la mesa del rincón y allí hay un mensaje, lo lee. “Te vi agotado y no me atreví a despertarte. Tengo un evento el fin de semana y como soy la administradora de la empresa voy a supervisar. Regreso el domingo en la noche. Ya te contaré. Hay provisiones en el refrigerador, me parecen suficientes. Te dejo un celular con las instrucciones de uso por si hace falta comunicarnos. Me olvidaba darte la bienvenida. Penélope.”
Ulises espera y no regresa el domingo. Advierte una señal en el celular. Penélope le avisa que el evento fue todo un éxito. Están agotados ella y su jefe Egeo. Para reponerse regresarán el martes a primera hora.
Ulises siente que le estalla la cabeza y la sangre en las venas le hierve. Toda su fuerza está reprimida. Las horas le parecen interminables. No tiene concentración para ocuparse en algo. Se siente incapaz de tomar alguna decisión, está perplejo ante lo inesperado, él que ha sabido capotear y dirigir en todas las variadas aventuras que ha vivido.
Fuera de su hogar todo ha sido inseguridad, pero ha sabido sortearla y conseguir sus propósitos. Su ancla era el hogar. Ahora que el hogar se le desmorona todo le parece incierto.
Penélope llega el martes muy temprano, como lo advirtió. Egeo deja en la puerta de la casa las maletas y dice adiós con una mueca al ver a Ulises. Él y ella se miran, se reconocen, pero saben que no son los mismos. No sé qué decir dice él, yo tampoco, responde ella.
Preparan el desayuno, aún recuerdan lo que les gusta. Deciden asear la casa y mover los muebles para dar un aire de renovación. Casi no se atreven a contradecir alguna sugerencia del otro.
A media tarde se sientan en la estancia frente a frente. Ella empieza a hablar en voz alta. Le dice que la lejanía fue muy dura al principio, pero consiguió el trabajo que ahora tiene y descubrió su capacidad para organizar eventos. Egeo le tuvo mucha paciencia mientras aprendió y ahora están inmejorablemente acoplados.
Detalla sus planes a corto y a largo plazo. Por supuesto, es extraordinario haberse quedado en casa todo el día. Lo hace porque él estaba allí, pero mañana tendré que salir. Nos veremos por la noche.
Vamos a dormir estoy rendida, son muchas las emociones. ¿Puedes decirme algo de ti? Mañana cuando regreses, le contesta Ulises.
Así transcurre la semana. Ulises cada vez se encuentra más desplazado, un malestar crece, crece, le ahoga. No tiene sitio allí ni hace falta. Penélope ya no lo esperaba. La casa es un accesorio para ella, lo suyo está fuera.
Otra semana igual no la soportará.
No puede sobreponerse, le domina el desasosiego. Diseña un plan para estar a solas con Penélope. La invita a cenar en casa, el fin de semana. Ellos dos. Envía un WhatsApp. Ella le confirma…
Ya es viernes. La mesa con la luz tenue de las velas. Ulises se sorprende de esa habilidad desconocida. No se engaña, no es hábil, es el entorno de una solución que ha venido planeando.
Ellos dos, sin la presencia incómoda de Egeo, el nuevo dueño de Penélope. Cenan, hablan, llega la noche.
Al día siguiente Ulises está solo, no hay rastro de Penélope, en el jardín un túmulo de tierra.
Ulises parte nuevamente, será un viaje sin retorno. Su dirección la señalará el canto de las sirenas.
Pero la historia se prolonga al siglo XXII. Otra vez regresa Ulises, Penélope está en casa, su presencia discreta pero notoria se encuentra en todos los espacios. La casa se mantiene en pie.
Están platicando en la sala, ella escucha y hace preguntas, él desciende a detalles. Se miran uno al otro. El regreso valió la pena… Ulises conserva en la memoria las andanzas de sus viajes, pero está convencido que las más valiosas andanzas son las de Penélope para mantener tan vivo y fresco el magnetismo del retorno a casa.
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