Escuchar para aprender o disentir para fortalecer una decisión son dos modos de mejorar las actuaciones.
En distintos momentos a lo largo de la historia se ha presentado el temor de la desaparición de la especie humana. Los peligros se ubicaban en el entorno como las enfermedades desencadenadas por el clima, la falta de alimentos, las agresiones de los animales o de las mismas personas. También, ahora y siempre, siguen existiendo las guerras con el uso de armas muy sofisticadas que destruyen a las personas y a su entorno. Hay novelas con esos temas e incluso películas y obras de teatro.
Sin embargo, ahora se está presentando otro fenómeno mucho más generalizado y drástico. Es el desencanto de ser humano que ya no desea ser quien es, o la tremenda ignorancia sobre el significado de ser persona. En verdad estamos en una crisis antropológica. Por eso también aumentan los suicidios.
Algunas costumbres ocasionan desajustes, por ejemplo, el uso o abuso de las relaciones sexuales con la paradoja del desdibujamiento de cada sexo, el relajamiento de las costumbres, la transgresión de los límites, la confusión para distinguir el bien del mal, el consumo de estupefacientes para evadirse. La vida excesivamente placentera y acomodada está provocando una reacción en sentido contrario y se manifiesta en el hastío, el desencanto y el rechazo.
Se ha hablado de la realidad líquida, sin embargo, ahora ya ni siquiera es líquida sino disuelta, de manera que nos rodea la indefinición. Los significados no importan y se identifican bien y mal, belleza y fealdad, verdad y mentira. En la vida cotidiana da lo mismo ser héroe o villano, honesto o ladrón, veraz o mentiroso, hombre o mujer.
Huir o ignorar son las reacciones a la incertidumbre. Huir de quien somos, huir de la responsabilidad de ser o de actuar, huir incluso de las amistades por el temor a complicarse la vida. La consecuencia es un empobrecimiento muy grande y la pérdida de las relaciones humanas producen una soledad radical que atrofian a la persona. Desgraciadamente esas actitudes se contagian y las personas no saben explicar la razón de sus decisiones.
Actualmente los humanos no vislumbran el deterioro de las relaciones mutuas, ni lo sospechan porque el uso desenfrenado de los recursos tecnológicos y las destrezas que han alcanzado los tienen engañados e identifican la sociabilidad con el número de seguidores y con la popularidad alcanzada. Ningún encuentro mediático se equipara con el presencial donde percibimos detalles más íntimos.
El arte de cultivar las relaciones sociales se adquiere dedicando tiempo y constancia con los mismos interlocutores. La constancia fortalece la inclinación natural de escuchar las opiniones de los demás sobre un tema interesante o aprender de otras opiniones sobre el modo de afrontar un asunto donde muestran su experiencia. Escuchar para aprender o disentir para fortalecer una decisión son dos modos de mejorar las actuaciones.
Precisamente porque se requiere la constancia en el trato con los mismos interlocutores, en la familia o con los compañeros de trabajo es más fácil practicarlo. Y, además se cultiva la amistad. La familia es educativa de modo natural en todos los aspectos y eso es importante capitalizarlo. Con los compañeros de trabajo es una manera de mejorar la colaboración y el interés recíproco.
Ante esta panorámica, es necesario poner orden en el modo de vivir. No se trata de alejarse de los avances tecnológicos sino de utilizarlos adecuadamente. Para lograrlo es necesario adquirir dos hábitos. Uno es el aprovechamiento del tiempo y el otro es la fortaleza para tomar las decisiones requeridas para ocupar bien el tiempo.
Si minimizamos el tiempo dedicado a tratar a los demás y nos polarizamos en los recursos tecnológicos entenderemos por qué muchas personas se deslindan del cultivo del trato con los semejantes por la relación con especies inferiores -mascotas-, éstas no nos retan ni demandan diálogo inteligente.
Nos degradamos cuando no asumimos las relaciones humanas, incluso algunos pueden perder la noción de quiénes son. Entonces están próximos a caer en el absurdo de querer ser animales. Ya se han dado casos.
El modo de vivir el presente, marca el rumbo del futuro que insinuamos a los más pequeños. Pero la huella puede ser más grave, porque la confianza desmedida puesta en los avances científicos y tecnológicos puede afectar aspectos fundamentales de la vida humana, como el desarrollo demográfico y causar serios problemas derivados, por ejemplo, de la manipulación genética.
La manipulación genética y los vientres de alquiler rompen con el rastreo de la herencia biológica y psicológica. En las consultas médicas para detectar el origen de una enfermedad, facilita dar a conocer los estados de salud del padre, de la madre o de otros parientes.
La herencia también es cultural y conocerla puede enorgullecer. Este es otro incentivo para volver a enorgullecernos de ser humanos. Descubrimos la capacidad de aprovechar los adelantos y apoyarnos en ellos para seguir avanzando. Todo ello nos descubre que a pesar de los desatinos y las pugnas lo que prevalece es aquello verdaderamente valioso.
Esta lección nos puede estimular a salir de los problemas de nuestro tiempo, bastante graves, pero de otros graves del pasado han salido y además han forjado muchas etapas de bonanza. No podemos pensar que esa capacidad la hemos perdido. No es verdad, tenemos grandes recursos e inscrita en nuestra naturaleza la llamada al esfuerzo por mejorar.
Los seres humanos necesitamos acompañarnos y promover la admiración recíproca a base de afrontar y superar con esfuerzo, los sacrificios o las privaciones necesarias para dejar a las generaciones venideras el ejemplo de vida heroica. Esto es mucho más estimulante que las comodidades o los adelantos que hayamos alcanzado. Esta es la manera de recuperar a la persona y conocer la responsabilidad de impulsar a los demás a sentir ese orgullo.
La conclusión es clara el esfuerzo por resolver los retos nos vigoriza, nos mantiene erguidos. La comodidad y el relajamiento van de la mano y nos llevan al deterioro. Vayamos por lo primero.
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