Para la paz también se requiere un respeto profundo a las tradiciones, historia, religión y estilos de vida de los distintos pueblos.
Su beatitud monseñor Sviatoslav Shevchuk, desde el inicio de la guerra en Ucrania, cada día ha escrito una carta para relatar las tremendas escenas de destrucción sufridas en las distintas zonas del país, para animar a los pobladores, para consolarlos, para mostrar el heroísmo patriótico de niños, mujeres y hombres. Para elevar su voz a Dios y pedirle ayuda. Esas cartas serán un valiosísimo testimonio histórico.
En la carta escrita el día 180 de la guerra, monseñor Schevchuk se dirige al pueblo ucraniano para animarle a: “Ser defensores de una paz verdaderamente justa; ser evangelizadores de esta convivencia justa entre los pueblos, de una coexistencia pacífica de las naciones y los pueblos en las circunstancias actuales de la humanidad”.
En ese breve texto, pero muy rico, dos veces hace referencia a la justicia. Esta es una virtud muy especial. En la vida social es muy necesaria e incluso está regulada por la ley. En la vida social se exige. Todos los males de la comunidad suceden cuando no se practica. Basta con un ciudadano injusto para desajustar el orden social.
La justicia como todas las virtudes se da en cada persona. Las virtudes existen si se incorporan a la vida cotidiana. Un territorio donde hay justicia no se debe a códigos muy bien redactados, sino a las personas que practican el bien.
Un país, una comunidad, una institución o una familia donde hay desarrollo y paz lo debe a la conducta justa de cada uno de sus integrantes. Por eso, cuando los medios de comunicación hablan de robos, asesinatos o diversas pugnas hemos de pasar lista para revisar cómo es nuestra conducta. Tal vez no sea injusta, pero la justicia demanda mucho más, no sólo es no hacer sino ayuda a frustrar los hechos injustos.
En las legislaciones hay macro consejos, por ejemplo, hay advertencias sobre injerencias de países desarrollados, cuando prestan su ayuda a los más pobres para conseguir sus propios beneficios y les cobran imponiéndoles obligaciones prolongadas y desproporcionadas.
Individualmente podemos reprobar esos hechos, sin embargo, también nos interpelan pues en pequeña escala podemos cometer las mismas tropelías. Sería el caso de un coordinador de área que impusiera a sus subalternos condiciones laborales difíciles de cumplir, o de hermanos mayores que trataran despóticamente a los menores.
Los apoyos a los más débiles nunca deben buscar el encumbramiento, ni tener una finalidad propagandística, sino la creación de infraestructura desde donde los ciudadanos puedan partir y construir su propio desarrollo. En singular, esto equivale a dar recursos para hacer – hacer, y no crear dependencias, ni cobrar la ayuda. En lo cotidiano. en nuestro país, somos testigos de continuas trasgresiones: dan ayudas económicas para conseguir votos.
En el citado mensaje se destaca la paz verdaderamente justa. Todos queremos vivir en paz, pero la paz duradera requiere de muchos niveles. Empieza por la tranquilidad interior de cada ciudadano. Ésta se debe a que cada uno trabaje bien. Quienes están en el área de las infraestructuras como son las carreteras, puentes, tuberías, fabricación de muebles, edificios, etc., han de tener un alto sentido de responsabilidad, un defecto en cualquier nivel puede ocasionar grandes desgracias. Es el caso de la línea 12 del metro en Ciudad de México.
Para la paz también se requiere un respeto profundo a las tradiciones, historia, religión y estilos de vida de los distintos pueblos. Imponer unas costumbres a otros es una injerencia indigna, allí se esconde cierto desprecio por lo de los demás, que tarde o temprano provocará divisiones muy profundas.
La justicia y la paz requieren de la fraternidad. No podemos olvidar que la palabra fraternidad viene de “frater” cuyo significado es hermano. Y realmente todas las personas de todos los pueblos provenimos de la primera familia, somos hermanos, tenemos una misma herencia y un fin común. Por este motivo todos coincidimos en el anhelo de paz y de justicia.
De algún modo el territorio que ocupamos cada pueblo tiene una finalidad fraterna. Por esta razón los bienes de nuestro suelo son parte de los bienes comunes y hemos de compartirlos. Cada lugar ofrece distintos productos, unos cuentan con una vegetación exuberante rica en productos alimenticios o de follajes muy bellos. Otros territorios tienen yacimientos de metales. Los cercanos al mar ofrecen su fauna y flora.
Cuando no se juzgan estos beneficios con la óptica fraterna de intercambio de bienes, no aparece la responsabilidad de compartir y de saberse depositarios de riquezas que han de aprovecharse no sólo en el presente sino también en el futuro.
Un ejemplo extremo lo muestra la injusta guerra en Ucrania. A Rusia le interesa tener la salida al mar de ese país, así como las riquezas en granos. En vez del debido respeto al territorio vecino y resolver el asunto por la vía del diálogo, desean asimilarlo nuevamente. Para ello no se han medido y estamos ante una injusticia que por intereses ocultos no se ha podido solucionar. Somos testigos de una masacre humana en donde mostramos el lado más obscuro de las pasiones humanas. Y el amor patrio de los habitantes del país vejado.
Cuántas veces hemos clamado: ¡nunca más la guerra! ¡nunca más la guerra! Y volvemos a reincidir. Es una vergüenza. Indigna la injusta expansión territorial cuando podríamos canjear los bienes de una manera justa y benéfica para todas las partes.
Una conclusión parte del ejemplo sostenido del pueblo ucraniano vejado. Hay un sin número de personas, cada una con rostro y singularidad en las que se unifican valores patrios ejemplares. Y todos nosotros con ellos somos parte de la misma especie, somos hermanos. Ellos han mostrado mucho de lo bueno que tenemos y nos interpelan para practicar lo mismo.
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