¿Soy una persona libre? ¿O, aunque me creo libre me someto al poder del dinero, o al éxito y la fama? ¿Difundo entre los demás la auténtica libertad, sinceridad y colaboración? ¿Me someto al poder de las autoridades, aunque legítimamente elegidas resulten tiranas y sacrifico mi serenidad y paz y la de los demás? ¿Soy realmente libre o soy un esclavo?
Ser personas libres es un requisito para vivir la solidaridad en cualquier grupo, porque la solidaridad consiste en la aportación voluntaria de cada uno a los demás. Es activar las personales capacidades -conocimientos, descubrimientos y habilidades- y así cubrir efectivamente las necesidades mutuas: personales, familiares y sociales.
Para ejercer la solidaridad ayuda conocerse, conocer a los demás y también saber los requerimientos de la sociedad con sus problemas y sus adelantos. Para lo primero son una gran ayuda los adelantos de las ciencias humanas. Para conocer el entorno, además de la experiencia personal es muy bueno conocer las observaciones de personas preparadas como por ejemplo las denuncias de los Sumos Pontífices.
Juan Pablo II destacó la tendencia del momento “justicia sin libertad”. Más adelante Benedicto XVI advirtió lo impuesto en ese momento: “libertad sin verdad”. El papa Francisco con su estilo tan cercano y fácil nos hace preguntas semejantes y nos indica una valiosa lección sobre la pérdida de la libertad: “Si nos dejamos condicionar por la búsqueda del placer, del poder, del dinero o de la aprobación”.
Descubrimos a nivel mundial un serio deterioro de aspectos insustituibles y necesarios para el auténtico desarrollo personal y colectivo. Sin verdad todo es confuso y falso, sostenido por poderosos advenedizos que al ser revocados arrastran con ellos sus pseudo adelantos. Con libertad ficticia todo hecho y dicho tarde o temprano se esfuma. Y la justicia sólo será la distribución del más fuerte.
En nuestro país lo que nos ha quedado, es “sin verdad” pues somos testigos y comentamos las consecuencias de oír mil propuestas, todas al margen de la verdad, sufrimos los resultados, lo decimos, nos lamentamos, pero no ponemos el remedio por los causes legítimos. Ni los más preparados encuentran el modo de intervenir o prefieren no exponerse.
Pienso en la conocidísima fábula de las ranas que no arrojan directamente al agua caliente porque reaccionarían, las ponen en el agua a la que van calentando paulatinamente, las ranas se acostumbran y no ven el inminente peligro cuando ya las están cocinando. Algo semejante nos ha sucedido con la falta de veracidad en la información que viene de nuestro gobierno, la hemos dejado pasar y ya se instalaron los propósitos encubiertos.
Nos han cambiado la justicia por la distribución decidida por el gobernante, la libertad es acatar las decisiones del gobernante y la verdad es la opinión del gobernante. Y así lo dejamos pasar y estar. Dimos la espalda a nuestros principios y a la autenticidad de la justicia, de la libertad y la verdad. Hemos cambiado nuevamente el oro por lentejuelas. Ahora es más grave porque somos conscientes.
Sin embargo, vale la pena recordar para ver si somos capaces de rectificar, recuperar y avanzar.
La libertad es una realidad personal e íntima. Integra el modo de ser y la experiencia desde lo más hondo de cada ser humano. Nos lleva a responder a ciertas preguntas: ¿De qué vivo? ¿Cuáles son mis raíces? ¿Qué es lo que configura mi pensar y mi querer? Podemos mirar hacia atrás con agradecimiento por todo lo que hemos recibido de quienes nos han precedido, por las obras (ocultas o conocidas) que otros han aportado a este mundo. Pero no podemos olvidar que también cada uno de nosotros tiene la misión de alumbrar algo nuevo.
Cada persona es original y única. Somos libres, a pesar de las circunstancias adversas que nos pueden lastimar. Aunque las dificultades pueden ayudar a madurar si nos damos cuenta de la necesidad de aportar a los demás especialmente para salir adelante. Hoy es más urgente apoyarnos y contagiar a los demás. No es momento de mediocridad sino de heroísmo. Este enfoque une libertad con justicia pues si cada uno saca lo mejor de su vida seremos fuente de inspiración y de apoyo.
Además, hemos de recuperar el papel importantísimo de la verdad para entender mejor nuestra propia libertad y el papel fundamental en la vida de relación. Si vemos la libertad únicamente como un bien personal estamos reduciendo nuestra capacidad y la de los demás. Es verdad que la libertad fundamental o libertad interior es una realidad íntima e inviolable. Pero a la vez la persona puede compartirla y ayudar a otros a hacer lo mismo.
La verdad nos muestra la responsabilidad personal de cultivar y enriquecer la propia vida interior. Y si la intimidad se enriquece hará posible enriquecer a los demás. En este caso el respeto es indispensable porque nadie tiene derecho de violar la intimidad de los demás, pero sí es adecuado aportar lo propio a los demás. Ese es el papel de los consejeros o de los maestros.
Desgraciadamente, hay muchas personas que no se cultivan, no aprenden, son superficiales y solamente imitan. No llegan a pensar por cuenta propia; así pueden convertirse fácilmente en personas inconsistentes, fácilmente manipulables. No adquieren criterio y por lo mismo no saben hacer uso de su libertad. Buscan la confirmación y el aplauso de los demás.
Por el contrario, la valía de una persona no depende de los otros; no depende de las alabanzas o de la confirmación que uno pueda recibir. Podemos más de lo que recibimos del exterior. Hay un espacio en nosotros al que no tienen acceso los demás. Pero la grandeza de una persona consiste en cómo enriquece su intimidad. Y eso excluye el aislamiento o el egoísmo.
La grandeza de una persona se da en el afán de ayudar a los demás con orden. Primero con quienes tiene deberes u obligaciones. Y sobre todo se eleva a otro nivel cuando es capaz de buscar a Dios. El fin último del hombre incluye el amor de Dios. Lo mejor se da al conjugar las relaciones humanas y la relación con Dios.
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