Aceptar las diferencias de cada persona ayuda a la sana convivencia, por ello, es importante fomentar esta educación en casa.
La desigualdad entre las personas es notoria. Aunque tengan un gran parecido siempre hay que reconocer las diferencias. Pueden ser muy semejantes en lo físico, pero en las preferencias no. O pueden haberse inclinado por los mismos estudios, pero el modo de ejercerlos es distinto.
La desigualdad existe y se ha de respetar. Es un grave error tratar de uniformar a las personas para no tener que afrontar tantos planteamientos como puedan ocurrírsele a cada una. El desarrollo humano es individual. Las personas crecen en la medida en que se vayan manifestando y resolviendo dudas, aprendiendo a ser precavidas, rectificando cuando se hacen daño por precipitadas, etcétera. Pero las iniciativas, las ocurrencias o las propuestas son necesarias para el desarrollo.
El acompañamiento es necesario en la casa, en la escuela, en la sociedad. La dosificación es gradual, pero nunca menospreciarla ni descartarla.
En la casa es importante observar las diferencias y darlas a conocer a los otros miembros de la familia por medio de comentarios, alabando la originalidad de las aportaciones y valorándolas respetuosamente, aunque puedan ser muy distintas a las propias. Como las respuestas de los demás dependen de la edad, desde pequeños se han de habituar a convivir con esas variables, es necesario corregir cuando se burlen de enfoques distintos a los suyos. Es el momento de enseñar a hacer ver la gran variedad de soluciones para los problemas.
Los adultos deben actuar con apertura y equilibrio, haciendo observaciones que no asfixien la iniciativa de los pequeños, ni dejarlos hacer sin dar su opinión valorando el alcance de las propuestas y luego dándoles la oportunidad de actuar siempre que no vayan a causar estropicios.
En la escuela, desentenderse de las diferencias, despreciando el enriquecimiento que aportan a las actividades, prefiriendo dar solamente importancia a la organización escolar rígida, retrasa la formación del criterio y de la toma de decisiones. Es un modo de fomentar la inseguridad.
Aceptar la desigualdad en la casa y en la escuela es muy importante para facilitar la introducción a la sociedad civil, pues allí se multiplican las diferencias, por las edades de los ciudadanos, los recursos con los que cuentan, las múltiples profesiones y los lugares donde se ejercen. También la sorpresa de toparse con personas que conscientemente optan por hacer daño.
Si se aprende a ver la desigualdad como un modo de enriquecer las soluciones de los problemas, será más fácil evitar la discriminación –en el sentido que actualmente se le da a esa palabra-, porque se ve con naturalidad la distribución de funciones, hecho que es indispensable para las jerarquías.
Originariamente la palabra discriminar no tenía el actual sentido peyorativo. El diccionario señala: discriminar viene del latín discrimen, derivado de “discernere”, que se refiere a separar, dividir. También es diferenciar, discernir, distinguir. Apreciar dos cosas como distintas o como desiguales. Por tanto, quien razona, discierne, distingue u ordena. Necesariamente discrimina, pero de buena manera. Por tanto, al principio la discriminación adoptaba las diferencias sin problema.
Ahora se entiende que quien discrimina no comprende las diferencias, se encierra en sus determinadas preferencias, y se empobrece porque esta actitud fomenta el aislamiento o únicamente interactúa con personas semejantes.
Discriminar con injusticia es una forma de desprecio. Sorprendentemente una causa de la discriminación puede deberse a una personalidad autoritaria que pretende rodearse de personas sumisas, por ese motivo solamente las utiliza, pero no las aprecia. La otra causa es opuesta porque excluye despiadadamente y por consiguiente es la consecuencia de una personalidad poco sociable, individualista.
La discriminación encubre la inseguridad y la falta de flexibilidad para tratar a los diferentes, o también enmascara los aspectos débiles de la personalidad como pueden ser la timidez, el orgullo, el miedo a lo desconocido…
Por lo tanto, la palabra discriminación puede resultar equívoca si no se aclara el sentido con que se usa: el originario o el contemporáneo. Pero sea el que sea, la discriminación nunca ha de propiciar el desprecio o el maltrato.
Otro sentido equívoco de la palabra discriminación puede ocasionar un desorden. Esto sucede cuando se habla de “no-discriminación” para favorecer a grupos minoritarios, con la finalidad de compensar la desventaja que ellos mismos se procuran debido a sus desviaciones morales. Esta forma de proceder los hace una clase privilegiada y, en la sociedad se vuelven promotores de la degradación. Pienso que todos podemos dar testimonio de varios casos de tan grave desorden.
Al expresarnos, es importante advertir en qué sentido utilizamos las palabras para evitar confusiones o privilegiar a quien no lo merece. Por ejemplo, es legítimo discriminar a una persona que quisiera pertenecer a la sociedad de médicos cuando no tiene esa profesión.
En toda sociedad hay desigualdad, jerarquía y complementariedad. Esto indica distintas formas de responsabilidad, de autoridad y diferentes actividades. Todas ellas en armonía social, sin pretender la utopía de una igualdad a ultranza.
Una sociedad sana es aquella en la que cada persona se sabe necesaria, sabe que su trabajo contribuye al bien común. Nadie envidia el papel que desempeñan los demás, y a la vez admira las capacidades que otros tienen. Pero, no olvidar que esta mentalidad surge en la familia, se fortalece en la escuela y se disfruta en la sociedad.
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