Las personas felices muestran una serie de virtudes como la resiliencia-fortaleza para sortear las dificultades, el optimismo para priorizar los buenos sucesos, la esperanza y la generosidad.
Datos de experiencia
Todos deseamos la felicidad.
Encontramos personas con carencias e incluso con circunstancias dolorosas, son felices. Hay familias muy pobres, con recursos muy escasos y son felices. Hay personas muy serviciales y sacrificadas que anteponen sus gustos para ayudar a los demás y son felices. Hay profesiones donde el descanso es mínimo y son felices. Hay ocasiones en que en un equipo de trabajo algunos ven mejores las propuestas de los compañeros y son felices. Hay quienes realizan sacrificios por sus creencias religiosas y son muy felices.
Encontramos personas muy felices en la ciudad y en el campo, rodeados de una extensa familia o acompañados por un padre o una madre de edad avanzada o deteriorados en la salud.
Los rasgos comunes que podemos encontrar son: personas que saben disfrutar lo que tienen. No se comparan con los demás. Son activos, buscan superarse y mejorar sin caer en la ambición del insatisfecho que siempre desea más. Cuando tienen de más lo comparten con los necesitados. Saben controlar los apetitos y desterrar las ambiciones desproporcionadas propias del consumista.
En las relaciones humanas tienen sensibilidad para detectar las necesidades y desde sus posibilidades ayudan. Son afectuosos y confían, incluso se sacrifican desinteresadamente. La austeridad y servir no les causa tristeza, al contrario. Disfrutan al satisfacer a otros.
Hay personas con todos los recursos para conseguir todo lo que desean y siempre quieren más. La insatisfacción no es compatible con la felicidad.
Rasgos de la felicidad
Son felices los que disfrutan y comparten, tratan de hacer felices a los demás. Cuando sufren lo aceptan, saben que pasará y vuelven a ser felices. No se cansan de hacer felices a los demás, especialmente a los más cercanos, aunque se sacrifiquen.
Gozan con las menudencias de la vida. Establecen buenas relaciones y disfrutan de prestigio, por eso, su entorno es pacífico.
También gozan de paz interior porque son sobrios y justos. Sacan adelante sus responsabilidades, son honestos y congruentes con sus principios.
La felicidad aparece en medio de carencia y saben que no tienen todo, pero disfrutan con lo que tienen.
Conclusiones
El realismo de una persona feliz consiste en saber que la felicidad nunca es total, florece entre dificultades. Este equilibrio es posible gracias a la aplicación de la virtud de la esperanza que eleva el espíritu y forja personas que no se rinden ante los problemas y ante personas que obstaculizan el camino hacia la mejora. Están convencidos de que la última palabra no es el mal sino el bien.
Esto contrarresta los sueños de eliminar todo tipo de contrariedad, planteamiento que distorsiona lo que es la felicidad.
Las personas felices muestran una serie de virtudes como la resiliencia –fortaleza para sortear las dificultades, el optimismo para priorizar los buenos sucesos, la esperanza, la generosidad para sembrar el bien sin esperar remuneración–. Estas virtudes manifiestan la capacidad de pensar en los demás, y compartir. No envidian, gozan viendo la felicidad de otros.
Es real que la felicidad no consiste en poseerlo todo, satisfacerlo todo, excluir el dolor o los desprecios, conseguir de inmediato todo lo deseado, o tener vigor para sacar con éxito todo lo planeado. Ni tampoco vivir en las ciudades más modernas o con los equipos más potentes:
La felicidad se consigue tratando de quitar defectos que impiden las buenas relaciones en la familia, en el trabajo o en la vida social. Pero además siendo activo para mejorar las condiciones de una vida honesta personal y para los demás.
Son felices las personas que participan en la vida social. Dentro de sus posibilidades promueven la salud social en la política y en las diversas profesiones. Tratan con respeto a las demás personas y ponen medios para mejorar las condiciones de sus semejantes. Tienen el valor de denunciar las injusticias. Este modo de vivir repercute en la paz interior y en la salud mental.
Aunque en la sociedad se promueva el placer y el consumismo, la experiencia demuestra que solamente se consiguen satisfacciones efímeras que a la larga cansan y decepcionan. Hay un adagio interesante: el placer es como la sal, pero debe ponerse en una dosis justa. Los placeres en exceso arrastran al precipicio.
La verdadera felicidad no consiste en vivir en tensión, ni en laxitud, sino en la armonía.
Quien tiene fe sabe que la felicidad que alcance durante su vida terrena es la preparación de la completa felicidad, que no espera en balde, en la otra vida.
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