El conjunto de familias sólidas forja sociedades fuertes y constructivas, pero solidarias con otras.
Mucho se defiende la dignidad humana, casi siempre en primera persona. Está bien defender la dignidad, pero no tan bien en singular. Porque llevar a buen término la dignidad personal requiere de cuidados y respeto de otras personas. Y sobre todo de los más cercanos, de los miembros de la familia. Esto da el beneficio de los puntos de vista de distintas edades y de variadas aficiones.
Y así como los animales que procrean buscan los mejores sitios, el ser humano también requiere el mejor sitio y ese es el hogar donde se cobija la familia. Hogar y familia son inseparables para disfrutar de las garantías requeridas por la dignidad. Sin ese binomio, la dignidad se grita en las calles, pero en realidad no se disfruta porque no se da. Familia y hogar es una pareja imprescindible.
La casa hogareña es cálida porque permite el burbujeo de conversaciones animadas, muchas veces arriesgadas casi hasta el disturbio, pero todos cuando están al borde, son capaces de retomar las ideas de modo reflexivo, y así la discusión no es ruptura sino sorpresivo interés por lo que piensan los otros. Y un enriquecimiento con enfoques tan diversos.
El condimento de la variedad y del cercano interés por los demás ahoga cualquier intento de enojo y separación. Sólo un nido habitado consigue este milagro de enriquecimiento. Sin embargo, hace falta recuperar esos tiempos dedicados a una escucha fructífera. La complejidad de la vida moderna ha roto el equilibrio entre el trabajo, las preocupaciones y pasarla bien en familia.
Hay un gran deseo de actuar bien, pero en la práctica hay tanto temor a equivocarse que los comportamientos son insoportables, y eso afecta las relaciones. Con una vida tan tensa se exige a los demás que no compliquen. Esto aleja de la comprensión y surgen distancias que empeoran las relaciones. Sin querer la ya compleja vida, se complica más por culpa de uno.
La experiencia del confinamiento nos ha dejado claro que no basta estar uno al lado del otro, hace falta una disposición auténtica y profunda de interesarse por los demás, y eso solamente se logra si buscamos comprender para saber qué les pasa, y disculpar para también comprender que nadie goza de una vida fácil.
El interés y la comprensión elevan la temperatura de la familia, se vuelve realmente hogar, hoguera cálida que consuela, pero no quema. Todos se sienten a gusto y desean permanecer. Es un ejemplo para cuando los jóvenes formen su propio hogar. De este modo se reproducen beneficios para la sociedad, y ejemplos para muchos.
Comprender incluye saber qué les gusta a los demás, quiénes son sus amistades, qué ambientes frecuentan, cuáles son sus logros y sus frustraciones. Cómo reaccionan en ambos casos. Con estos datos la orientación será muy adecuada, y al experimentar los buenos resultados de seguir los consejos, se fortalecerán los vínculos.
En este tiempo han pululado las ideologías. Tal vez, entre otros, sea un efecto ante la frustración de no encontrar apoyos sólidos, convincentes, veraces. Y la solución resignada haya sido la de evadir la realidad y fabricarse mundos efímeros hechos a la medida de mentes desorientadas o destrozadas por el aislamiento, la soledad o la indiferencia.
Es preciso redescubrir que las diferencias tienen su sentido positivo. Las diferencias amplían las capacidades. Lo adecuado es reconocer lo que otros tienen y beneficiarse con sus resultados, del mismo modo que los otros se benefician con las aportaciones del receptor. Es inadecuada la postura de cancelar las diferencias. E imposible adoptar lo que no corresponde.
Eso no es utópico, actualmente somos testigos del hecho de envidiar la sexualidad ajena, e incluso evadir la propia humanidad para convertirse en una criatura de rango inferior. La tecnología avanzada puede lograr el aspecto, pero no modifica la esencia. Esto abre las puertas a una tragedia interior debido a la ruptura entre quién soy y quién quiero ser.
Estos fenómenos nos hablan de la necesidad de resolver serios problemas soslayados. Uno primordial es el de resolver con madurez las relaciones entre hombres y mujeres. Los roles anteriores se han modificado, hace falta conservar los constructivos del pasado y combinarlos con los descubiertos en el presente. Sin polarizaciones ni venganzas.
Hombre y mujer que formen un nuevo hogar, tendrán que dedicarse tiempo, conversar, disentir, pero en un ambiente de interés mutuo, de comprensión, de afán de enriquecimiento con la diferencia. Sin polarizaciones de los malos y las buenas. Sin hacer esquemas preconcebidos. Cada relación es única, por eso, el conjunto de familias sólidas forja sociedades fuertes y constructivas, pero solidarias con otras.
Estas actitudes en lo personal y en lo grupal son ejemplo de respeto, de colaboración y de amistad. Están cimentadas en la unidad. Por eso el vínculo matrimonial es un tesoro reconocido y lo cuidan. El vínculo regional también es un reducto de la propia personalidad y finalmente cada persona comprende que las demás sostienen a la humanidad.
Los vínculos en cualquier nivel -matrimonial, familiar, laboral, regional, internacional- son muy importantes, pero, sobre todo, han de estar caldeados por el de la familia-hogar. Solamente así se puede hablar de la familia humana, dispuesta a vivir en paz y a resolver las naturales diferencias con el diálogo comprensivo y con propuestas justas y adecuadas a las necesidades.
Todo esto no es una utopía, ni excluye a nadie. Todos tenemos una familia, todos hemos de caldearla con apertura, comprensión y apoyo adecuado a las necesidades particulares. Si logramos esa cohesión, hemos de sentirnos orgullosos de estar influyendo desde nuestra trinchera, a forjar un mundo más unido y fraterno, con cauces para superar las imprescindibles dificultades.
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