Los rituales para despedir al difunto son muy variados y expresan la riqueza de las culturas.
La muerte es un suceso natural que todos los días tiene presencia porque somos testigos de su aparición y porque su experiencia tarde o temprano será propia.
Por tradición, el mes de noviembre es un mes en el que se reflexiona sobre la muerte, muchas veces de modo superficial pues no profundizamos suficientemente en la fuerza de las tradiciones, y en México, esta tradición tiene una base importantísima y profunda, aunque también con mezcla de soñadora imaginación.
En sí, la muerte resulta un enigma porque la tendencia natural es la de conservar la vida. Pero, a veces, ante problemas graves de difícil resolución surge el deseo de morir, debido al sentimiento de impotencia para afrontar graves acontecimientos, o simplemente por el deseo de huir de un nuevo problema que rebasa las fuerzas.
Ante la muerte hay varios protagonistas: el sujeto que está en camino de sufrir esa realidad y las personas a quienes el hecho les impactará por muy diversas circunstancias. La impresión también depende del modo como aparece la muerte. Puede ser muerte natural anunciada o repentina. Puede ser también provocada por un accidente.
Respecto a quien muere dependerá de sus creencias y el estilo de vida que lleve. Quien cree y vive ordenadamente, ante la muerte repentina es seguro que la lleve con una serena aceptación ya que de modo natural tendrá paz, aunque siempre aparezcan recuerdos de asuntos que uno pudo mejorar. Si es una persona con vida desordenada seguramente tendrá que vérselas con el remordimiento porque la claridad de mente en los últimos momentos es inevitable y allí no caben justificaciones.
Las personas cercanas al difunto creyente y de buenas costumbres seguramente serán testigos del ejemplar modo de vivir los últimos momentos. Lo mejor será animarse a imitarle. Y corresponder con oraciones aunque por comodidad se piense que no las necesita. En el caso de una muerte anunciada, la sorpresa aunque siempre dolorosa no será tan traumática.
Cuando la muerte es repentina sí puede provocar muy diversas y profundas reacciones, porque si se trata de alguien que no estaba preparado, no faltarán pensamientos sobre el modo como se le ayudó. Si hubo excusas para dejar pasar oportunidades seguramente habrá remordimiento. Este sentimiento puede aquilatarse si decidimos no volver a desaprovechar oportunidades futuras. Si la muerte es repentina, de un ser preparado, aunque más impactante por lo inusitado, deja paz y buen ejemplo. Es de esperar que esas lecciones de vida y muerte impulsen a encaminar a una mejor forma de recorrer la vida.
La muerte repentina se lleva de mejor manera cuando se trata de personas de edad avanzada. Es lógico esperar que estén más cerca del final. Por el contrario, si sucede con personas jóvenes o infantes la reacción puede llegar a ser muy traumática porque se trata de personas en las que se prevé un futuro rico y productivo. Generalmente los parientes próximos sufren mucho y les cuesta recuperarse del desconcierto.
También hay muerte provocada por descuidos o por agentes del mal. Muchas personas mueren porque no cuidan detalles para conservar la salud. O si son vulnerables porque no los cuidaron suficientemente. En esos casos puede haber el peligro de revestirse de indiferencia y guardar distancia con el pretexto de que esa persona no se cuidó y aceleró el deceso. Esta actitud no es buena porque daña los sentimientos y además impide el sano modo de vivir el duelo. Tampoco se aprende la lección para aplicarla en el futuro.
Cuando la muerte es violenta a causa de una injusticia, se deben intensificar las oraciones por la víctima, pero también por los victimarios. El peligro es juzgarlos y endurecer el corazón deseándoles males. Lo aconsejable es vencer esas tentaciones y entender que a esas personas desorientadas les vienen bien nuestras oraciones, porque tal vez en el ambiente en el que se mueven nadie lo haga.
Ante las distintas muertes de las que hemos sido testigos hemos de estar dispuestos a aprender las variadísimas lecciones. El modo de mejorar es estar vigilantes para recorrer la última etapa de la vida y aprovechar esa última oportunidad.
Los rituales para despedir al difunto son muy variados y expresan la riqueza de las culturas. En México desde la antigüedad se cuenta con muchas manifestaciones que se han ido puliendo de acuerdo a las creencias religiosas. Además son la oportunidad para reunir a los miembros de la familia y a otras personas allegadas. Se liman asperezas e incluso propician el olvido de rencillas. Ayudan a dedicar un tiempo para vivir el duelo y serenar el alma.
Es importante recuperar los espacios donde colocar los restos mortales. Actualmente este aspecto se ha trivializado y se han adoptado costumbres “sentimentaloides” que muestran un deterioro frente a la importancia de respetar los restos de una persona de acuerdo a su respectiva dignidad.
Durante mucho tiempo, en variadas regiones al cementerio se le denominaba campo santo. Ahora, se acostumbran nichos que facilitan el lugar de reposo de las cenizas, contiguos a las iglesias. Esta es una solución muy digna y adecuada a las necesidades contemporáneas. Enterrar o depositar los restos son una manifestación de la esperanza en la resurrección.
Precisamente esa esperanza es la respuesta al sentido que se le da a la muerte. Si todo acaba es lógico desparramar las cenizas. Si la muerte es el nacimiento a la vida eterna hay que respetar los restos. Si se cree en procesos interminables de mutaciones de vida es lógica la reacción de descuidar el sitio de reposo porque no hace falta.
Vale la pena reflexionar porque la muerte no es trivial… Si lo hiciéramos muchas acciones no las cometeríamos y elegiríamos las mejores.
Te puede interesar: Cómo deteriorarme
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com