El futuro será mejor si las acciones de las personas son buenas, o al contrario si son malas. El futuro está en nuestras manos.
La familia es la herencia fundamental de toda persona. Sin ella se dificulta el desarrollo y aunque éste se da siempre de manera espontánea, el entorno familiar sano influye en lo más íntimo de cada miembro y le deja una inclinación facilitadora del bien. Esta tendencia garantiza la capacidad de distinguir el mejor modo de actuar, incluso cuando se elija erróneamente será más accesible rectificar.
Todos nos damos cuenta de la necesidad de crear instituciones que ofrezcan la ayuda básica cuando por alguna desgracia alguien no tiene el respaldo de su propia familia. Así aparecen las guarderías, los orfanatorios u otras acciones sustitutas como la adopción.
Es tan importante la familia que, aunque siempre haya dificultades en las relaciones humanas, y las hay en el núcleo familiar, se ofrecen ayudas profesionales para solventar los obstáculos, como cursos de orientación familiar, terapias de ayuda, mediación familiar, etc.
Desgraciadamente también se ha dispuesto un recurso extremo ante los problemas matrimoniales: el divorcio, que corta de raíz la capacidad de resolver problemas, de enfrentarlos y de sacar las mejores disposiciones en beneficio de los hijos que son los más indefensos. Hay quienes califican el divorcio como la epidemia más destructiva de la sociedad. Y, ahora que estamos sumergidos en una pandemia entendemos mejor ese calificativo.
En la familia se recibe la vida y los recursos para conservarla, especialmente el alimento corporal y el espiritual. El espiritual es la educación, indispensable para adoptar criterios que disponen a tomar decisiones adecuadas y a discernir sobre el mejor modo de subsistir en cualquier sociedad. Por eso, la educación en la familia es un derecho primario y también un deber. La educación familiar es en miniatura una capacitación para la integración a los deberes civiles.
La educación es el proceso cuya finalidad lleva al ejercicio de la libertad. Y como la libertad solamente se ejecuta cuando se hace el bien, el camino es enseñar a practicar las virtudes, por eso los padres, de modo natural, detectan y aconsejan la buena conducta. Así están dando al mundo personas capaces de transformar su entorno, pues están dotados para advertir los planteamientos erróneos e involucrarse para impulsar variadas formas de mejora.
La educación es una base para la inclusión social. Consigue que las personas interactúen con la realidad circundante y entiendan que el proceder inmediato está forjando el futuro. El futuro será mejor si las acciones de las personas son buenas, o al contrario si son malas. El futuro está en nuestras manos.
Como el desarrollo de las personas es complejo y trascendente, la escuela es la institución que colabora con los padres. Precisamente por eso, los padres deben estar seguros de que las propuestas de la escuela sean afines con las de la casa. La elección de la escuela ha de ampliar sin contradecir lo aprendido en el hogar. Por ese motivo, las conversaciones entre padres e hijos han de buscar la armonía de los aprendizajes.
También hay instituciones que prestan servicios adicionales para ampliar la educación y completar algunos temas. Cuentan con personal especializado en asuntos religiosos y sociales. Sin embargo, la integración de las enseñanzas está en manos de los padres.
En la casa se dan los fundamentos para ser ciudadanos. Cuando los poblados eran más pequeños, esa preparación fluía de modo simple. Ahora, todo es más complejo, y los progenitores deben prestar más atención, porque dentro de la complejidad se ha introducido mucha confusión. Se equiparan la mentira y la malicia con la verdad y la honestidad. Se premia la corrupción y se persigue a quienes no pactan con ella.
Por estas circunstancias se deben fomentar en casa conversaciones sobre el valor de la vida, la dignidad humana, el don de la familia, el bien de la sociedad, los derechos fundamentales como la libertad de expresión y de la religiosidad.
La necesidad de ejercer nuestro derecho de ciudadanos ante las votaciones de junio de este año, son un incentivo para examinar el modo de prepararnos dentro de la familia. Hay instituciones bien orientadas que facilitan datos, pero esos datos conviene discutirlos en el seno familiar, aunque se tengan hijos pequeños que no votarán, les viene bien adelantarles la experiencia.
Los consejos que se dan en la casa pueden ser los mismos, pero abriendo un horizonte más amplio. No sólo prestar la ayuda entre los integrantes de la familia, sino también acercándolos a la solidaridad y a la subsidiariedad propias de la sociedad. Se puede impulsar a prestar ayuda a sus compañeros en la escuela. Empezar por los amigos y luego por todos los que tengan alguna necesidad, aunque no sean afines. Más adelante hacerles ver que siempre es necesaria esa conducta en cualquier grupo.
Un poco más adelante, pueden entender que no todos tienen las mismas oportunidades, que siempre hay carencias, y que muchas veces se puede ayudar a otros más necesitados. De este modo aprenderán a valorar lo que tienen y a entender que nunca nadie tiene todo. Y, si lo tuvieran, es imprescindible compartirlo.
Otro aspecto importante para la formación cívica consiste en valorar a las personas más que a los recursos materiales. Es conveniente que distingan la vida honesta de la que solo depende de apariencias e incluso incita al mal con argumentos atractivos y desconcertantes. Entonces, hace falta pedir consejo y acudir a personas seguras por su honestidad de vida.
Deben conocer el claro obscuro de la manipulación y del engaño. Muchas veces, al seguir la trayectoria de las propuestas de los políticos, podrán dilucidar quién es quién. Sabrán apoyar con conocimiento de causa. Secundarán a quienes ofrezcan lo mejor. Así cada familia aportará ciudadanos que cambien para bien el rumbo de quienes gobiernan.
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