Afrontar la educación de los hijos, beneficia a los padres porque se unen en un objetivo común: buscar el beneficio de sus hijos y apoyarse mutuamente.
Además de la conquista diaria del cónyuge, la educación de los hijos es una responsabilidad inigualable. Al cónyuge se le escogió, de alguna manera cada uno midió la capacidad de amarle, de convivir íntimamente. Los hijos son un don, son propios para guiarles a que en su momento forjen su futuro. Tienen la herencia de los padres, pero hay que descubrirlos, conocer lo que les tocó recibir y ayudares a vivir muy bien su camino específico.
Cuando la convivencia en el hogar ocupaba la mayoría del tiempo de todos, la educación provenía del sentido común de los padres. Ellos transmitían lo que habían recibido y el ejemplo fluía espontáneo. El mismo hecho de superar las desavenencias entre los progenitores también resultaban lecciones para los hijos. Los centros educativos tenían claro que colaboraban en la tarea propia de los padres.
Ahora nos encontramos con intromisiones educativas que desplazan a los padres. Aparecen en las escuelas como resultado de políticas mal fundamentadas, de contenidos desafortunados y desvinculados de los principios morales más elementales. Tal vez una de las causas sea la excesiva confianza de los padres en la actividad de las escuelas, y por eso, se desentendieron de la relación y la supervisión que debieron cultivar.
Entonces, ahora, es indispensable afinar en dos vertientes educativas desde la familia: la interna y la externa. La primera se refiere a la actividad del padre y la madre en el hogar. La segunda trata de las relaciones con el centro educativo, con otros sitios que frecuentan los hijos y con el derecho que tienen de pedir políticas públicas benéficas para la familia.
La educación en el hogar
Padre y madre son educadores, hacen falta los dos. Como ahora se ha generalizado el trabajo de cada uno fuera del hogar, es importante que aprovechen esa circunstancia para escuchar lo que sucede, cuáles son los enfoques que benefician o dificultan la educación, qué problemas aparecen, como los resuelven otras personas, o qué efectos nocivos ocurren cuando no se afrontan a tiempo.
Buena parte del tiempo que ambos comparten debe dedicarse a comentar esos sucesos, qué piensan y qué harían si a ellos les sucediera. Quiénes les pudieran orientar, de quiénes hay que cuidarse. Muy mal planteamiento es el de pensar que a ellos eso no les acontecerá. Uno de los propósitos puede ser el de comentar esos acontecimientos con los hijos que ya tienen edad, para entender tal problema y vislumbrar el modo de encauzarlo.
De esta manera se crea un ambiente de confianza, de seguridad porque los padres muestran su comprensión, y los hijos no dudarán en acudir a ellos para encontrar apoyo y consejo, hayan hecho lo que hayan hecho.
Estos diálogos en primer lugar fortalecen la unidad y el cariño por la tarea en común que tienen los padres. En segundo lugar los capacita para estar a la altura de los problemas que pueden sufrir los hijos, y desde la visión femenina y la masculina se complementan en las orientaciones, aspecto importantísimo para dar seguridad en el modo de afrontarlas.
Tanto la madre como el padre han de ser profundamente sinceros, y reconocer algunos peligros que pueden aparecer. Por ejemplo, querer sobresalir para ganar más estima de los hijos, e incluso desautorizar al otro cónyuge para evitar que acudan a él o a ella. Ante estos hechos la solución es desterrar esos celos tan mal colocados.
Enfoques injustos y peligrosos pueden ser cuando, con un hijo más afín pensar que se debe a que tienen poca herencia del otro cónyuge, y de modo contrario, con los que tienen problemas concluir que han heredado los defectos del otro. Muchas veces los rechazos pueden deberse a que en el hijo o la hija se ven defectos que uno tiene y no se quieren reconocer.
La unidad del padre y la madre en la educación de los hijos es muy importante porque si los hijos descubren diferencias adoptarán lo que más les guste, en detrimento de lo que dice el otro, y acabarán saliéndose con la suya o prefiriendo a alguno de los progenitores.
El conocimiento de los hijos, que todas estas actividades consigue, capacitará para ser más certeros en los consejos sobre la elección de los estudios que deseen seguir, de los trabajos que vayan a desempeñar, e incluso de la vocación que creen tener.
La educación fuera del hogar
La elección de la escuela es muy importante porque debe ser acorde con los principios familiares, de otro modo se causa un conflicto interior muy serio en los pequeños que están en proceso de formar su criterio. Si hay desacuerdo acabarán desacreditando o a sus padres o a sus maestros. La fractura interna es muy seria y les causará conflictos más adelante, sobre todo en aspectos morales.
Pero no basta que la escuela sea confiable, también han de conocer a los amigos que van teniendo, cómo es la familia de ellos, sus costumbres y los temas de sus conversaciones.
Los contenidos educativos y el modo de enfocarlos pueden descubrirlos si fomentan los ratos de conversación con los pequeños. Estas conversaciones darán pie más adelante a participar de la elección de amistades más profundas o del posible cónyuge.
Actualmente la educación sexual tiene enfoques desfasados. Es aconsejable que los padres conozcan los textos, que didácticamente están muy bien hechos, y hagan con sus hijos los ejercicios que allí se proponen, para darles la orientación adecuada y, los padres se enriquecerán con el conocimiento de técnicas didácticas. También pueden sugerir a la escuela el uso de otros libros mejor orientados.
Así como es importante la elección de la escuela, no es menos importante la selección de otras instituciones a donde los hijos van a hacer deporte o a tomar cursos complementarios.
Afrontar la educación de los hijos beneficia a los padres porque se unen en un objetivo común: buscar el beneficio de sus hijos y apoyarse mutuamente. Viven una aventura llena de sorpresas; pero con la gratificación de haber colaborado en el proceso de maduración de la prole.
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