Sin el acto de perdonar es factible la posibilidad de dar paso a la revancha, y así, vivir en una escalada de desconfianza y ausencia de paz.
Perdón y perdonar son dos palabras de la misma familia, pero cada una tiene su trayectoria y sus consecuencias, tanto en la paz del alma como en el modo de conducirse en la vida de relación.
El perdón es resultado de reconocer un modo de actuar desvinculado de la ética. El acto de pedir perdón es el momento en el cual culminan una serie de análisis de hechos personales, es un examen de conciencia donde se acepta haber actuado mal, encontrar los motivos y ver a quién se ha perjudicado.
Generalmente esta introspección provoca arrepentimiento y deseo de no volver a cometer esas acciones. Se pide perdón y se asegura no volver a reincidir. Sin embargo, no es fácil variar la conducta si lo cometido es producto de hábitos adquiridos. En esos casos se necesita la ayuda de otras personas unido al esfuerzo personal para alejarse de las ocasiones.
Sin embargo, la actitud más dañina es la de quien se justifica. Sí reconoce la mala actuación, también reconoce el daño ocasionado, pero culpa a otros y así se exime de su responsabilidad y la arroja a quienes lo distrajeron, le hicieron enojar, no le informaron o lo mal aconsejaron. Así se desecha totalmente la obligación de pedir perdón.
Perdonar es una acción cordial, conciliatoria, misericordiosa ante un suceso que hiere injustamente. Se requiere una actitud muchas veces heroica, porque es una respuesta buena a un acto malo. Por eso se dice que perdonar es propio de los dioses. Pero es cierto que un corazón bondadoso cuenta con la ayuda de Dios para perdonar.
Más hermoso es perdonar, aunque el agraviador no lo haya solicitado. En este caso sí se fracturan las relaciones pues la confianza depositada en quien actúa mal se pierde. De todos modos, el agraviado toma medidas para protegerse y sale ganando porque internamente al perdonar mejora su paz interior. Y con seguridad, sabrá que ya no debe confiar en tal persona.
El acto de perdonar es liberador. Sin embargo, cuando hay dolor o desencanto es muy difícil perdonar. Además, el acto de perdonar es una dádiva, no es una exigencia. Enseñar a perdonar es la actividad más elevada en cualquier proyecto educativo, y sin embargo, casi nunca se considera. Es necesario reconsiderar la urgencia de fomentar este ciclo benéfico.
Sin el acto de perdonar es factible la posibilidad de dar paso a la revancha, y así, vivir en una escalada de desconfianza y ausencia de paz.
Es importante tener en cuanta que el hecho de perdonar no excluye las actividades de regeneración, o de castigo proporcionado. Es pésima la frase de “borrón y cuenta nueva”. La cuenta nueva exige un cambio de disposiciones y de conducta. Por eso ha de contarse con la educación preventiva y correctiva.
Estas reflexiones caben mucho más frente a la guerra entre Rusia y Ucrania. Porque esta guerra, como todos los demás tipos de agresiones, solamente terminan con el hecho de pedir perdón y el de perdonar. Incluyen los dos puntos de vista frente a frente.
Pedir perdón le toca al agresor injusto. En este caso está difícil pues el discurso del agresor claramente no asume culpa, pues traslada la culpa a quienes agrede, afirma que los ucranianos son culpables por infringir unos tratados. Además, la información al pueblo es a su favor y oculta las masacres a los civiles y a escuelas y a hospitales. Estos son crímenes de guerra.
Algunas grupos de rusos han tenido el valor de mostrar su disgusto, sin embargo, no han tenido éxito, y tal vez muchas represalias.
Por supuesto Putin no va a dar a conocer a su pueblo el siguiente informe del arzobispo mayor ucraniano Schevchuk, donde afirma que el agresor ruso está librando una guerra contra el pueblo ucraniano, contra las personas, contra el patrimonio cultural y las tradiciones espirituales. Y viniendo de quien vienen esos comentarios los creemos sin menor duda. La destrucción es tremenda.
Desde luego, al iniciar la guerra, la potencia rusa no imaginó la resistencia del pueblo ucraniano. A pesar de la desigualdad de condiciones, no se rinden, están dispuestos a dar su vida y a defenderse todos a una. En Rusia no esperaban esta feroz acometida, de hecho, los soldados rusos lo han resentido.
En este tiempo trágico y doloroso, la unidad de los ucranianos ha forjado héroes. El mundo los reconoce por su solidaridad y amor patrio. El mismo arzobispo ha manifestado que ahora están dando resultado todas las previas conversaciones sobre la unidad: la eclesial, la política, la de los ciudadanos. En estos m omentos críticos ese sueño se ha hecho realidad. Todos unidos afrontando esta lucha.
Aún les queda el reto de perdonar para lograr la absoluta liberación. Un perdón mucho más difícil dada la destrucción que han sufrido. Con las personas ha sido un auténtico genocidio, con sus ciudades ha sido devastación. Y, sin embargo, para librarse de las ataduras de estos sucesos, sólo el perdón lo consigue.
Les quieren exterminar y se justificaría el rencor y la venganza, pero esos sentimientos no liberan, más bien amargan, son destructivos y reviven el pasado tomando ahora el papel de victimarios. Imitarían las conductas que tanto han reprobado.
Después de mantenerse en pie y mantener el ánimo tan alto, esos esfuerzos solamente se sostienen en tan alto nivel si conceden el perdón. Nuestras oraciones además de pedir por el cese de la guerra van, sobre todo, a la auténtica liberación: el perdón. Es el único recurso para romper con tan ingratos recuerdos y sentir compasión por quienes los cometieron.
No me resisto a terminar sin dejar de reproducir unos párrafos de la carta del Arzobispo, el 24 de marzo:
En esos días tuve la oportunidad de visitar heridos, visitar a nuestros defensores heridos… he podido hablar con ellos… Y lo que más me impresionó fue que en ninguno de ellos vi una cara triste. Cuando los saludé, cuando sostuve esas manos, esas manos valientes en las mías porque justamente todo el resto del cuerpo estaba cubierto de heridas; ese soldado, esa persona, esa mujer… con una sonrisa me hablaban de la victoria. De la victoria de Ucrania. Y todos ellos me pedían que rezara para poder volver pronto al campo de batalla y para poder pronto unirse hombro a hombre nuevamente a sus hermanos y hermanas en la defensa de nuestra patria. Sus rostros, sus ojos, sus ruegos brillaban llenos de esperanza para todos nosotros. Esperanza en que la verdad terminará por triunfar. En que incluso un solado herido defiende a su patria: la defiende con la oración, con el pensamiento, con una palabra de aliento y con el apoyo a todos los que dudan o quizás están perdidos…
Pero hoy quiero hacer un llamamiento especial a Ucrania y al mundo, a todos los líderes de las potencias mundiales, a los líderes de los grupos religiosos, las iglesias y las confesiones… El mayor dolor para Ucrania es la ciudad de Mariúpol. Hace unas semanas hablábamos de cómo nos impactó el entierro en masa de civiles que vimos allí por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial y de las represiones de Stalin… Hoy quiero decirles que la ciudad de Mariúpol está cubierta de cadáveres de cientos, de miles de personas que no tienen nadie que los entierre.
Por eso es que hoy quiero alzar la voz en nombre de esta heroica y moribunda ciudad: Salvémosla. Defendamos la vida. Hoy esta ciudad necesita corredores humanitarios. Es necesario que la comunidad internacional ayude a romper la brecha y a llevar los suministros humanitarios que tengamos para aquellos que en estos días poco a poco se van muriendo de hambre.
Todavía la semana pasada la gente sobrevivía gracias a la nieve que derretían y así podían conseguir agua potable. Hoy ya no hay nieve en Mariúpol… ¡Salvemos la ciudad de María! Hagamos todo lo posible para salvar esta ciudad que hoy es un lugar donde combaten el bien y el mal… Un lugar donde se decide la suerte de Ucrania, de Europa y del mundo.
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