El perdón es un asunto vinculado con la capacidad de ser misericordioso. Esto significa comprender la debilidad humana y la posibilidad de reaccionar bien ante alguien con un mal modo sin que tengamos la culpa, o por haber sido involucrado en un acto delictivo, o por la maldad de hacer daño a quien se envidia, o por otros motivos injustos y mezquinos.
El perdón rompe con toda posibilidad de responder a un mal con otro mal. Dicho de otro modo: es responder a un mal con un bien.
Generalmente cuando hay un agravio se insiste mucho en el hecho de perdonar, y eso está muy bien pues se practica un alto nivel de misericordia y es un modo de ayudar a superar el orgullo, el amor propio o la debilidad de los demás. Pero también es importante pedir perdón. En esto último se insiste mucho en la educación infantil, no así con los adultos.
El Papa Francisco con su habilidad pedagógica propone una triada para mejorar las relaciones humanas: gracias, permiso y perdón. Tres palabras significativas para dar lo debido a los demás. Con la primera reconocemos los favores, con la segunda reconocemos lo ajeno y lo solicitamos, con la tercera nos disculpamos o disculpamos por lo mal hecho.
A pedir perdón se aprende desde la niñez si los padres, los maestros u otros adultos están atentos a la conducta inadecuada de los niños y les muestran el camino para rectificar. El primer paso es aceptar lo mal hecho, solicitar el perdón y practicar la lección con el propósito de no volver a cometer la falta. En esta edad es más fácil aprender.
Veremos algunas razones para resistirse a pedir perdón, pero no son las únicas.
Hay quienes no piden perdón porque de pequeños no aprendieron y con más edad es frecuente inventar atenuantes, a veces llegan a ser tantos esos argumentos que se termina echando la culpa a los demás. De este modo crece el ego y llegan a ser personas insensibles a los problemas que ocasionan.
Las causas de ese déficit son variadas. A veces porque no les enseñaron, los consintieron y les festejaron todas sus acciones. Otros tuvieron una infancia solitaria, o encubrieron sus malas acciones y lograron salirse con la suya. Aunque les resulte costoso deben aprender a pedir perdón, hábito indispensable para la sana inserción social.
A los adultos les cuesta más pedir perdón porque les molesta reconocer sus errores, o ven inferiores a los demás, o por inseguridad prefieren ocultar sus actos. Es importante detectar las causas pues cada una requiere distintos modos de combatir, sólo así se garantizan buenos resultados. Por tanto, es indispensable la sinceridad.
Hay quienes piensan que pedir perdón es señal de debilidad, debido a que en su entorno los adultos que le rodearon nunca reconocieron sus evidentes faltas. Así convivieron en un ambiente supuestamente pacífico pero muy injusto donde los más fuertes eran trasgresores y los demás sumisos. Ese ejemplo se reproduce.
Hay casos donde la persona está habituada a mentir, a justificarse o a dar crédito a personas que no lo merecen. Esos mecanismos de defensa les ofuscan de tal modo que ya no reconocen la verdad. Por tanto, sistemáticamente se confunden y confunden la realidad con las suposiciones o las mentiras e inventan otras y construyen un mundo irreal. Previamente habrá que trabajar en la veracidad para lograr que personas así pidan perdón por el desorden ocasionado.
Algunos se sienten superiores y tratan con altanería, otros piensan merecer lo mejor y se lo apropian, también hay vengativos y se desquitan con cualquiera para desahogarse. Generalmente son hábitos arraigados y cuesta mucho combatirlos, se necesita fortaleza y constancia para ayudarlos.
Hay ambientes donde impera el clasismo o el racismo y quienes viven en ese entorno crecen apreciando solamente a los próximos, lógicamente para ellos las demás personas no merecen el mismo trato ni los mismos derechos. Se sorprenderán si alguien les llama la atención. Esas personas necesitarán reconocer la dignidad de toda persona por el hecho de serlo.
Hay dos polos que dificultan pedir perdón el orgullo y la inseguridad. Estas personas reconocen sus errores, pero no quieren quedar mal. Su actitud es dejar pasar el tiempo y así esperan el olvido de los agraviados. Estas personas debilitan las buenas relaciones.
Las personas superficiales toman la vida como si fuera un juego y se justifican minimizando lo que hacen con la frase “no es para tanto”. Para distraer magnifican lo que hacen los demás, de modo que en el fondo tratan de desviar la atención y, si se sienten acorralados se escudan en “no me di cuenta”, pero no piden perdón.
Aunque pedir perdón es el modo de reconocer la dignidad de la persona ofendida, quien más se beneficia es la persona que pide perdón porque se libera de la culpa. Pedir perdón es la higiene interior más reconfortante.
Acumular culpas es tremendo pues deforma la conciencia y provoca un mal estar muy profundo. Las consecuencias son muy variadas que van de un mal humor crónico hasta enfermedades psicosomáticas. Lo más notorio es estar a disgusto siempre y no poder sentirse bien. Por eso, con frecuencia se acude a la evasión que provocan el alcohol o las drogas.
Obviamente es necesario pedir perdón a quienes se mal trata, pero es especialmente urgente hacerlo con los más cercanos, pero resulta demencial no hacerlo con los que más se quiere. Enfriar las relaciones íntimas es absurdo.
No pedir perdón provoca rupturas, enemistades, desencanto, desconfianza, desprecio y lo peor: venganza.
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