¿Paz y remordimiento de conciencia?

Hablamos mucho de paz. Es lógico. Experimentamos la paz en muchas ocasiones y deseamos conservar siempre esa vivencia. También experimentamos la falta de paz cuando el futuro es incierto o debido a nuestras respuestas propiciamos disgusto, confrontaciones y debilitamos las relaciones. En el último caso, aunque procuremos rectificar, sembramos malestar.

Por eso, podemos hablar de una paz externa y otra interna. En ambas podemos influir. En la externa, aunque seamos pieza clave, hay muchas variables e influir en las decisiones de los demás está sujeta a la buena voluntad del prójimo y pueden escucharnos e inclinarse al buen consejo, pero también reciben otros consejos inconvenientes y acaban siguiéndolos. De todos modos, estas experiencias no han de desanimar porque la meta es incomparable.

En el ámbito interno personal es donde tenemos máxima responsabilidad. Y hemos de tomar más en serio nuestro protagonismo ante la paz del alma. El termómetro lo marca nuestra conciencia. Hemos de estar atentos a sus dictados y no buscar excusas. La conciencia es el centinela más certero, nos señala con toda claridad el bien y el mal que hacemos.

Es un reducto al que no queremos escuchar porque nos dice la verdad, y a veces, cuando no actuamos bien, no queremos reconocer nuestra mezquindad. Sin embargo, el remordimiento lo sentimos y ese estado interior es una llamada de atención para movernos a clasificar nuestras acciones y a continuación para corregirlas.

La conciencia tiene el papel de juez íntimo. Si no deformamos sus mensajes, si los admitimos con buena voluntad y ponemos medios para corregir esos señalamientos, la paz interior nos acompañará.

Si evadimos a nuestra conciencia, indudablemente tejeremos una maraña y la inquietud se adueñará de nuestra vida. Lo más grave está en la deformación de nuestra intimidad cuyo resultado es la pérdida de claridad en nuestros juicios, el debilitamiento de la voluntad para actual bien, y finalmente la injusticia de culpar a otros del mal estar que nos hemos procurado. Esto acabará dándonos una conducta errática y llena de remordimientos. En síntesis, este es el modelo de una persona conflictiva, evasiva e injusta en las relaciones humanas. Una persona así no promueve la paz, es un manojo de incongruencias.   

Generalmente una persona conflictiva va por el mundo provocando pleitos. Las pequeñas o grandes pugnas son lo contrario a la paz, siembran la discordia y los malos entendidos. La paz, en una persona así, no tiene cabida. Y si este estado se generaliza en más personas, se proliferarán las agresiones, el mal trato, las enemistades. Y eso no lo queremos.

No es agradable vivir con remordimiento de conciencia y quien lo tiene y ha perdido el hábito de combatirlo, empeora su situación acudiendo a la evasión. Entonces adopta el uso de estupefacientes que de momento producen un pseudo estado de relajamiento.

Sin embargo, la conciencia, aunque inexorable, es un vínculo permanente de luz y ruta hacia nuestra salvación. La medicina puede disgustar, pero siempre es eficaz, personalizada, certera. Hayamos caído en lo más bajo, este reducto nos acompañará siempre. Por esta razón, la esperanza nunca desaparece.

La solidez inexorable de la conciencia está en su misma razón de ser. La persona que la posee puede arrinconarla y silenciar su voz, Pero nunca podrá arrojarla de sí y aunque se encuentre debilitada nunca rompe el vínculo con el auténtico bien y con la capacidad de mostrar el camino recto y salvador. Esto es el fundamento de la afortunada frase de que “la esperanza nunca muere”. Sea como haya sido nuestra vida, la conciencia está para recuperarnos.

Este es otro motivo para fundamentar la dignidad de toda persona, nadie es desechable mientras tenga vida. Ninguna privación, ningún robo arranca este poder íntimo y poderosísimo de cada quien. Por esta razón, si alguien rectifica, después de haber causado muchos daños puede ser nuevamente un reconstructor.

Sin embargo, alguien que sale de una mala vida, requiere de la fuerza de la solidaridad. Necesita de la fortaleza y ayuda de los demás. El ambiente y la conducta de los demás ha de facilitarle las buenas acciones. Es un crimen imputable a los demás, cuando no ayudan a quienes deciden reemprende el buen camino.

Esta es una de las razones para sanear los ambientes, en este caso se trata de contar con medidas correctivas que impidan las malas inclinaciones. Esta es una de las principales responsabilidades de quienes tiene delegado algún cargo de autoridad civil.

Y la buena conducta, el dar buen ejemplo y el frenar en otros el deseo de hacer el mal, nos corresponde a todos. Nadie puede ser tan inconsciente que olvide la responsabilidad de velar por los demás, aunque no sean íntimos, son alguien más como uno mismo. Porta el valor de la vida humana.

No podemos ni debemos desentendernos de los demás. Si es fortuito un encuentro y compartimos en ese momento un problema social, será necesario colaborar en la medida de las propias posibilidades. Siempre las hay. Así mejora el sentido de pertenencia a la sociedad humana.

No teóricamente, sino prácticamente hemos de convencernos de la importancia de la paz, y cuánto bien nos proporciona. En el mundo tenemos ejemplos de lo contrario: egoísmos, guerras, intereses de algunos que socavan los de los demás. El injusto deseo de poder desgraciadamente provoca rupturas internacionales. Somos testigos de consecuencias tremendas en las personas, en sus bienes, en las infraestructuras y en el entorno natural.

Señalar los desmanes es un modo accesible para educar en la paz. Y forjar personas que íntimamente cultiven en sí el tesoro de la paz y crezcan en fraternidad. Tendrán una conciencia libre de remordimientos.

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