Ahora la paternidad está bastante desdibujada. Parece que hablar de paternidad resulta ofensivo y machista.
En la época nuestra han salido a flote muchos comentarios que nos influyen, pero no de manera positiva. Se publican sin cuidar el modo de decir, no sabemos de dónde provienen, pero provocan desconcierto. Y esos estados de ánimo no nos ayudan a resolver del mejor modo nuestras obligaciones, justamente cuando se tiene tanta facilidad para acceder a la información.
El tercer domingo del mes de junio acostumbramos celebrar al padre. Y ahora la paternidad, por lo que hemos expresado, está bastante desdibujada. Parece que hablar de paternidad resulta ofensivo y machista. Así como la maternidad se ha visto como una imposición de los hombres a las mujeres. En el fondo se acumulan una serie de malas interpretaciones, que en este mundo convulsionado producen más tensiones.
Conviene volver a datos originarios y aplicarlos con buena voluntad. Un poco más del 99% del código genético de los hombres y de las mujeres es exactamente el mismo. Por lo tanto, son más las semejanzas que las diferencias y la conclusión es que ambos pueden resolver problemas con un alto nivel de éxito. Hay treinta mil genes en el genoma humano, la variación de menos del 1% define el sexo.
Distintos estudios neurocientíficos coinciden en que esa diferencia de porcentaje influye en cualquier pequeña célula del cuerpo, desde los nervios que registran placer y sufrimiento, hasta las neuronas que transmiten percepciones, pensamientos, sentimientos y emociones. Esto es una realidad comprobada: cada célula de un varón es absolutamente masculina y cada célula de una mujer es absolutamente femenina.
Esa diferencia también se refleja en los cerebros. Son idénticos en más de un 99% en la resolución de problemas y conflictos; distintos en el procesamiento del lenguaje y en la manera de enfrentarse al estrés.
El cerebro femenino tiene un 11% más de neuronas que el masculino en las áreas del lenguaje y la audición; las zonas relacionadas con las emociones y la memoria, situadas en el hipocampo, son más grandes que en los hombres; tiene menos circuitos neuronales en la amígdala, zona del cerebro donde se activan las respuestas ante el peligro o se generan los comportamientos agresivos.
Los hombres utilizan las zonas más analíticas del cerebro para la toma de decisiones, las mujeres se basan más en la parte emocional; la zona del cerebro en la cual se genera la ansiedad es cuatro veces menor en los hombres.
Estas distinciones neurobiológicas explican las diferencias conductuales y de comunicación entre hombres y mujeres. Son distintos, pero complementarios. Y conviene librarse de la distorsión promovida para separarnos. Entender esta realidad nos hace ver que hay más semejanzas que diferencias. La complementariedad no significa estar incompletos, sino enriquecerse con lo propio de cada sexo. De allí que el modo de ser ante la prole sea paterna en el varón y materna en la mujer.
La paternidad se caracteriza por una emotividad que no frena su trabajo, esto produce en los hijos la seguridad de que pase lo que sea, lo prometido se cumple sin retrasos. El inconveniente puede darse en que el buen humor no se manifiesta en el trayecto para alcanzar la meta, sino hasta el momento del logro.
Algunas veces los hijos pueden desconcertarse cuando sorprenden al papá recordándole una promesa -un regalo, un paseo-, durante las horas de trabajo. El padre cumplirá lo prometido cuando sea el momento, pero como varón tiende a estar en lo que le ocupa y a no tener en cuenta otros asuntos. Es un modo de querer latente en ciertos espacios de tiempo. Por este motivo, los padres tienen más capacidad de delegar y hacer crecer a los hijos de este modo.
Cuando al padre le preocupa algún asunto del hijo, lo medita y hasta que no vea la solución lo expresará. Esto puede dar la impresión de que olvidó el asunto mientras calla, en realidad está buscando la solución. O cuando lo manifiesta, puede parecer impositivo porque no ve la necesidad de pedir opiniones, él ya llegó a la solución y la expresa. El hombre es objetivo y más directo en la resolución de conflictos.
También en el modo de enseñar, los padres tienen su propio estilo. Explican lo que se debe alcanzar con bastante detalle y hacen ver las bondades de alcanzarlo. Y lanzan a los hijos a emprender su camino según lo decidan. Desea con toda su alma que lo logren, pero no los acompaña paso a paso, prefiere que ellos mismos aprendan y rectifiquen cuando no hayan decidido bien. Al padre no le asustan los tropiezos porque los ve como aprendizajes.
El padre disfruta hasta que el hijo llega. Y si no llega lo vuelva a lanzar una y otra vez. Por eso, algunos hijos pueden concluir que su padre no los quiere, y tal vez se comparen con los hermanos que alcanzan con más rapidez. Al compararse concluyen que su padre tiene otras preferencias. En realidad, los padres tienen mucha capacidad para delegar, pero sufren mientras el hijo no llega a las metas.
Estos aspectos y nuestra propia historia pueden revalorar el papel de nuestro padre en el personal desarrollo. El que participó en el inicio de mi vida y el que imprimió seguridad, el que atravesó dificultades para enseñarme a sortear las mías. Y darle las gracias, y pedir perdón por los momentos en los que no le comprendimos.
Mejorar y ayudar a otros a mejorar los diálogos con el padre es una comunicación vital, es el encuentro entre dos personas que se importan, que se aman. Además de la honestidad en las palabras, los gestos y la actitud ha de ser muy amable. Esto facilitará los siguientes encuentros.
Además, agradecer otros modos de paternidad que algunas personas nos han mostrado al acompañarnos en un momento crucial, de modo desinteresado y sin pasar factura.
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