En la familia tenemos un lugar inmejorable de entrenamiento para hacer que todos colaboren. Ese es el secreto a nuestro alcance para mejor la sociedad en la que vivimos.
La preparación accesible a todos para ser buen ciudadano se recibe de manera natural en nuestra familia. Porque la familia es un modelo en pequeño de las relaciones que a gran escala tenemos en la sociedad.
Mucho de nuestro desarrollo depende del conocimiento y de la aceptación con que recibimos los estímulos de la casa, para proyectarlos en los ambientes en que nos movamos.
Todas las personas tenemos una individualidad y una relacionalidad. Somos únicos pero nos tenemos que desarrollar, y esto solamente se logra en compañía de otros semejantes. La mejor influencia se da en la familia, pequeña sociedad donde nos parecemos más unos y otros. Este grupo humano es indispensable para el desarrollo de la personalidad.
Pero este ambiente necesita también de muchos aspectos materiales a los que cada uno ha de contribuir como el orden material, la limpieza, la decoración. Esto forma y hace crecer porque las personas se sienten a gusto. Por el contrario, hay malestar cuando alguien es perezoso o desordenado. Si se da cuenta debe cambiar y apreciar el trabajo de los demás en esos aspectos. Si no se da cuenta, los demás deben enseñarle.
Cuando se llega a la juventud es necesario mejorar la actitud con los miembros de la familia porque es un modo de aprender a mejorar en las relaciones humanas porque la armonía se construye entre todos. Allí se aprenden distintos modos de responder ante los mismos estímulos. Por lo tanto, es como un pequeño laboratorio para conocer la diversidad de reacciones que serán mayores fuera de la casa.
Entender que los mayores tienen una autoridad, porque si son los padres ellos iniciaron esa sociedad y merecen el reconocimiento de su valor e iniciativa llevada a la práctica. Si son otros miembros que se cobijan bajo el mismo techo, necesariamente han acumulado más experiencia por llevar más años de vida, y aprendemos de sus modos de afrontar las circunstancias.
Con las personas de edad parecida, es necesario entender que esperan atención a sus relatos porque para ellos son importantes y buscan en los cercanos comprensión y consejo. Pero hay que saber hacerlo sin minimizar sus problemas o sin tener la honestidad de decirles que han hecho mal. Todo esto desarrolla la virtud de la fortaleza y de la paciencia.
También se viven experiencias especiales, como puede ser un problema económico, un problema de salud o alguna circunstancia excepcional que rompe el ritmo normal de la vida. Allí descubrimos modos de solidaridad o de ausencia de ella. Entonces es necesario o rectificar si uno es el que se excluye o ayudar a otros a que no evadan su modo de apoyar. La solidaridad ha de ser tanto en circunstancias gratas como en otras que nos sacan de nuestro confort.
Si se trata de los padres y fundadores de esa familia, la responsabilidad social ha de manifestarse en el empeño por ayudarse mutuamente. No encerrarse dentro de los muros del hogar y ausentarse de los problemas que se van presentando en la vida civil. Hay personas que dicen: mientras no nos afecten los problemas externos, nosotros seguimos con nuestro ritmo. Esto es un serio error porque tarde o temprano lo externo afectará a lo doméstico.
Cuando los cónyuges se ayudan a vivir sus responsabilidades ciudadanas, darán buen ejemplo a sus hijos y tendrán autoridad para llamarles la atención cuando cometan una falta. Los padres han de ver la trascendencia de los detalles de urbanidad que les harán ser personas aceptadas en otros medios, porque les sale de manera natural saludar con buenos días, buenas tardes o buenas noches. Porque saben pedir un favor y agradecerlo. Porque saben pedir perdón o reconocer una equivocación.
También los padres enseñan a ser honestos, a no tomar lo ajeno, a ser respetuosos, a no insultar, a ser ordenados. A aprovechar los recursos: alimentos, ropa, libros, mobiliario. A tener higiene personal y a cuidar el entorno. A prestar ayuda cuando ven que alguien tiene demasiados asuntos que resolver. Aprenden que hay unas normas que facilitan a todos la convivencia.
Como muchas veces se tiene la experiencia de que algún miembro de la familia se resiste a tener esas cualidades con los demás, en casa se puede poner remedio a tiempo, a temprana edad. Así se podrá contar con ciudadanos que se abran a la inclusión, a no huir de personas con discapacidad, simplemente porque no saben poner buena cara y una dosis de buen corazón. Al finalizar estas relaciones todos salen beneficiados.
Se pide ciudadanos honestos, pues empecemos por ayudar a los de nuestra familia, y con ese entrenamiento, también podremos perseverar en el esfuerzo de mejorar a los extraños.
En la familia tenemos un lugar inmejorable de entrenamiento para hacer que todos colaboren. Ese es el secreto a nuestro alcance para mejor la sociedad en la que vivimos. Colaborar desde nuestro sitio y con nuestras aptitudes, e impulsar a otros a colaborar con sus aptitudes y desde su sitio.
Es fácil decirlo, es posible llegar a estos logros si valoramos más el papel de la familia.
Este es un modo de vivir que nos abre horizontes y realmente descubrimos que lo cercano forja el futuro. Por eso, hacer el bien en el presente, forjará un buen futuro.
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