Se hacen padre y madre en la relación. Del modo natural, como se tratan los miembros de la familia, se forja el papel del padre y de la madre. Él y ella son únicos, y la relación entre ellos también es única. Incluso no se repite de uno a otro hijo, porque la experiencia varía y las circunstancias también cambian. Pero padre y madre son educadores natos para sus hijos.
Siempre los hijos perciben el trato entre sus padres, si es bueno se desarrollarán sin conflicto pues si los progenitores se aman los hijos los amarán sin objeciones y aprenderán a amar a los demás. Si perciben alguna discrepancia tendrán que preferir y eso, les ocasionará mal estar pues intuirán que al tomar partido excluirán al otro y eso les dejará una huella dolorosa. Crecerán con la vivencia de haber sido injustos.
Cuando los cónyuges se convierten en padre y madre, no dejan de ser esposo y esposa. Este enriquecimiento de roles bien asumido les hace mejores. El problema aparece cuando entre ellos hay desequilibrio en el papel que a cada uno corresponde, abandonando al cónyuge en el cuidado del hijo o exigiendo al otro sin considerar la responsabilidad compartida. Así puede iniciar un deterioro.
El padre no puede desentenderse de ser esposo, ni la madre de ser esposa. Cuando se polarizan pueden iniciar el descamino del descuido y del disgusto. Luego seguirán las quejas y los reproches hasta llegar a verbalizar las críticas mutuas frente a los hijos y eso fragmenta poco a poco la imagen paterna y también la materna. Los progenitores sin quererlo, hieren a los pequeños.
Aquí urge el diálogo para establecer el modo de ejercer la paternidad y la maternidad de acuerdo con sus compromisos laborales y a otro tipo de responsabilidades. Si no lo hacen a tiempo, se acostumbrarán a criticar la falta de compromiso del otro y cavarán una zanja que a la larga fracturará la conyugalidad e incitará a los hijos a tomar partido.
Ante esta posibilidad él debe comprender que puede deteriorar la imagen de la maternidad, y ella la de la paternidad. La trascendencia es grave porque desde ese momento están impulsando el tipo de progenitores que serán sus hijos. De ese tamaño son las consecuencias.
Por muy diversos motivos puede darse la ausencia del padre o de la madre. En cada caso ha de buscarse el modo de tener la suplencia y sanar la herida. Pueden ser los abuelos u otros parientes. La huella es distinta si se trata de un motivo natural, como la defunción o si es por una causa más grave como el abandono, el divorcio, el encarcelamiento, etc.
Cuando se da un fenómeno masivo, como una epidemia o la guerra, las familias sufrirán pérdidas de progenitores, entonces las consecuencias ya no solamente quedarán a nivel personal sino llegarán al social. Entonces la elección de las medidas compensadoras han de ser proporcionales.
La relación entre el padre y la madre manifiestan de modo espontáneo las reacciones físicas, psíquicas y sociales del varón y de la mujer. De esa manera el niño y la niña captan cómo son. Se identifican con su sexo y se distinguen del otro. Se fortalecen en la identidad y aprenden a relacionarse con los demás en la diferencia.
También hay manifestaciones prácticas. Es más fácil el diálogo con la madre. Con el padre es más fácil usar el lenguaje con más propiedad. La imitación del niño es con el padre y la de la niña con la madre. El niño hace y quiere hacer sus actividades junto al padre, la niña con y junto a la madre.
Desde hace muchos años, los psiquiatras y los psicoanalistas comprueban los efectos de la ausencia de los padres en la dimensión psíquica y social de los hijos. Estas carencias son variadas, pueden ir desde la confusión de la identidad sexual hasta la dificultad para vivir en la realidad social. Pueden caer en conductas delictivas como las toxicomanía, agresividad o bulimia/anorexia.
Los niños al ver al padre captarán la paternidad y en su momento sabrán comportarse como padres. Las niñas al ver a la madre captarán la maternidad y en su momento sabrán ser madres. Además, el niño sabrá lo que es una madre y la niña lo que es un padre.
Cuando hay congruencia en las indicaciones del padre y de la madre, los pequeños captan con más amplitud el sentido de la autoridad y la diversa forma de ejercerla. Cuando sean adultos respetarán las normas sin cuestionar si vienen de una mujer o de un varón. Por este motivo, cuando un progenitor desautoriza las indicaciones del otro, están cultivando personas rebeldes, desobedientes. Muchas veces llegan a ser desadaptadas.
Actualmente, hay quienes proponen hacer democrática la vida familiar. Pretenden que en la toma de decisiones de todo tipo intervengan los adultos y los hijos de cualquier edad. Este planteamiento no beneficia la adaptación social en la que hay distribución de funciones de acuerdo con la jerarquía institucional y al tipo de actividades según el departamento en el que trabajan.
Los funcionarios y trabajadores que provienen de familias democráticas no serán bienvenidos en la vida social si desean entrometerse en todas las decisiones. De hecho, son personas desadaptadas a quienes les cuesta distinguir su lugar y sus competencias.
En la vida familiar es conveniente escuchar las opiniones de todos, pero las decisiones les competen a los padres, aunque esto no impide que los hijos mayores se vayan involucrando poco a poco en las decisiones de los adultos.
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