El papel esperado de todo padre es responsabilizarse de los hijos, introducirlos a la vida virtuosa, darles buen ejemplo, infundirles confianza y ayudarles para vivir su vocación. Todo ello se desprende de la cultura cristiana, especialmente el aspecto de la vocación que significa una tarea diseñada de modo específico por la paternidad de Dios para cada criatura.
A propósito del día del padre, es importante reflexionar sobre el propio padre, y aunque estas consideraciones vayan dirigidas a él, debido a la fecha reciente en que le festejamos, también se pueden aplicar a la madre, e incluso a otros parientes, para revalorar la familia nuclear y la familia extensa. También incluir instituciones sustitutas de las que se recibe mucho, en ausencia de la familia.
Lo siguiente busca abrir replanteamientos personales para aprovechar lo recorrido como hijo de alguien. Nada es perfecto, pero hay circunstancias más desfavorables que hieren y a veces parecen imposibles de superar. Esto último es posible desterrarlo, eso sí con buena dosis de paciencia y esperanza.
El punto de partida es aceptar al padre que se tiene, sin compararlo ni desear que sea de otro modo. Y ser muy objetivos con las experiencias vividas. Hay recuerdos preciosos y aunque sean pocos se deben agradecer. Si aparentemente no se encuentra algo, habría que aceptar cierta insensibilidad personal e incapacidad para aprovechar las oportunidades. Nunca es bueno únicamente culpar a los demás.
Obviamente cada padre tiene también la experiencia de su infancia y eso deja una huella que para bien o para mal influirá en el trato con sus hijos, por eso es necesaria la comprensión y el cariño. Y confiar en que la experiencia de la paternidad puede dar otro giro a su vida. Tener en cuenta que a uno le sucederá lo mismo con los futuros hijos y si se procura ser sensato replicará con ellos sólo lo bueno.
Es muy sano evitar comparaciones o victimismos y fomentar los recuerdos agradables. Valorar lo propio y estar abiertos a las buenas experiencias de los demás es una manera de enriquecerse.
Incluso puede haber conductas que avergüenzan y es lógica la sorpresa y el dolor. Lo aconsejable es no evadirse, tampoco escandalizarse. Nunca mentir, pero tampoco sacarlo a la luz. Sí ver el modo de afrontarlo, estudiar cómo corregir y quién lo puede hacer. Según el caso es indispensable la reparación y habrá que encontrar el modo de llevarla a cabo.
Sin caer en el determinismo, es necesario tener en cuenta que se pueden heredar tendencias a algunas virtudes o a algunos vicios y, al llegar a cierta edad esas tendencias parecen imponerse. Eso no es irresistible, con la cooperación personal y la ayuda del otro progenitor, los educadores o las buenas amistades, se pueden evitar las ocasiones.
La herencia es un hecho, es absurdo renegar de ella y manifiesta mucha inmadurez e ignorancia tratar de ignorarla. Lo adecuado es asumirla y buscar el modo de sacar el mejor provecho posible. Además, han de pensar a su vez en sus hijos y ayudarles informándoles de la propia experiencia. En esto como en todo hay pros y contras.
Cuando el padre muere afloran remordimientos por no haber puesto a tiempo los medios para llevar una mejor relación, tener en cuenta esta realidad puede ser un buen acicate para minimizar las presentes dificultades. Además, mejorará el modo de vivir la despedida final, ayudando y acompañando. Prepararse para los últimos momentos aligerará el duelo.
Aunque no todos los recuerdos sean buenos es provechoso admitirlos pues todos aumentan la experiencia y de todos se puede sacar algo positivo. Hay experiencias dolorosas como el abandono o las injustas preferencias o las comparaciones hirientes, precisamente por el dolor que causan no se deben reproducir.
La realidad más grave es cuando se obliga a adoptar una vida llena de irregularidades y vicios. Estas dolorosas realidades salen absolutamente de lo normal y deben tratarse por especialistas. Requieren unas terapias adecuadas. Quienes se enteran de estos casos han de actuar con fortaleza y presentar sus demandas a quien corresponda para salvar el bien común. La inducción directa al mal es gravísima.
También es necesario advertir que las tendencias generalizadas en la sociedad actual no favorecen el bien estar de las familias. En los últimos años son evidentes los trastornos y problemas de vacío, nihilismo e inseguridad en niños, jóvenes y adolescentes, además se incrementan a pasos agigantados.
La ausencia de la presencia habitual de los progenitores, por la infidelidad, el divorcio o las demandas laborales tienden a compensarla con la sobreprotección de los hijos. Los psicólogos experimentan el aumento de niños que acuden a consulta, además la salud mental se afecta por el uso de las redes sociales a edades cada vez más tempranas.
Actualmente el feminismo exacerbado afecta directamente a la figura paterna y este deterioro casi inclina a eliminar la necesidad del papel del padre en la familia y la consecuencia en los hijos se manifiesta en el aumento de la inseguridad, en la baja de la autoestima y de la identidad. El vacío lo tratan de llenar y se vuelven seguidores de astros o “influencers” de conductas dudosas
Urge cubrir las necesidades de: compañía, consejo, ayuda a su debido tiempo, ternura, hacer equipo, sanar el abandono o las fragilidades como las enfermedades o los accidentes.
Saber animar y corregir con oportunidad. Además, acrecentar la fortaleza y la fe.
Pero siempre contar con que el bien perdurará, aunque de momento no se note.
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